Con el presente trabajo coincido con la restauración de dos joyas decimonónicas (s. XIX) de un estilo inigualable, que pertenecen a la parroquia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma. El arte en ellas se convierte en novedoso y grandilocuente, destacando con brillo propio y con peculiar maestría. La ingeniería se conjuga con la pintura de una centuria amante de lo creativo y del impresionismo, enmarcado en la belleza externa. Constituye un signo de adquirir una identidad única y con proyección de futuro.
Es una merecida intervención, previniendo grande deterioro para su conservación. En ellas se recalcan su plasticidad con el entorno y la construcción neoclásica del templo, siendo don Manuel Díaz Hernández (1774-1863) el principal promotor de la actual estructura. Una casi acabada y, la otra, en proceso de ejecución.
La limpieza de las
mismas nos hará contemplar su esplendor estético. Aparecerán rasgos peculiares
desconocidos por la suciedad acumulada, desconcierto del tiempo, deficiencias,
humedad… a los que han sido expuestas en época anterior. Agentes nocivos que
han obligado a una pronta recuperación con carácter urgente. Su monumentalidad
y expresiva asignación en el relato evangélico forman un compendio religioso y
de culto en Canarias.
Al referido
clérigo se le debe la invención de la ingeniosa y teatral maquinaria que
acciona el tabernáculo. Fue puesta el día del santo titular de 1841
cuidadosamente meditada y asesorada por él, desde el destierro en Tenerife al
que fue sometido en 1824 por causa del discurso (Exhorto) pronunciado en el
púlpito a sus feligreses, el 11 de junio de 1820, con motivo de la proclamación
de la Constitución de la Monarquía Española, siguiendo un diseño que vino de
Madrid en 1820. A su amigo Sebastián Remedios y Pintado le recomendó varias
razones sobre la ubicación, elegancia y composición (madera, pasta o cartón) de
los dos angelitos dispuestos para recoger las cortinas del pabellón y con los
otros de mayor tamaño, denominados turiferarios, a ambos lados, del imaginero
orotavense Fernando Estévez del Sacramento (1788-1854), en una representación
realmente notable. Se abre el expositor, mediante manipulación trasera,
descubriendo la custodia con el Santísimo Sacramento en la mejor tradición de
la escenografía barroca y calderoniana.
Y, la segunda, se
trata del lienzo de cálidas tonalidades de La Transfiguración, colocado en 1840
en el centro del altar mayor, firmado en 1837 por Antonio María Esquivel y
Suárez de Urbina (1806-1857), sevillano de origen y muerto en la capital de la
nación, que presentó a la Exposición de la Academia de Bellas Artes del
referente año. Después de su regreso en 1835, el Sr. Díaz, lo encargó y transfirió
su compra.
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