
De todas las islas
canarias fue sin duda la de La Palma la que, durante muchos años, suministró
relativamente el mayor volumen de iniciativas. Existe algunos rasgos
significativos de la peculiar idiosincrasia del pueblo palmero. Es evidente que
todos los canarios estamos marcados por una nativa condición, que no sé si es
virtud o dolencia, de nuestra insularidad, conformados espiritualmente por ese
diálogo inextinguible de cielo y mar. La belleza abrupta y grandiosa de su
paisaje, que no excluye rincones de idílico encanto apacible, y su mayor
riqueza forestal e hidráulica, que alberga una autonomía económica son factores
naturales que se suman a los otros históricos para conjugarse en ese resultado
final, definiendo el alma isleña, su inmersión en su pequeño y subyugante
cosmos y en esa atracción, particular y acentuada afección por lo suyo.