Ausencia, espacio vacío, sosiego del alma.
El silencio de los bosques…
Me traslada a las oscuras noches de un claustro.
En silencio recorro los fríos pasillos sin palabras
ni suspiros.
Susurros sin quejidos me hacen suspirar
en noches de plenilunio llenas de
misterios y sombras,
oculta soledad.
¡Veo surcar la noche de su pura mirada!
La sombra descubre la llama no nacida,
el secreto de lo más profundo,
desvela las cegadas estrellas
y el nombre de lo desconocido,
que los ojos no alcanzan
a ver, los colores más puros y
sencillos,
abre su candor de enigma
sorprendido,
porque su esencia es ser los labios
de la tierra,
el aliento de todo cuanto mudo
palpita,
su sellada certeza de gesto
silencioso.
De destinos sin fronteras y de silencio
sin murallas,
de amor arrebatado de gargantas sin
aliento.
El silencio de un campo santo…
es el de una hoja en blanco del último
mes de vida.
El tiempo va manando entre los dedos,
encallando palabras que resbalan
cielo adentro
y salpican las noches de voces
consteladas.
Voces que me dicen no sé qué de algún
largo viaje
mientras bajo con ellas al fondo de
mí mismo
y aprendo un murmullo que se llama
destino,
pero, aún, no comprendo, ardiendo
siempre
la memoria.
El silencio de los océanos…
me perturba la mente en solitario
sobre las melódicas olas encrespadas
o apacibles llanos, llenos de cantos
de sirenas
y de caracolas anacaradas,
o sones de trompetas a la forma de
un sueño,
que interrumpe su ciclo y la detiene
en un gesto que adopta rostro de
eternidad.
El silencio de los recuerdos silenciados…
hay un presagio a la forma inacabada
de un instante.
Le hemos robado el bosque de verdosas pupilas,
las manos de la lluvia y el aliento
del mundo,
le hemos robado el círculo
que comienza en semilla,
termina en floración inconclusa
y se cumple en cosecha
rodando hacia su origen nuevamente
fecundo.
El silencio del más allá…
nada nos pide a cambio
salvo esta inocencia de aprender a
asumir
el deshoje del tiempo.
Y el silencio sin respuesta…
amenaza nuestra existencia que fluye
hacia un infinito sin posibles
límites,
ni grandes hogueras sin flamantes
llamas
encendidas en la oscuridad del
abismo,
ahorcan los muros el regazo lunar de
la luz congelada.
¿Qué deseo sin alas transitando el silencio?
Abandonarnos, fuera más lúcido
para ser finalmente devorados
por las fauces sonoras de la música.
Decir adiós al dulce consuelo de no herir el silencio,
romperlo en pedazos
y gritar a los vientos, como aquel
que guarda un secreto.