Con serenidad y santa paciencia hago fluir a la mente
retales de mi memoria, sobre lo que va a transcurrir en este escrito en
cuestión y que de una u otra forma me ha fascinado toda mi vida por desarrollarse
a lo largo de mi longeva edad. No dilato más el tiempo ni, tampoco, malgasto un
espacio de lo necesario para ubicarme en el balcón de mi vivienda y observar un
inhóspito paraje, por una parte, desolador y, por otra, lleno de coches,
poblado de edificios blancos o colores claros, componiendo una visual
variopinta integrada en el urbanismo de ciudad con verdes y exuberantes
palmeras. Salpicados aquí y allá, aparece a lo lejos un bando de palomas que
han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de una pelada roca, ‘a
cuyos pies tuercen éstas su curso y en cuya cima se notan aún remotos vestigios
de construcción’, como pudiera decir de la misma manera en sus ‘Leyendas’
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1878), fantasmagóricamente en cualquier ocasión
como la presente, con énfasis y delicadeza en mi trabajo de matizado interés.