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Con serenidad y santa paciencia hago fluir a la mente
retales de mi memoria, sobre lo que va a transcurrir en este escrito en
cuestión y que de una u otra forma me ha fascinado toda mi vida por desarrollarse
a lo largo de mi longeva edad. No dilato más el tiempo ni, tampoco, malgasto un
espacio de lo necesario para ubicarme en el balcón de mi vivienda y observar un
inhóspito paraje, por una parte, desolador y, por otra, lleno de coches,
poblado de edificios blancos o colores claros, componiendo una visual
variopinta integrada en el urbanismo de ciudad con verdes y exuberantes
palmeras. Salpicados aquí y allá, aparece a lo lejos un bando de palomas que
han abatido su vuelo para apagar su sed en las aguas de una pelada roca, ‘a
cuyos pies tuercen éstas su curso y en cuya cima se notan aún remotos vestigios
de construcción’, como pudiera decir de la misma manera en sus ‘Leyendas’
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1878), fantasmagóricamente en cualquier ocasión
como la presente, con énfasis y delicadeza en mi trabajo de matizado interés.
Me surgen los recuerdos de la infancia, cuando en mi casa
familiar, frente a una plaza de bastante solera, se criaban palomas por el
afán, simple y entusiasta, de tenerlas y disfrutar de una afición y
entretenimiento merecido al final de la jornada, acompañado de un hermoso
palomar en donde ellas tenían la mayor libertad del mundo, sus horas de vuelo,
su trato esmerado en medio de la limpieza e higiene adecuada, además, gozaban
de los accesorios necesarios para su mejor acomodamiento, reproducción,
bebederos, comederos… En sitio aparte las crías o pichones crecían hasta
hacerse adultos.
Siguiendo la referencia a Bécquer, ‘yo no sé si esto es una
historia que parece cuento o un cuento que parece historia: lo que puedo decir
es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy…’.
La blanca paloma de ‘La Paz’ es un simbolismo, que repetimos
cada 30 de enero, aunque el color no importa, para ser mensajera de un mundo
sin guerra, ni odio, ni genocidio, ni racismo, ni violencia, ni nada de nada de
lo que acarrea la inestabilidad del amor, del diálogo y de la convivencia como
hermanas y hermanos sin condición humana, raza, cultura o estatus social. Las
sueltas de palomas por motivos festivos o conmemorativos me hacen entrar en un
trance de reflexión por conseguir una ‘tierra prometida’ sin frontera, ‘arcoíris’
sin límite, ‘praderas’ sin final y ‘azules’ inmensos e intensos.
Hago mención a lo que el Parlamento de Canarias ha aprobado,
el fomento de la colombofilia canaria y protección de la paloma mensajera de la
Comunidad Autónoma de Canarias, con lo que establece el artículo 12.8 del
Estatuto de Autonomía. En concreto, otorga a las administraciones públicas
canarias la obligación de velar y promover la recuperación, mantenimiento y
desarrollo de los juegos y deportes autóctonos y tradicionales.
Cualquier actividad deportiva constituye un instrumento de
relación social, potenciando el equilibrio y la integración del hombre con su
entorno, contribuyendo al desarrollo integral de la persona y a facilitar una
relación de igualdad con los demás. Por ello, el deporte forma parte de la
actividad humana desde la infancia o desde temprana edad.
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‘La colombofilia es el arte de criar y entrenar palomas
mensajeras’. Su finalidad principal es deportiva, selección y perfección
genético-morfológica de los ejemplares, mediante el entrenamiento, la
competición y una adecuada nutrición e higiene. Se valora el instinto natural
para orientarse y regresar a su palomar. Tiene que haber una buena relación
entre el colombófilo, propietario y entrenador, y la paloma mensajera, ya que
es una raza especial. En todo caso, el uso de ejemplares con fines de
competición como lo conocemos hoy en día, se remonta a mediado del XIX, donde
Bélgica, a partir de cruces de palomas silvestres, se crean dos prototipos, uno
en Amberes y otro en Lieja, ambas ciudades belgas. El primero, para vuelo corto
y rápido, velocidad, y, el segundo, para mayor distancia y resistencia, fondo y
gran fondo, con el tiempo, el cruce de estos ejemplares, han perfeccionado la
genética de los mismos y su aptitud para la competición.
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En 1879, en España se introducen estas palomas, por vez
primera, en un palomar militar en Guadalajara y, en 1884, Alonso de Nava y
Grimón (1757-1832), VIII marqués, las introduce en su residencia, palacio de
Nava y Grimón, situado en la plaza del Adelantado, ciudad de San Cristóbal de
La Laguna, procedente de Lieja (Bélgica), fundándose en 1900, en Las Palmas de
Gran Canaria, la Real Sociedad Colombófila de Gran Canaria, para dos años
después, 1902, crearse en Santa Cruz de Tenerife la homóloga, clubes decanos,
existentes en la actualidad.
Si bien, la naturaleza de la paloma mensajera es la de vuelo
sobre tierra, lo que facilita su descanso y orientación, a lo largo de los más
de cien años de historia de la colombofilia en las islas, una serie de
ejemplares y cruces, en sucesivas generaciones, que han dado lugar a un genotipo
de ellos, singulares en Canarias, con características propias, gran vitalidad y
capacidad de lucha y sacrificio, que la hacen especialmente apta para
orientarse y volar sobre el mar.
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Se exige un tratamiento y una clasificación diversa y, a
veces, no bien definida en nuestro país, clasificándose estas aves en el ámbito
militar y de las telecomunicaciones, como paloma de correos o bien como de
competición, o de carreras en el ámbito deportivo y tradicional canario y ave
de concurso, consecuencia de su fenotipo y exposición o de su actividad
deportiva, vinculada a la excelente genética de los ejemplares expuestos,
dándole incluso consideración administrativa de especie ganadera, cuando es claro
que la razón de ser de la paloma mensajera, en el momento presente, es la
competición y no la producción de huevos, carne o pluma. Al ser un ave su dueño
tiene que cumplir con un conjunto de requisitos higiénico-sanitarios, al objeto
de evitar que puedan enfermar y no puedan competir o transmisoras de enfermedad
a otras aves o personas.
Desde el principio de la creación, se habla de las aves,
concretamente de la paloma como emisora de mensaje. Abrimos ‘La Biblia’ y
buscamos la narración del arca de Noé en el discurrir del Diluvio Terrenal o
universal, que nos dice: ‘[…] También envió una paloma, pero ésta, al ver que
no tenía donde posarse, regresó al arca.
Siete días después volvió a enviar la paloma, la cual
regresó trayendo una rama de olivo en el pico, dando a entender a Noé que la
vida renacía en la tierra y que el suelo seco había emergido. Noé entonces
esperó otros siete días y volvió a soltar a la paloma, la cual ya no regresó
[…]’.
El protagonismo de las palomas mensajeras se manifestó en
los clásicos bélicos del séptimo arte o cinematografía, con escenas de la
Guerra Mundial, también, con aire de romanticismo, de un modo u otro reflejaba
lo acertado de su cometido, a enviarlas a grandes distancias salvando la zona
de conflicto para llegar a su destino. Han sido heroínas del espacio aéreo con
creces, meritorias de premios y condecoraciones, dignas metáforas de amor en
páginas escritas por grandes maestros de ‘Las Letras’, traducidas a todas las
lenguas del mundo, pretendiendo ser el instrumento que salvaguarde este
espíritu de defensa de las mismas en estado de apogeo y celebridad.
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