Bello lugar repleto de paz cuando las escuelas, que existen al otro lado de su plaza, están sin niños. En él se respira armonía y se goza de una panorámica sensacional que muere en la inmensidad azul del océano, limitando el territorio firme con la blanca y bulliciosa espuma. Claro está que estoy hablando de El Planto, donde se enclava la ermita del Santo Cristo del mismo nombre, considerada como una de las de Campo, que con su silueta alargada, espadaña central y balcón se halla vigilante hacia un punto cardinal pletórico de llanos interrumpidos por profundas gargantas. A su espalda discurre el camino real de La Dehesa, nexo con la Encarnación, que cada lustro se convierte en un punto de referencia. El templo en el transcurso del tiempo fue conocido por las advocaciones de La Soledad, Nuestra Señora del Planto y de El Calvario, siendo esta última alusión por haber existido uno del siglo XVI, que hoy, aún, recuerdan tres cruces de tea en el exterior al ser destruida la primitiva construcción, que lo albergaba.
Su posterior asentamiento fue iniciado por Águeda Gómez Chinana, viuda, el 27 de agosto de 1612, contratado con el cantero Juan Rivero. Su única puerta se abre al interior de una sola nave con paredes lisas adornadas con exvotos y otros motivos. Su tejado es de tres aguas y de cuatro el de la capilla mayor y sacristía, revistiendo un techo sencillo y tradicional.
Su posterior asentamiento fue iniciado por Águeda Gómez Chinana, viuda, el 27 de agosto de 1612, contratado con el cantero Juan Rivero. Su única puerta se abre al interior de una sola nave con paredes lisas adornadas con exvotos y otros motivos. Su tejado es de tres aguas y de cuatro el de la capilla mayor y sacristía, revistiendo un techo sencillo y tradicional.
Un punto y aparte lo merece su retablo, que fue sometido a un exhaustivo estudio de urgencia por su deterioro progresivo de sus distintos componentes, se halla en proceso de restauración, casi finalizando su cometido y enfilando a su pronta puesta al culto de nuevo. La labor de la pieza ha consistido en la fijación de estrato pictórico, desinfección, consolidación, limpieza superficial y química, reintegración volumétrica del soporte y cromático, protección, estucado y barnizado, siendo necesaria para su conservación patrimonial y de estilo propio. Se considera como el mejor ejemplo en Canarias del barroco portugués. Policromado y de un cuerpo es relevante en los albores del pensamiento religioso con un conjunto iconográfico de la Pasión de Jesucristo, intensamente expresivo a la narración evangélica. Destaca por su colorido, concebido como una gran hornacina. Su traza y minuciosa decoración con vivos fondos a base de enroscadas formaciones vegetales y hojarascas de alegres tonalidades, entremezcladas con figuras infantiles, invade con su grandilocuencia todo el espacio. En donde falta la talla, sucediendo en los intercolumnios, aparecen detalles pintados de igual profusión. En 1705 consta su existencia por haberse destinado, entonces, 807 reales para dorarlo.
Los elogios quedan en el anonimato del silencio y bregar constante de dar el esplendor al arte e ingenio de otros. El logro conseguido se inmortaliza en conservar y rehacer las huellas del tiempo con sus complicadas y presentes heridas de desgaste, humedad, repintes, añadidos…
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