El binomio que le
da título al presente trabajo se complementa con ese otro referente a la
emigración de los isleños, nuestros antepasados, a la isla caribeña de Cuba y
con la salud, que muchos de ellos deseaban recuperar en las aguas termales de
la Fuente Santa de Fuencaliente. Nuestros abuelos, padres, hermanos, tíos,
etcétera con peculiaridades adversas a su estado físico, deteriorado por el
tiempo transcurrido en calamitosas situaciones, anhelaban y pensaban compartir
con su regreso al terruño.
La dilatada
biografía de uno de ellos nos da la semblanza lejana de alguien con caracteres
especiales para establecerse y encontrar un medio más hostil de desarrollar su
nueva vida. No me estoy refiriendo al que reflejaba cierto aire de riqueza o de
ambigua grandeza como nos muestra el dibujo a tinta y acuarela (22x29 cm), obra
(1911) de Juan Batista Fierro Van de Walle (1841-1930), que actualmente se
custodia en una de las salas del Museo Insular, antiguas dependencias del
franciscano Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de
La Palma, sino de aquel aquejado de males corporales de la piel, de los huesos,
del estómago e incluso el reuma y la sarna. Los más necesitados de unos
tratamientos terapéuticos urgentes y continuos, residiendo en las proximidades
del balneario natural.
La terapia
consistía en un primer baño en una pileta llamada de San Blas, ahí el agua
estaba ligeramente fría, porque se mezclaba con la del mar. Otro posterior en
la de San Lorenzo que se caracterizaba por las altas temperaturas. Y, por
último, el más suave y placentero en donde surgía directamente el manantial.
Dicho sea de paso se disfrutaba en marea baja. Sus propiedades curativas eran
bien conocidas en los alrededores desde los albores de la conquista para la
Corona de Castilla por el Adelantado, Alonso Fernández de Lugo (¿…?-1525).
En el paréntesis
de dos siglos, aproximadamente, La Palma se convirtió en la más visitada de
Canarias. Tal era la riqueza aportada a su economía precaria en ese entonces
que solicitó la construcción, proveniente de las limosnas y el hospedaje de los
enfermos, del Pago de Las Indias, topónimo del vocablo “indiano”, por su
proximidad a la misma.
Todo se acabó en
un 17 de enero de 1677, día de San Antonio Abad, que es Patrono del municipio,
tras varios días de explosiones y ríos de lava que fluían por la boca más conocida
del cráter, junto al Centro de Visitantes, en el núcleo de Los Canarios. Sin
embargo, una de las secundarias la sepultó con el magma caído a través de las
escarpadas laderas en busca del océano. La erupción duró hasta el 21 de enero
del año siguiente.
Muchos han sido
los intentos por redescubrirla, fortalecidos por la presencia cercana del
Teneguía (1971) y tras intensas investigaciones. En el verano de 2005 se logró
el hallazgo (45º o 50º), buscándose en la actualidad una solución idónea al
reconocimiento que siempre tuvo en nuestra historia palmera.
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