Llano Negro. Garafía |
Merecen una mención especial el patrimonio popular y las
infraestructuras industriales
relacionadas con el grano, que aún perviven en muchos pueblos, constituyéndose
como uno de sus elementos locales más preciados. Han prestado un notable
servicio durante décadas y calmaron el hambre. Hoy, sin embargo, ofrecen un
enorme valor etnográfico, paisajístico y turístico. No es menos importante la
elaboración de una memoria descriptiva de cada inmueble con expresión de los
datos necesarios para que justifiquen realizar un estudio individual y
detallado de la situación y estado de conservación de los mismos.
Dar a conocer el funcionamiento y leyenda de los molinos de
viento de La Palma te hacen retroceder en el tiempo, porque fueron sitios de
tertulias, fiestas y de compromisos de matrimonios prometidos a la sombra de
sus aspas. Algunos ya no existen y otros adornan el entorno de nuestros
municipios como gigantes llenos de magia y leyenda de caballería medieval.
El Roque (1885). Puntagorda |
Los aborígenes conocían el arte de moler, como la fuente de
su alimentación, recolectando rizomas, semillas de helechos, para la producción
de gofio y harina de la misma procedencia. Se dejaban secar al sol para, luego,
pasarlos por la piedra y molerlos, girándola con la mano, poseyendo un alto
nivel nutritivo. A causa de tal ingenio llegó el progreso y formó una cultura e
historia viva de una isla.
Se conocían y se extendían por Europa hacia el XVII,
empleando el mejor desarrollo de la energía eólica, alcanzando su apogeo en la
centuria anterior, bajo la dirección de los ingenieros holandeses. ¿Cuándo se
construyó el primero en la isla palmera? No se sabe. Los que tenemos
documentados datan del siglo decimoséptimo. En un plano militar de Santa Cruz
de La Palma de 1780 se puede apreciar varios fuera de la muralla y en las
laderas próximas a la ciudad.
Santa Lucía. Puntallana |
Al principio, sus veleros se fabricaban con telas, en los
nuestros de pinsapo, que debido al deterioro ocasionado por los elementos
meteorológicos se contrataban a los pescadores para reparar los daños por ser
expertos en la consiguiente labor de reposición del velamen de sus respectivas
embarcaciones.
Son de una concepción diferente y totalmente oriundos de
otras islas del archipiélago y de la península. Sus piezas son de madera e,
incluso, los engranajes. De los diez que quedan, sólo dos, han sido
restaurados, Las Tricias (Garafía) y el de la Villa de Mazo, los demás se
hallan en estado ruinoso. El único de viento-hidráulico está en buen estado y
situado en el remozado Hotel Florida (s. XVII), Breña Alta. Nunca fueron de
cuatro frentes en su fisonomía exterior, sino constaron de ocho, doce y
dieciséis. Se instalaron en donde no habían cuencas de agua (Mazo, Garafía y
Puntagorda) y eran zonas de viento.
Santo Domingo. Garafía |
Los garafianos
presumen de tener mayor número de ellos y de la obtención de cereales,
propiedad del molinero o de los agricultores, y que llevaban en talegas para la
molienda, pagando por el servicio. A veces, se concedían trueques, cuando la
penuria era muy aguda, pagando con almendras, papas, cestos, canastas o favores
gratuitos en beneficio del dueño de la molina.
Desde estas líneas homenajeamos a Isidoro ortega Sánchez
(1843-1913), natural de Monte Pueblo, municipio mazuco, que ideó un modelo
propio conocido como “sistema Ortega”, que se remonta a 1868 ubicado en la
vivienda de su creador y hasta principio del XX se siguieron fabricando. Eran
sencillos y aprovechaban los materiales de la zona como la tea. Estaban
compuesto por la casa del propietario, casi siempre estaba semienterrada; la
torre, que se elevaba seis o siete metros sobre la edificación anterior,
orientada a la dirección de la fuerza motriz, y el rotor donde se insertan los
brazos giratorios.
Los Ortega. Mazo |
¿Seremos capaces de salvar estas reliquias? Pienso que sí,
por el bien de nuestro pasado. Aún, estamos oliendo el rico gofio, que, junto a
la leche espumosa recién ordeñada, formó parte fundamental de nuestro desayuno
durante decenas de años. Los objetivos marcados pueden ser en dar a conocer
este modo de vida tan dispar y no alejado en el tiempo. Alertar de los peligros
que acechan a semejantes joyas y despertar distintas sensibilidades con el fin
de obtener recursos económicos para recuperarlos y protegerlos, ya que están en
pésimas condiciones.
Haremos uso del inventario publicado por el
Diario de Avisos del domingo, 14 de septiembre de 2014, adjuntando el nombre,
lugar y vestigios, y es fuente de Antonio Manuel Lorenzo Tena (1957):
Buenavista. Breña Alta |
“Los Ortega
(Mazo), bueno; Los Romero-La Sabina (Mazo), restos de la casa; Malpaís de Abajo (Mazo), una esquina de la casa; Tigalate (Mazo), piezas sueltas; Tirimaga o de Pérez Guerra
(Mazo), estructura de la torre; Marcelino
Yanes (Fuencaliente), no existe; Cuatro
Caminos (Breña Alta), casa y torre; Santa
Lucía o de Rosendo (Puntallana),
torre y algunas aspas; Vicente Hernández
de Capirote (Puntallana), restos
de la casa; Granel (Puntallana), no
existe; Cáceres (Barlovento), no
existe; García-Las Toscas (Barlovento), restos de la casa; Gallegos (Barlovento), no existe; Llano Negro (Garafía), aceptable; Marcelino-Santo Domingo
(Garafía), aceptable; Abajo o de los
González (Garafía), restos de la
casa; El Calvario (Garafía),
aceptable; Las Tricias-Buracas (Garafía), restaurado; Bravo Carpintero (Garafía), restos de
la casa; El Roque (Puntagorda),
aceptable; Montaña de Miraflores de Lucero (Puntagorda), cimientos y restos de la casa y Camino de Los Morritos o de Relva
Larga (Puntagorda), restaurado”.
Al concluir este trabajo del conjunto de bienes que conforma
el legado, heredado de nuestros antepasados, supongo sea necesario una
actuación rápida que garantice su pervivencia junto a la acción pedagógica a
todos los niveles para explicar lo que significaron estos recursos en otro
tiempo y la belleza encerrada en ellos.
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