Al transitar por el callejón de la parroquia de El Salvador
en Santa Cruz de La Palma, calle A. (Adolfo) Cabrera Pinto, antes la Simonica,
y habiendo traspasado la homónima de Pérez Volcán, nos encontramos la casa de Hernández
Carmona con el número 14, que está dentro del Casco Histórico en un rincón
modesto y discreto en cuanto a su ubicación en el desarrollo urbanístico. El
añorado investigador y excronista oficial (1975) de esta ciudad capital, Jaime
Pérez García (1930-2009), identifica la vivienda en un recorrido
histórico-social a través de la arquitectura doméstica.
El Teniente-Capitán Pedro Fernández de Paz fue dueño de un
solar en el indicado lugar de referencia, s. XVIII, con la descripción
siguiente: “cercado de pared vana con su
puerta que está en esta ciudad en dicha calle de Batedías con quien linda por
delante, por un lado casas mías, por detrás el barranco que dicen de los
Dolores, y por el otro lado callejón que desciende a dicho barranco, el cual es
libre de censo y tributo” (*). Su viuda,
cumpliendo con la voluntad del finado, donó un oficio de herrero a Feliciano
Francisco de los Reyes por su pobreza y parentesco como, también, por otras
razones y justas causas.
Transcurrido el tiempo, Francisco Hernández Carmona (¿?-1767),
contrajo matrimonio con María del Rosario de los Reyes Guerra, hija del tal
Feliciano y de Juana de San Agustín Hernández Guerra, quienes le dieron por
dote el sitio de referencia en el cual fabricaron el inmueble citado y es el
asunto principal del presente escrito.
Agustín Hernández Carmona (1750-1836), hijo de Francisco, herrero,
lo mismo que su padre y abuelo, fue el sostén de su madre y sus otros hijos. En
atención a la cláusula testamentaria de su progenitora en agradecimiento de los
servicios prestados a la familia se adueñó de dicha propiedad.
La hermana del anterior, Francisca (1741-1799), se casó con
Francisco Díaz Leal, natural de la Villa de Mazo, que emigró a América y
muriendo en el intento de hacer fortuna. El infortunio prematuro originó el
desamparo de una mujer y de tres menores nacidos en dicha finca urbana,
llamados Francisco, Mariana y Manuel,
este último con ocho años. Su tío-tutor con la delicadeza de un patriarca se
hizo cargo de ellos, ofreciéndole amparo y educación.
Manuel Díaz Hernández (1774-1863), Beneficiario del templo
parroquial, cercano a su domicilio, fue un personaje excepcional de
imperecedero recuerdo en la historia decimonónica, sobradamente conocido por
sus conciudadanos. Por herencia intestada de su hermana, soltera y a la vez lo
era de su tío bienhechor con quien se había criado, adquirió como residencia
por venta la “casa que radica en la calle
de la Simonica de esta población con la que linda por delante, por detrás el
barranco que denominan de Dolores, por un lado callejón que va de dicha calle
al citado barranco” (*)
y se componía “de sala, dos cuartos, un granero, comedor y
cocina, y dos piezas bajas (almacenes o lonjas) por la calle del costado del precitado barranco y tiene una superficie
de treinta y seis pies de frente y cincuenta y siete de fondo. Se compone de un solo piso con un granero
en uno de sus costados en la parte de la calle de la Simonica y de dos pisos
por la del Cincuenta y Siete” (*).
Este último acceso era un estrecho pasaje, que partía desde Álvarez de Abreu,
bordeando el cauce, todavía sin cubrir, hasta la esquina de la construcción
propuesta.
En la actualidad presenta puerta y ventana acristalada, al
igual que el resto, con moldura abocelada en la subida a San Sebastián y en la
trasera, avenida El Puente, número 19, convertida en fachada principal por ese
lado presenta dos puertas de cantería roja. Su reforma data del XIX, aunque
llegó estar casi en ruinas, hasta que a principios de este milenio los nuevos
adquirientes la rehabilitaron con esmero y poseen un reto comercial de
restaurante con el mundo turístico nacional e internacional y clientes locales.
El padre Díaz después de su accidentada caída sólo dejó por
bienes propios una finca de tierra de pan sembrar y habitáculo, situada en
Buenavista (Breña Alta), con una medida de doce fanegadas y nueve celemines (*).
Es penoso confesar el continuo desconocimiento por la
población civil de su identificación, porque no hay una placa que la relacione con
una de las figuras claves del saber palmero. El ilustre personaje no ha tenido
el reconocimiento merecido por parte de la Isla, a la que tanto amó y a la que
tan bien representó en todos los ámbitos sociales y culturales. Es la realidad
palpable de un total abandono de nuestro pasado, que fue eslabón de grandes
hechos dignos de mencionar.
Con estas pinceladas del insigne presbítero, imagen del
mítico Siglo de Oro insular,
finalizo dando las gracias a las personas de buena fe, que aman y ensalzan la
labor, arte y humanidad y ven lo más altruista y fundamental de alguien que
sembró el bien, amor a los demás y justicia.
(*) Los Carmona de La Palma, artistas y
artesanos y Santa Cruz de La Palma: recorrido
histórico-social a través de su arquitectura doméstica. Jaime Pérez García.
Santa Cruz de La Palma. 2001 y 2004.
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