Galeón español |
Desde siempre ha sido para Canarias un rompecabezas, digno de
reseñar y tenerlo en cuenta para estudios posteriores de recuperación y
fortalecimiento del territorio hasta finales del XIX. El problema consistía en
proteger un área insular, conservándola y dotándola de la artillería necesaria.
En una isla tan codiciada como la nuestra por su prosperidad y asentamiento de
la clase obrera o proletariado a favor de la burguesía en las nuevas tierras conquistadas,
anexionadas a la Corona de Castilla en el XV, después del reparto de haciendas
y mayorazgos, con proyección a las recién descubiertas del Nuevo Mundo, no se
podía esperar otra ambición desenfrenada por países enemigos y contrarios a la
expansión del catolicismo, querer implantar su presencia en las aguas
oceánicas.
Nos estamos refiriendo a unos hechos puntuales, que hoy
denominamos vandálicos, pero en ese entonces consistía en implantar la
hegemonía y el dominio de unos sobre otros con la flota de ultramar al mando de
temibles y auténticos corsarios y piratas al servicio de reyes y gobernantes
con el fin de obtener grandes capturas de esclavos y valiosos botines, fruto de
saqueos, destrucción y asesinatos. Esto provocará en numerosas ocasiones ante
un posible desembarco pirático huir al interior y a parajes elevados, táctica
utilizada por los aborígenes guanches.
Artillería de defensa |
La historiografía ha centrado su atención, preferentemente,
en las islas centrales o de realengo, como Gran Canaria, Tenerife y La Palma,
porque dependían de los cabildos, sometidos a la economía de las arcas
públicas, mientras que las demás fueron olvidadas por ser de señorío. En la
mente de los palmeros existió la preocupación de la defensa de sus costas,
especialmente en las playas de Santa Cruz de La Palma, con ahínco y
peligrosidad de su integridad archivística y personal, teniendo notables y
grandes estragos a lo largo y ancho de la historia naval. Es algo más que unos
muros, es un elemento fundamental de un complicado sistema, que aúna hombres,
recursos, ideas y miedos.
Debido a esa distribución administrativa las de señorío eran
producto de sus ilimitados anhelos y cuidados constantes, preferentemente
Fuerteventura y Lanzarote. Esporádicamente, sucedió con La Gomera y El Hierro,
en determinadas ocasiones extraños sucesos, sintiendo la necesidad de regular
la arribada a ellas de tales visitantes con fines ilícitos de poder y
amedrentamiento.
Santa Cruz de La Palma. Detalle |
Nos detendremos en la observación de cada uno de los
baluartes, prestando especial interés a la evolución de su estado material en
el transcurso del tiempo. La revalorización de estas construcciones es
importante, ya que la mayoría han desaparecido o han sido medianamente
restauradas por el espacio cultural suscripto a favor de la ciudadanía.
Sostener su mantenimiento no fue una tarea fácil de llevar, se recurrió a la
ayuda del vecindario mediante derramas populares, aparte de la escasa
aportación del exterior. La defensa se centró en la capital por su amplia bahía
y, por lo tanto, ser el punto más vulnerable de la misma, ya que por su
orografía abrupta constituía un obstáculo natural insalvable. Adentrándonos en
Tazacorte y en la zona limítrofe por su interés comercial, ingenios y
trapiches, y cercanía, por iniciativa privada se construyeron algunas
edificaciones para protección de las incursiones por mar.
Los planes defensivos del archipiélago fueron
una primicia para el ingeniero militar italiano Leonardo Torriani (c.
1560-1628), quien hizo un informe detallado del puerto como escala y circuito
del azúcar y vitivinícola entre América y Europa. Por tal motivo, se extendió
la atracción y establecimiento de ricos comerciantes europeos y sus familias
belgas, flamencos, portugueses, franceses, castellanos y algunos genoveses.
Castillo Real de Santa Catalina |
El trabajo recomendado por el rey Felipe II (1527-1598), tuvo
efectividad en la segunda mitad del XVII y durante el XVIII y XIX por su estado
calamitoso con un aspecto ruinoso y poco sostenible para la misión a cumplir.
Según un inventario muy somero de estas instalaciones, su artillería escaseaba
por el número de piezas y calidad del material, unido a lo relatado
anteriormente, se necesitaba una urgente sustitución, reparación y
reconstrucción, puesto que con el estruendo de los propios cañones se
resquebrajaban las paredes por su mal estado y, aparte, sumando las avenidas de
los barrancos circundantes, furia del mar y agentes meteorológicos de extrema
intensidad.
Había cinco castillos y otras tantas baterías, reductos y
fuertes a lo largo de la orilla, en total nueve, desde el extremo norte hasta
el sur de la ciudad, y oeste insular. La necesidad de ellos y ellas decayó en
decremento y desaparición de casi todas. Las contiendas desarrolladas en sitios
concretos resultaron ser de distintas maneras de concebir el coraje de los
milicianos, unas veces finalizadas en derrotas y otras en victorias
inmortalizadas en las páginas escritas.
Castillo de Santa Catalina. Detalle |
Desde el tiempo de los Reyes Católicos ya hay constancia de
hechos piráticos, abriendo el frente a gran escala fue Jean Fleury, o Florín,
uno de los secuaces de un tal Ango que, desde suelo francés, dirigía una
empresa de piratería. En 1522, entre las Azores y nosotros se encontró barcos
mercantes sin protección, que regresaban de México con gran cantidad de oro y
alhajas, entre ellas la famosísima “cámara de Moctezuma”. El hecho causó alarma
en el Reino, que demuestra la dureza de la comunicación del emperador Carlos I (1500-1558) hizo a las Cortes de Valladolid al año siguiente. A partir de entonces se
empezó a tomar medidas para proteger los navíos de Indias, que viniesen o no en
convoyes.
Fueron bastantes los ataques sufridos desde 1537, una vez
rotas las hostilidades entre la monarquía francesa y la española. Los galos
azotaron con cierta insistencia en la ruta americana, al mando de un almirante
monsieur Bnabo. Sucediéndole lo mismo que a Florín y teniendo conocimiento de la llegada
de naves al puerto, procedentes del nuevo continente y que transitaban con
variados productos de exportación, fueron rechazados en su acercamiento por el
Teniente del Gobernador Diego de Rebolledo con ayuda de galeones, al mando de
Bernardino de Lezcano y del piloto portugués Simón Lorenzo.
Parroquia de San Francisco |
Francois Le Clerc “Pie de Palo” en 1553 penetró con facilidad
en tierra, en la entonces villa de El Apurón, porque se carecía de defensa con
fatales consecuencias, dedicados al pillaje y al robo de los edificios más
importantes como conventos, iglesias y muchas viviendas particulares,
ocasionando unos daños incalculables en dinero y joyas sustraídas. Abandonaron
el asedio perpetrado llevándose cautivos a un buen número de oriundos. La
tradición popular eleva al entorno de lo mítico los acontecimientos y hazañas
de los naturales en defensa de su ínsula. Así, el impacto de los primeros
momentos, la ocultación y desesperación pronto dejó paso a la valentía de los
habitantes personificada en la legendaria figura del garafiano Baltasar Martín
(c. 1520-1553), que inmortalizó su nombre y memoria, hombre ferviente y de celo
religioso. El hecho ocurrido puso de relieve el ínfimo sistema defensivo y por
consiguiente la imperiosa necesidad de dotarla de una mínima estructura.
Posteriormente siguieron las tentativas, aunque no tuvieron
los mismos resultados de la anterior. Tras la guerra y aun a pesar de la paz
firmada por España (Felipe II) y Enrique II (1519-1559), Francia, en 1559, continuaron
haciendo acto de presencia por estas aguas. Por supuesto, Jacques de Sores dejó
el sello de sanguinario en el cruento sacrificio de los cuarenta jesuitas,
Mártires de Tazacorte o del Brasil, acaecido el 15 de julio de 1570 en las
costas de Fuencaliente, encabezados por el padre, luso, Fray Ignacio de Acevedo
(1527-1570), que habían partido de Portugal con destino a las Misiones
brasileñas.
No podemos proseguir, ignorando, la detención en 1560 en la
rada de la dársena de John Poole y Thomas Champney, ingleses que se habían
hecho famosos por sus tropelías y en 1563 John Hawkins, paisano de los otros,
protagonista de un curioso incidente de confusión con otro compatriota llamado
Edward Cook, por estas partes conocido como “Duarte Cuque”.
Castillo de la Santa Cruz del Barrio |
Más tarde, en 1585, en el enfrentamiento entre nuestro rey de
la dinastía Habsburgo o Casa de Austria e Isabel I (1533-1603) de Inglaterra, se sufrió los
embates de Francis Drake, que motivó una reunión extraordinaria del ente
insular, 4 de noviembre, en la que se acordó pasar revista a los
acuartelamientos y establecer turnos de vigilancia de las compañías como
medidas de seguridad. El día 7, la flota se presentó a la vista de todos como,
también, una segunda vez, habiendo sido rechazada con las municiones y pólvora
disponibles.
No cesaron los acosos atraídos por la atractiva mercancía
embarcada en las bodegas hacia diferentes destinos. Una vez perpetrado el
intento de arribada del holandés Pieter Van der Doez en 1599, debido a la
negativa de Felipe III (1578-1621) a negociar con las Provincias Unidas y su
orden de apresar todo barco con tal pabellón. En 1618 los bagañetes tuvieron un
amago de entrada en sus aguas por medio de berberiscos. Los asedios dentro de
la bahía, 28 de diciembre de 1633, y de argelinos en 1690 pusieron inquietos a
los habitantes en la voluntad de conseguir una estabilidad y pronto
restablecimiento de la portada fortificada por el frente marítimo.
Castillo del Barrio del Cabo. Detalle |
Ya pasado más de un siglo, concretamente en 1706, el
avistamiento de los anglosajones fue frecuente, encargados de quitar el sueño.
En plena Guerra de Sucesión lo hubo, causando el consiguiente temor y por lo
que las autoridades sostuvieron algunos meses sus milicias sobre las armas en
prevención a la amenaza. La situación imperante en estas décadas propiciaba a que
no, sólo, las grandes aglomeraciones contribuyeran a perpetuar el clima de
inseguridad, sino que las pequeñas rapiñas, constantes, pusieron a prueba la
paciencia de los defensores. En 1740 y
1743 se acentuó en parajes solitarios con el fin de conseguir medios necesarios
para proseguir sus fechorías.
Hasta hace muy poco se ha hecho referencia al ataque a Puerto
Naos (1740), en el marco de la confrontación bélica entre españoles y
británicos, que se conoce como “la guerra de la oreja de Jenkins”. El 9 de
diciembre fueron avistadas frente a la villa de la parte oeste dos naos de tal
nacionalidad, que el 11 pasaron a ser cuatro. Descendieron a tierra, a la
jornada siguiente, y perpetraron varios robos y otros asuntos.
Tres años más tarde, en 1743, Charles Windman, capitán y
comandante jefe de escuadra de la armada naval del rey inglés, tras acercarse a
La Gomera y Tenerife, estuvo frente al litoral capitalino el 9, 10 y 11de
junio, sin poder ejecutar sus deseos.
Artilleros milicianos. Recreación |
Definitivamente hacemos los pertinentes comentarios sobre el
estado de continuidad de los distintos medios preparados de La Palma hasta el
momento actual. La Torre de San Miguel fue la más antigua que se levantó y una
de las remotas edificaciones militares del archipiélago canario, debiéndose
cimentado en la primera mitad del XVI. Se situó a la entrada en la plazoleta
del muelle, al borde del desembarcadero. Era de dos plantas con envigado de
madera y de estructura arquitectónica poligonal.
En 1528 se inició el castillo de Santa Catalina, siendo la
segunda obra de esta índole en el territorio insular. Desde el punto de vista
arquitectónico presentaba una planta casi elíptica en cuyo centro se alzaba un
cubelo con tejado de pizarra y un pequeño puente levadizo. A consecuencia de
una riada del barranco de Las Nieves, en 1665, fue declarado en situación
ruinosa. Un año después por la visita del Comandante General se expresó por
medio del Teniente de Corregidor su reedificación, empezando en 1685 y acabando
en 1692, según los planos de 1585 de Torriani.
Santa Cruz de La Palma. Litoral |
El de Santa Cruz del Barrio o del Barrio del Cabo fue en
prevención de una arribada por el costado norte, donde existía una ensenada con
abrigo y un camino hacia el núcleo urbano, entre 1579 y 1582 con notable
rapidez. Presentaba un deterioro pronunciado en 1659, producto de los efectos
naturales, manteniéndose, así, hasta la centuria siguiente y para no perderse
se remodeló varias veces. En enero de 1924 se consideró inadecuado para el
servicio y en junio de 1946 fue cedido en usufructo al Ministerio de Obras
Públicas.
La muralla norte de la antigua Villa del Apurón fue rematada
junto al fuerte anterior por Juan Álvarez Fonseca entre 1579 y 1582. Se
extendía a las Dehesas y hacia su mitad se abría la puerta de comunicación a
Maldonado o de Puntallana, que se conservó hasta 1923.
No se sabe exactamente la fecha en que se alzaron el de San
Miguel o de Puerto Naos como el reducto de Juan Graje, aunque en 1590 se tenía noticia de ambos, ubicados en el
municipio del oeste de la Isla. Han desaparecido y se encontraban al margen del
cauce del Tinisque (Tenisca), el primero, y el segundo en la boca de las
Angustias, al pie de El Time, dejando, en medio, la caleta de pescadores.
Fueron propiedad de los dueños de ingenios de azúcar en aquella zona. El 14 de
julio de 1618, repelieron una escuadra turca y, también, el 15 de agosto de
1800 una goleta francesa. El menor fue destruido en 1920 por considerarlo foco
de infección de la peste bubónica y, el mayor, en 1941 por obstrucción a la
carretera de Argual.
Castillo de San Miguel del Puerto |
El afán de defender el litoral le llevó al Capitán Jacques de
Bier erigir un fortín, ahí el nombre de “Fuerte de Jacques”, en la institución
del mayorazgo de la finca titulada Las Norias. Se conocía por San Jacques o de
San Roque, entre otros nombres. Las ruinas a principio del XX permitían
apreciar unos muros formando redientes, que probablemente fueron sustituidos
por un mejor trazado, surgiendo la de Nuestra Señora del Carmen, situada más
abajo en el caudal del mismo apelativo, en 1573. Por Real Orden de 2 de enero
de 1924 se dio por inadecuada para los servicios del Ejército, pasando a
depender, en 1936, del Ministerio de Hacienda.
En 1568, junto al margen de la correntía del Socorro, se veía
la silueta de San Carlos, que fue derruido por una crecida del cauce, el 22 de
noviembre de 1694, y fue desmantelado en 1742. Al ser arrasado por el motivo
aludido se acordó reedificarlo en 1743 en la Punta del Castillo como Fuerte de
los Guinchos (Breña Baja), durante el reinado de Carlos III (1716-1788),
estando en pie hasta 1942.
Más cerca del recinto portuario, en las laderas del risco, en
el lugar de La Caldereta, se encontró Paso Barreto o de Bajamar, lugar donde
Leonardo, a fines del XVI, proyectó un potente baluarte. Se declaró inadecuado
en 1924 para sus funciones asignadas, siendo vendido en 1949. En su cercanía
figuraba la Portada Sur, que era cerrada con llave a la hora de la queda con
objeto de impedir la entrada y salida de personas durante la noche.
Castillo Santa Catalina. Maqueta |
La defensa por mar estuvo a buen recaudo por medio de las
baterías, distantes unas de otras, a través de la Marina como la de San
Antonio, Alameda o Santa María de Savolla, Los Clérigos o San Pedro y Méndez o
San Felipe. Enajenadas y deshechas en la década de los cuarenta por el
resurgimiento de la Avenida Marítima.
El torreón de la pólvora, supuestamente levantado en 1587, en
la Cuesta de Calcina por necesidad de ubicar dicho material explosivo en sitio
seguro por imposibilidad de hacerlo en el recinto principal. Sufrió serios
desperfectos en la madrugada del 20 de diciembre de 1896 a causa de una
intencionada explosión y posterior incendio, según relata en sus crónicas Juan
Bautista Lorenzo Rodríguez (1841-1908).
Y, por último, en el Real ex convento franciscano de la
Inmaculada Concepción se cierra el complejo capítulo de valor patriótico. El
análisis de este entramado es estudiado desde la perspectiva del estado
defensivo a la situación geoestratégica, convirtiéndose tempranamente en un
nudo importante de tráfico marítimo y de los intereses internacionales.
Consecuencia de ello fue el constante asedio, durante más de tres siglos, de
acciones militares, corsarias, amenazas y rumores de invasión, que motivó y
preocupó, quedando reflejada por y para siempre.
BIBLIOGRAFÍA:
-HISTORIA DE LAS
FORTIFICACIONES DE LA ISLA DE LA PALMA. José Manuel Castellano Gil, Francisco Javier Macías Martín
y José Juan Suárez Acosta. Premio de Investigación Histórica JUAN BAUTISTA
LORENZO RODRÍGUEZ. Excmo. Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. 1990.
-ANUARIO DEL ARCHIVO
HISTÓRICO INSULAR DE FUERTEVENTURA (TEBETO). Anexo 7. Piratería en Canarias: Francis Drake. 2014.
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