Con nostalgia nos desplazamos y con alegría peregrinamos al
lugar mariano por excelencia de La Palma, a través del barranco, donde
convergen nuestros sentimientos y pensamientos por siempre de agradecimiento,
devoción y fe. Un solo espíritu en unión de miles de almas, que cada quinquenio
fluye en sentido contrario, pero en la misma dirección, del mar al monte. El
cauce se desborda en señal de amor a una Madre y en signo de pleitesía a la
Morenita.
Se va la Virgen al Real Santuario, cargado de historia que
desempeña en nuestra isla una función espiritual única y trascendental, con la
mirada puesta en nuestros corazones o viceversa, añorando la anhelada estancia
por las calles adoquinadas de Santa Cruz de La Palma, que supo acogerla con los
brazos abiertos. En las Cuatro Esquinas media vuelta y aplausos con vítores y
lágrimas llenan de suspiros y deseos la procesión de retorno.
Amanece el 5 de agosto y es un orgullo de los palmeros
acompañar a su Patrona, en una senda tortuosa bajo un sol de mediodía. Se ha
defendido los privilegios de la Señora a través de los tiempos y de sus
habitantes.
Es invocada en la Iglesia, que con un trato íntimo la acerca
a los cristianos que enseguida siente la caricia amorosa. Conforta la mirada
maternal inundando su vida de ilusiones y esperanzas. Es distintivo de todo
católico creyente recuperar el coraje para seguir adelante.
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