fecha

 

domingo, 24 de abril de 2016

LUZ SOBRE NUESTRO PASADO

El Roque de Idafe. Taburiente
                              En todo lugar se esconden secretos que no siempre están ligados a la leyenda y los misterios. La Historia escrita con mayúsculas nos guarda muchas lecciones que deberían ser aprendidas por los alumnos de cualquier nivel desde las aulas, que desconocen quienes fueron los antiguos pobladores de nuestras islas Canarias y en que marco cultural o social se desenvolvieron por olvido de los planes de estudios. Desde hace tiempo se andan buscando por afanados expertos respuestas a una serie de preguntas. Nos cuesta mucho entender el porqué no queremos recordar ni valorizar el patrimonio de los españoles prehispánicos o canarios, que vivieron antes de la conquista.
                              Para quienes se adentran en el estudio y la lectura sobre los viajes a este singular terruño, concretamente al suelo palmero, sabemos que hay nombres e identidades a fuerza de ser utilizados una y otra vez como recursos para acercarnos fielmente al pasado, que sirven de testimonios directos, son de una realidad vital y anhelada, puesto que nos resultan comunes, habituales y hasta familiares, trayéndonos a nuestra memoria retazos de este o de aquel episodio histórico  y del paisaje insular, que fueron rescatados por aquellos trotamundos durante su visita reflejando sus apuntes a través de la pluma, pincel o cámara fotográfica.
Miss Olivia Mary Stone
                              Nos remitimos a un estudio hecho por la distinguida escritora británica Miss Olivia Mary (Hartrick) Stone, que lamentablemente hasta hoy, ha sido imposible conocer algo de su biografía, porque al tomar el apellido del conyugue todo rastro de su quehacer pretérito ha quedado oculto, irlandesa y de 1855, probablemente fallecida en el último decenio del siglo XIX. Supo observar y criticar nuestra incapacidad de apreciar lo nuestro intrínsecamente en el mundo guanche. A veces, nos trae sin cuidado los aborígenes, escenarios de antiguas erupciones volcánicas o la curiosa vegetación foránea y autóctona, mostrando de alguna manera poco interés por este conjunto de cosas.
                              Autora del libro “Tenerife y sus seis satélites” editado en dos volúmenes en Londres en 1887 por Marcus Ward & Co. Limited con una reedición corregida y aumentada en 1889 en un solo tomo. En cuya obra nos relata sus impresiones sobre nuestro pasado.
Llano de Argual. Panorámica
                              Llegó al archipiélago el 5 de septiembre de 1883 junto a su esposo John Harris Stone, natural de Bath (Somerset),  nacido en 1853, conocido fotógrafo londinense. Arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife a bordo del vapor Paraná con credenciales de ser una de las mejores literatas del momento en relatos de viajes, haciéndose eco de su trabajo numerosos periódicos ingleses alabando su trayectoria.
                              El 12 de octubre del año mencionado zarpó para La Palma en el Matanzas, que era un pequeño velero y demorándose casi cinco días por falta de viento. Escribió una extensa, completa y minuciosa descripción de la vida cotidiana de los habitantes isleños, asuntos públicos, educación, historia y paisaje. El motivo de la presencia de alguien de prestigio no era de exploración científica, sino, simplemente, de interesarse por la cultura y costumbres.
Acueducto de Argual
                              De manera somera indicamos los datos tomados por la pareja en el recorrido hecho, siguiendo los principales núcleos de población. Comenzamos por el suroeste, Los Llanos de Aridane, en donde fueron recibidos por la familia de Sotomayor y Fernández, los hermanos Miguel y Manuel, que les trasladaron a su hacienda del llano de Argual, recorriendo un sendero al lado de un canal bastante ancho, tupido de exuberantes helechos y flores silvestres por el agua derramada, mandado a construir por los dueños como beneficio de sus propiedades, desde donde admiraron las fabulosas vistas de la Caldera de Taburiente y alcanzando el Roque de Los Muchachos, habiendo subido por el barranco de Las Angustias con las dificultades naturales de paredes escarpadas abruptamente, escribió: “La vista es grandiosa, tanto que, si pudiera transferirse a algún lugar cercano a Inglaterra, pronto se convertiría en una atracción universal…”. Alabaron la limpieza del centro urbano, cuyas casas eran bastantes buenas y habían dos plazas, la más cercana a la iglesia con bancos. Elogiaron a sus acogedores amigos, porque daban trabajo a muchísimas personas en el cultivo de la caña de azúcar, té, café, viñas, tabaco y alimentos necesarios para la vida diaria. Era evidente la existencia de ingenios y explotaciones agrarias cuya producción son los productos agropecuarios.
Caldera de Taburiente. Pared interior
                              En la zona del noreste lo hizo por Los Sauces, escribiendo: “Subimos caminando por una colina hasta un caserío llamado Los Lomitos, donde hay un molino de agua y desde donde se tiene una vista muy bonita del pueblo y desde allí contemplamos, abajo, la plaza de Montserrat, de la que están muy orgullosos los habitantes. Es una plaza muy elegante para un lugar tan pequeño. A un lado se encuentra una colina con el terreno en bancales y a la derecha un magnífico drago […]. Abundan los árboles verdes que añaden belleza al pueblo, y el aspecto general queda realizado por el mar azul al fondo. Los Sauces está situado a 800 pies sobre el nivel del mar”
Iglesia antigua de Montserrat
                              Durante el trayecto visitó un molino del cual dijo: “Aunque el interior del molino no es muy diferente del interior de los molinos de viento, no obstante vale la pena señalar que el agua, y no el viento, lo que proporciona la fuerza motriz. Este artículo tan escaso e indispensable es aquí tan abundante realmente que puede desperdiciarse en hacer girar un molino y en regar los árboles de la plaza de abajo. Desde luego, Los Sauces debe sentirse muy orgullosa y agradecida por su abundante suministro de agua”. Subieron algunos escalones y viendo la acequia, que conducía el líquido transparente hasta la rueda de moler. En su parte alta había colocada una cruz como era usual a 250 pies de altura sobre el pueblo, desde donde se divisiva una hermosa vista con extensas plantaciones de cebollas que por su cercanía a la capital eran llevadas para su exportación.
Parroquia del Rosario. Barlovento
                              Encontrándose con un entierro de una niña de corta edad, a su vuelta del paseo mencionado, contempló un conjunto de hábitos pueblerinos propios de aquí por la manera de llevar el féretro, acompañado por otros niños y niñas a los acordes de una marcha fúnebre    
                              Habla del interior del templo mariano con cierto detenimiento a la disposición de los enseres de culto y, sobre todo, al igual que lo hará posteriormente en el homólogo de San Andrés, sorprendida por los exvotos de cera u otros colgando en una columna.
                              En la siguiente jornada partió a Barlovento, cruzando el cauce de la Herradura, que es “una garganta bastante atractiva, agua y árboles”, en dirección a la costa. Divisando el faro, sólo, se interesó por la gente y su entorno, quizás motivado a lo relatado por su compatriota Charles Edwardes.
Templo de San Andrés. Villa
                              Habiendo estado dos días decidió volver a Santa Cruz de La Palma e hizo su primera parada en la histórica villa, que era realmente el puerto marítimo del enclave anterior, que “es un lugar más antiguo que Los Sauces pero como, por desgracia, no posee agua sino que tiene que abastecerse del barranco, está decayendo ante su rival más joven y más próspero. San Andrés es famoso porque posee la iglesia más antigua de La Palma. La visita mucha gente procedente de todos los puntos de la isla, que viene a que la cure el Gran Poder de Dios, favor que concede a los que visitan la iglesia”.
                              Del templo parroquial y en aquel entonces con pila bautismal anotó lo siguiente: “Como en Los Sauces, aquí también hay muñecas vestidas y figuras de cera colgadas alrededor de una columna particular. El piso de la iglesia es de ladrillos rojos y blancos, colocados entre trozos oblongos de madera. También nos mostraron unas imágenes talladas de San Juan y de la Magdalena y una talla de tamaño real, de un Cristo yacente, en una caja de madera: El Cristo muerto lo llamaban. […] Estas imágenes fueron hechas y regaladas a esta iglesia por un hijo de la Ciudad. Fuera, en el patio de la iglesia, crece el eucalipto, curativo y aromático. Cerca de la iglesia se encuentran las ruinas del convento de la Piedad. Su último monje, San Francisco (franciscano), murió alrededor de 1867”.
Santa Cruz de La Palma
                              Prosiguió su marcha: “descendemos al barranco de San Juan y llegamos al mar en la desembocadura de la garganta. El barranco es escarpado y yermo, con fachadas muy empinadas donde sólo crece el cardón. Desde Los Sauces hasta la capital el terreno está cortado por una serie de barrancos. Afortunadamente, no son, en general, muy profundos; no son inmensos como la mayoría de los que existen entre Guía y Adeje, en el sur de Tenerife. El segundo era el de La Galga, cuya bajada era bastante mala. Había rocas en el fondo formando montículos y en las cuevas de cada lado se refugiaban las ovejas. Al subir por el otro lado descubrimos una cueva habitada”.
                              “Santa Cruz de La Palma o, como la llaman invariablemente por toda la isla, la Ciudad, se encuentra sobre una ladera inclinada, con sus casas blancas, de azoteas, elevándose unas sobre otras, agrupadas al pie de las montañas…”
                              Finalizando su estancia se fueron a Santa Cruz de Tenerife y de ahí, 15 de febrero de 1884, a Las Palmas de Gran Canaria para regresar a su país de origen a bordo del barco Trojan, dejándonos sus pareceres recogidos con pasión y extremadamente sinceros, quizás para algunos, con cruel certeza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario