Los orígenes de esta festividad litúrgica se remontan a la
institución hecha, después de muchísimas controversias y vicisitudes hostiles
acabadas en herejía, por el Papa Urbano IV (1195-1264) en 1264, para mayor
gloria y adoración externa de la Sagrada Forma, que por medio de la
Transubstanciación del pan y vino en Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo durante la Consagración eucarística, se pudo iniciar por los
primeros pobladores después de la conquista. Revistió una gran importancia este
culto a Su Divina Majestad (S.D.M.) entre las familias palmeras siguiendo lo propuesto
por el Reino de Castilla a todos los pueblos y ciudades de España.
Las calles principales de la Villa del Apurón (Santa Cruz de
La Palma) eran adornadas con toda clase de artilugios solemnemente para la
procesión del Corpus Christi, en un recorrido trazado con anterioridad, desde
la parroquia Matriz de El Salvador, por su entrada principal, frente a la plaza
de España. Llegada la tarde se procedía al desarrollo del itinerario en
profundo silencio y respeto con reverencia sumisa al Sagrado Misterio del Amor
de Dios.
Todas las artes, desde las plásticas a las literarias,
pasando por la música, que se hacían por tal digno cortejo, consistía en
exaltar y defender la veracidad del Misterio sacramental. Es una celebración
coincidente con una fecha de gran arraigo folklórico como es el solsticio de
verano, impregnándola de infinidad de ritos paganos. Además, de ese doble
significado religioso y el dado anteriormente, la fiesta al ser masiva ejercía
diferentes papeles sociales. Fue un reflejo de lo que interesaba mantener en el
viejo régimen de manera jerarquizada. Cada cual ocupaba el lugar
correspondiente según su status, siendo los más poderosos estar cerca del
Santísimo, mientras los demás se hallaban más alejados, en la comitiva, que de
una forma u otra se mantiene en la actualidad en todas las manifestaciones
públicas, según los protocolos referentes a las distintas autoridades representativas
asistentes.
En la Edad Moderna fue de gran esplendor público con un
carácter elevado de transformación y riqueza, siendo la celebridad más
importante por excelencia en el calendario festivo anual y referencia de otras
en el municipio capitalino y que servía de señas de identidad de los católicos.
Hasta bastante entrada la segunda mitad de la centuria
anterior, siglo XX, tuvo una apoteosis pronunciada. Se confeccionaban las
alfombras con pétalos, sal y otros materiales seleccionados cuidadosamente para
el deleite de los curiosos de contemplar un arte efímero, elogiando su
laboriosidad y esfuerzo en mostrar lo mejor en el entorno procesional.
La ornamentación de las primeras citas conservadas en la
historia se menciona cómo debe ser cuidada para gran decoro y disfrute, siendo
una obligación por parte del ayuntamiento dictar un bando municipal con las
normas a seguir y obediencia del vecindario. Las fachadas se adecentaban con
riquísimas colgaduras, creando un espacio bello y dignificado para dicha ocasión.
Otro elemento imprescindible fueron los altares o monumentos en el trayecto,
entre ellos citamos la elegante “mesa del Corpus” en la primera mitad del XIX
bajo la dirección del célebre sacerdote, presbítero ejemplar y orador afanado,
José Joaquín Martín de Justa (1784-1842), amigo íntimo y colaborador de Manuel
Díaz Hernández (1774-1863) en la reforma del interior de El Salvador, dejando
profunda huella por su sensibilidad arquitectónica. Se utilizaban con fines
decorativos y litúrgicos, ofreciendo al cortejo una ocasión para detenerse. En
el XVII y mitad del XVIII se utilizaban escaleras tapizadas con jarrones,
esculturas o tallas y objetos de plata, etcétera. Lo descrito conjuntamente con
la acumulación de fieles fue lo mejor que definió el esplendor de la misma, al
igual que el ejército con todo su efectivo humano ofrecía pleitesía en todo el
tramo con arma en manos y traje de gala.
La custodia en unas andas portadoras del precioso metal
blanco repujado, obra de orfebrería, sin duda su autoría se debe a un orfebre
canario, calificado como preciosa joya, propia de un maestro poseedor de una
categoría artística bien notoria. Al paso de la Sagrada Hostia todo paisano le
rendía respeto y adoración de rodillas.
Pasando a otro capítulo de cosas, hacemos mención de los
Autos Sacramentales, que por Castilla se extendió con gran pasión y admiración
en el contexto teatral, teniendo grandes talentos creadores como Lope de Vega
(1562-1635), Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), Diego Sánchez de Badajoz
(1479-1549), Tirso de Molina (1579-1648), Francisco de Rojas Zorrilla
(1607-1660), Agustín Moreto y Cavana (1618-1669), sor Juana Inés de la Cruz
(1651-1695)…
Este género es una muestra de carácter religioso de una sola
pieza, una clase de drama ceremonial y estructura alegórica, convirtiéndose más
eclesiástica y menos popular, prohibiéndose en 1765, que se comenzó en torno a
esta festividad y cuyo objetivo es honrar y exaltar la presencia real del Verbo
encarnado. Alcanzaron su máximo auge a lo largo del XVI y XVII para ir
decayendo paulatinamente. En la ciudad tenemos un claro ejemplo con el “carro
alegórico y triunfal”. Preclaro hijo fue Juan Bautista Poggio Monteverde
(1632-1707), que por su intensa labor en este campo literario y la alta calidad
de sus obras recibió de parte de José de Viera y Clavijo (1731-1813) el
nombramiento de “Calderón canario”. En algunos años fueron reproducidos por la
Escuela Municipal de Teatro a cargo de Antonio Abdo y Pilar Rey, entonces
directores del centro de enseñanza, que tantos éxitos consiguieron y constan en
la memoria de todos, ajustándose a los principios del manuscrito hecho por
dicho literato, laureado en la cima del saber isleño.
Entre los mandatos de la visita hecha por Juan Salvago
(1518-¿?), Arcediano de la Catedral de Canaria el 14 de junio de 1568, se
encuentra el siguiente: “Mando que el día de Corpus Christi a la puerta de la
Iglesia se haga un Teatro donde se ponga el Santísimo Sacramento con toda
decencia y ornato posible y en las gradas estén los Clérigos y Religiosos y
allí se hagan las representaciones, danzas y regocijos, y no queriéndolo hacer
allí vayan en su procesión sin esperar a más bajo pena de excomunión”(*).
El Ilustrísimo Señor Obispo don Francisco Martínez de
Ceniceros (¿1524?-1617) dice en el acta de su Visita Pastoral: “Porque algunas
veces se suelen representar comedias en la plaza de la misma iglesia antes de
andar la procesión, de lo cual se sigue que la procesión se hace tarde y con
mucho sol y vejación de los que van en ella, por cuya causa se lleva mayor
indevoción; mandamos que acabada la misa conventual con la solemnidad que a tal
fiesta se debe, se ponga el Santísimo Sacramento en la Custodia y andas que
para ello estarán aparejadas y luego se seguirá la procesión en la manera dicha
y anduviera las calles acostumbradas, y a la vuelta se podrá hacer la
representación que hubiere prevenida en la plaza de la dicha Iglesia para la
cual habrá un tablado en que se haga la dicha representación y en medio o a un
lado de él se hará un altar muy bien adornado donde se ponga el Santísimo
Sacramento con sus velas y candeleros de plata de manera que esté muy
decentemente, y a los lados del dicho tablado se harán dos diferencias de asientos,
el uno para los Clérigos y Religiosos, el cual se hará en la parte donde
estuviese el Santísimo Sacramento para que estén en su compañía, como
ministros suyos, y el otro se hará al
otro lado en donde se sentará el Cabildo de la ciudad y los demás que él
ordenare; pero se advierte que los dichos dos asientos sean iguales en la
altura y en el ornato, de manera que estén igualmente altos e igualmente
adornados porque así conviene en la reverencia del Santo Sacramento, y no es
razón que delante de él ni aún en otra parte los seglares tengan más
preeminente lugar y asiento que los ministros de Dios, lo cual mandamos que así
se haga y el Vicario no consienta lo contrario mandando si fuera necesario pasar
la procesión adelante sin aguardar la dicha representación y lo demás que viere
que conviene pare el dicho efecto; poniendo para todo ello las censuras y penas
pecuniarias que viese que convienen, bajo pena de diez ducados aplicados por
tercias partes Juez, denunciador y pobres vergonzantes”.(*)
Sin embargo de este abuso y profanación que todos los
Prelados toleraban, no permitían que las comedias se hiciesen dentro del
templo, aunque no estuviera patente la Santa Hostia, ya que algunos años hubo
muchas, puramente profanas, que no guardaban la compostura necesaria para tal
ocasión, sin que pasara por la censura.
Veamos como lo expresa el mismo Obispo, antes citado
(Francisco Martínez): “Mandamos que ni aquel día (Corpus) ni en ningún tiempo
del año se hagan comedias y representaciones dentro de la Iglesia, ni el
Vicario lo permita bajo pena de diez ducados aplicados por tercias partes Juez,
denunciador y pobres vergonzantes para lo cual podrá poner censuras y demás
penas que le pareciere y proceder con todo rigor de derecho; y lo mismo se
entienda en todas las Ermitas de esta ciudad y su jurisdicción […]. “Porque
suelen hacerse algunos años, algunas comedias indignas de representarse delante
del Santísimo Sacramento, mandamos que no se haga ninguna comedia, ni en la
dicha fiesta ni en otra alguna, sin que el Vicario la vea o la haga ver a
persona docta y de buen parecer, los cuales firmen, no solamente que no tienen
error ni cosa contra la fe católica, sino que es conveniente y digna de
representarse para el buen ejemplo y costumbres de los pueblos, y siendo tal se
podrá representar; y lo mismo mandamos que se haga en los entremeses que se
hubieren de hacer en la dicha comedia, en los cuales se advierte que aún que
sean regocijados, que no sean indecentes ni deshonestos ni provoquen vicios ni
malas costumbres…”. (*)
El epílogo de este memorándum no podría ser otro, sino dar un
salto hacia atrás para relatar lo que hoy, siglo XXI, parece imposible de asimilar
por las clases sociales. Sin duda surgen en el décimo séptimo siglo de nuestra
era unos gigantes, sufragados por el antiguo Cabildo de La Palma, que es el
origen de nuestros mascarones o cabezudos y los enanos de la Bajada de la
Virgen, Nuestra Señora de Las Nieves, que son descendientes de los primigenios
danzarines, enanos y enanas, de tales fastuosas tradiciones por lugares del
Reino y muy aplaudidos por la feligresía.
(*) Juan Bautista Rodríguez Lorenzo (1841-1908). Noticias para la
Historia de La Palma. Cronista Oficial de La Palma. Tomo III, pp. 39 y 40.
Santa Cruz de La Palma/2000.
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