Fueron unas construcciones necesarias hasta bien entrada la
segunda mitad de la centuria anterior. Imprescindibles para el sustento de un
hogar, en donde se recogía el agua de lluvia, siendo hoy parte esencial de
valor etnográfico y paisajístico. Muchas de ellas eran depósitos privados,
propiedad de las clases más privilegiadas del entorno de una ciudad o pueblo
rural, aunque algunas servían para el abastecimiento público por pertenecer a
las corporaciones municipales o de la iglesia.
El principal inconveniente, para cualquier núcleo poblacional
alejado de fuentes u otros medios naturales de obtención, desde siempre, de
dicho elemento ha sido un problema de primordial importancia debido a
situaciones geográficas, que implica no contar con las precipitaciones
necesarias provocadas por los vientos alisios, altitud, clima severo, altas
temperaturas o de periodos de sequías.
Los primeros pobladores canarios sobrevivieron a los
imperativos naturales de las islas por el ingenio creado al sometimiento y
necesidad del suelo, para uso y disfrute de embalsamientos controlados y
distribuidos equitativamente de los miembros y formaciones jerárquicas. El
sedentarismo de los grupos humanos en las diferentes zonas isleña viene dado
por la presencia en las proximidades de los asentamientos de nacientes,
fuentes, leres…, estos últimos se refieren a los charcos impermeables en los
cauces de los barrancos.
A veces pienso que es una metáfora por su realidad en el
pasado e irrisorio en el devenir del tiempo, rico y de sentido único, siendo un
patrimonio de la humanidad o, por lo menos, un Bien de Interés Cultural (BIC),
sin dejar de ser declarado Reserva de la Biosfera. Resumiendo lo descrito son
vestigios de un ocaso merecedor de elogios, nunca olvidados, para señalar un
paréntesis educativo de generaciones deseosas de enriquecer su bagaje cognitivo.
Su uso no fue, exclusivamente, agrícola y ganadero sino
doméstico para el aseo personal, cocina y saciar la implacable sed. En la calle Fernández Ferraz nos hallamos con una curiosa
y, al mismo tiempo, ingeniosa obra de ingeniería, depósitos subterráneos o
sucesión de albercas, bajo el nivel del suelo a base de piedra y presentan un
revestimiento de cal y arena, apareciendo cubierta por una bóveda de medio cañón
en ladrillos de barro, destinados al aprovechamiento de la lluvia, constituyen
una forma más de distribución y almacenamiento. Sirviéndose del desnivel de la
vía el rebose de las tanquillas superiores facilitaban el surtido de las
siguientes. De este modo los palmeros convirtieron un obstáculo orográfico en
un recurso para el desarrollo, al hacer fructificar la fuerza de la gravedad de
manera sencilla y funcional. Iban destinados tanto al consumo privado como
mancomunado y estuvieron activos hasta los años cincuenta, aproximadamente,
según consta en el Archivo Municipal por los pagos efectuados del impuesto
local.
Para finalizar, otros medios fueron los chorros,
tanques y sistemas de avanzada estructura, sin olvidar que la extracción de las
entrañas de la tierra se hacía por medio de profundos pozos y kilométricas galerías hasta encontrar
el objetivo propuesto en las denominadas bolsas. En El Roque (Santa Cruz de La
Palma), cerca de la urbanización Benahoare, se encuentra una perforación
vertical con fines industriales de explotación.
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