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domingo, 4 de junio de 2017

DE LA VELA AL VAPOR

Bahía de Santa Cruz de La Palma
                              Santa Cruz de La Palma nació de la bahía natural al socaire del Risco de la Concepción y esta realidad fundacional ha marcado su historia con un sello indeleble en el transcurso de los siglos a referirnos a su dársena. Desde siempre vivió para el mar y gracias a él la isla se propagó por tierras conocidas. Adentrarnos en el mundo de la navegación desde la existencia del hombre es constatar con nuestra tradición marinera a partir de varias centurias, que han dejado huellas para la gloria y conocimiento de la construcción naval en La Palma.
                              En los astilleros a nivel de playa surgió una industria floreciente de competición y vanguardia, que en la carrera de Indias cosechó grandes éxitos. Sus barcos construidos por fabricantes locales, carpinteros de ribera y por armadores, surcaban las aguas y unían puertos tan distantes como los de La Habana y Amberes. Para comerciar con el exterior la Corona de Castilla creó en nuestra ciudad, si bien por breve tiempo, el primer y único Juzgado Oficial de la Contratación de Indias en las Islas Canarias, muy al principio de 1564, al tiempo que las naves isleñas transportaban vinos y brea, principalmente, a los puertos de Hispanoamérica, trayendo de estos mismos y de Flandes pieles, plata… y objetos de estilo religioso.
Construcción de barcos
                              Esta cultura se traduce en el establecimiento de verdaderas dinastías de maestres, fabricantes y pilotos como las que ejemplifican las sagas de los Cano, Díaz Pimienta, Arozena Lemos y Henriquez, Casas Lorenzo, Rodríguez González, Fernández y otros tantos sin dejar de mencionar a los armadores como Manuel Yanes, artífices de la ingeniería que formaron auténticas familias de constructores y navieros de Fama, Mosquito, María Luisa, Zaragoza, La Verdad… Se trata de una transmisión con altibajos que llegó a los albores del novecientos con gran arraigo en la memoria colectiva  de los palmeros, cuando la fabricación de a vela, decayó a favor por la competencia de los grandes vapores, que monopolizaron el comercio y tráfico nacional e internacional.
Barco de velas. Dibujo
                               Los primeros intentos registrados de mover una embarcación mediante una máquina de vapor o turbina se produjo en el último cuarto del XVIII, pero no será hasta los primeros años del XIX, cuando un ingeniero estadounidense, Robert Fulton, hace una propulsada por una rueda movida con la fuerza de tal energía. Su aparición supuso toda una revolución universal, ya que no dependía tanto de vientos y corrientes. Los primeros trasatlánticos eran de la mencionada motricidad, rindiendo con eficacia en los parámetros del servicio ejercido, que gracias a ellos se popularizó el vocablo “vapor” para referirse a tales siluetas.
Barco movido a rueda. Dibujo
                              Existe un documento de 1695 en el Archivo General de Simancas (AGS), (Valladolid-España), en el cual hay constancia de una tentativa de 1543 por parte del español Blasco de Garay de propulsar la galera “Trinidad”, de 200 toneladas de desplazamiento, movida por medio de seis ruedas de palas. Sin embargo, dicha propuesta pasó al olvido por el poco interés habido y hasta finales de la dieciochesca centuria no existieron ningún tipo de ellas fiables y eficientes.
                              En 1803 John Stevens desarrolla la aplicación a una transmisión con hélices, teniendo claro que el futuro cambiaría a esta modalidad mecánica. Supusieron un notable avance en la conquista de las rutas con independencia de la climatología. Además, cambiaron por completo la fisonomía del nuevo invento de la época.
                              Pocos vapores, así se conocían por todas partes, se hallan en activo, dedicados a viajes de turismo o conservados como museo. Entre ellos se ha restaurado el antiguo correíllo “La Palma” y hacemos mención del “Valbanera” hundido en 1919.
Antiguo vapor correíllo La Palma 
                              En las últimas décadas del decimonónico serían piezas insustituibles en fenómenos como el afianzamiento de un mercado mundial o en los intensos procesos migratorios, que llevaron a varios millones de europeos a poblar Argentina, Australia o los Estados Unidos de América.
                              Corrían mayores distancias con menor tardanza a comparación de sus antecesores, acortando espacios, reduciendo costes y permitiendo que la mercancía llegara en mejor estado. La garantía de la distribución en el correo subiría enteros. Generaron más seguridad en el transporte e hicieron más rápido el conocimiento de las noticias de ese entonces.

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