Desde los albores del Renacimiento y los repuntes del
modernismo europeo se viene manteniendo que hay formas, objetos,
manifestaciones plásticas esencialmente visuales y sonoras, que son denominadas
obras de arte, mientras son admitidas
como tales, teóricamente con normativa estética y reflexión histórica. Todos
los demás, que no estén directamente originados por las artes mayores: arquitectura,
escultura y pintura, son consideradas como artes menores, estéticos u ornamentales y
decorativos. Los primeros entran
directamente a formar parte de una colección o museo y los segundos, sólo, como
algo complementario y de rango secundario, en el caso de que sean objetos
perennes, ya que los otros con vida fugaz y efímera no son coleccionables.
En este conjunto de pensamientos concretos hacemos un
análisis, aunque al mismo tiempo una síntesis y la crítica en busca de unas
normas para el enjuiciamiento frente a un público, receptor o consumidor,
anónimo y poseedor, por compra o por simple contemplación, de algo resurgido
del taller artístico.
Consecuencia de las grandes colecciones principescas o
eclesiásticas, inversores privados o colectivos, almacenan aquellos exvotos,
ofrendas religiosas, lenguaje de la fiesta cívico-devocional o, simplemente,
producida para ser popular, se consideran obras válidas en sí mismas, por las
condiciones de rareza de técnica, singularidad, antigüedad o documentos
culturales pertenecientes a épocas pasadas. Se guardan, restauran y exponen
como restos de otras sociedades.
Así se ha producido el hecho de que desde una perspectiva
diferenciante, por un extremo se considera la actividad hacedora de las cosas
que cubren las necesidades vitales, trabajo, ciencia y técnica y por el otro el
amplio mundo de la creatividad artística, es el medio por el que llegamos al
resultado final. Uno de los defectos cometidos es que se olvida el goce,
función significativa o simbólica.
El esfuerzo de la historia del arte se justifica por la
dificultad que entraña la explicación de los objetos artísticos: fuentes
literarias, documentos, dataciones, estudios de formas, estilos, agrupaciones
por escuelas, lecturas iconográficas, contextualizaciones sociales y
económicas, búsqueda de mecenazgos, estudios sobre las mentalidades de tiempos
anteriores, comentarios lingüísticos…, que exigen del historiador ser un
catalogador, sociólogo, portador de la cultura, dialogante de las imágenes,
lingüista, arqueólogo, antropólogo o restaurador de piezas.
No se suele tener en cuenta otras manifestaciones, que
estructuran la celebración festiva, escenificando los códigos figurados y los
sistemas. Nos referimos al espacio de consumo estético, elementos plásticos en
los que el ser humano sirve de soporte y a los materiales, que componen el
escenario: vestidos, peinados, perfumes, determinados maquillajes y pinturas,
alimentos y comidas especiales, luz, vegetales, aire y agua. Todos ellos
profusamente utilizados en la vida privada y pública, perfectamente descritos
en los ritos festivos por el carácter efímero, posibilitando unas formas de
comportamiento y exteriorización.
Finalizo con la transcripción a modo de resumen:
-“El arte
efímero es el resultado de una serie de técnicas que, más que fabricar objetos,
genera producciones; su valor, como obra, reside precisamente en ser consumido,
literalmente, en una experiencia comunicativa que agota la obra. Y el arte de
relación es per se (sic), paradigma de lo efímero y, en última instancia,
efímero él mismo. No existen en él experiencias inmutables, porque sus
significados cambian con el tiempo. Las grandes obras del arte espacial de
relación, […] no son aptas para conservarse en museos, sino para aumentar la
calidad de vida a nivel de goce. Lo que puede archivarse y coleccionarse es
justamente la imagen de lo vivo, y no lo vivo.
-En muchas culturas, el uso que se le da a los objetos que
nosotros definimos como su arte, no tiene nada que ver con el que se le da en
las nuestras, y una de las formas de usos frecuentes que se observan es la de
hacerlos desaparecer: existen aborígenes que, tras pintar laboriosamente las
cortezas de los árboles, las sepultan; esquimales que tallan delicadamente
colmillos que luego tiran; indios, como los navajos, que confeccionan pinturas
con arena y otros elementos para, una vez finalizada la ceremonia mágica en la
que intervienen, ser destruidas; e incluso, en una civilización tan
desarrollada como fue la azteca pueden encontrarse obras que se crearon y
dispusieron para que no las viera nadie, como el relieve de la base de
Coatlicue, una de las obras maestras del arte escultórico.
-Lo efímero en el arte, cuando no el arte efímero, no es un
concepto ni tan nuevo ni tan extravagante como pueda parecer a primera vista.
Lo que en cambio sí es sintomático, y merece una profunda reflexión, es el
hecho de que sus obras hayan sido marginadas por más de dos siglos en nuestras
culturas por parte de las mentalidades academicistas” (Fernández Arenas: 1988;34).
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