En un principio se dedicó a la Ginecología y Obstetricia,
posteriormente, coincidiendo con un notable auge de la cirugía en varios países
de Hispanoamérica. Se perfeccionó como galeno en Cuba, en la ciudad de
Cabaiguán, situada en la antigua provincia de Santa Clara, en donde instaló la
Clínica del Doctor Camacho, en la que, en 1914, practicó una gastroenterostomía
a un paciente con una úlcera pilórica. No obstante, tomó y desempeñó la
dirección del Hospital de Maternidad e Infancia de La Habana.
Por las múltiples obligaciones adquiridas y las tantas
responsabilidades a desempeñar en pro del bienestar social, se casó por poder,
el 7 de julio de 1915, en Santa Cruz de La Palma con Austreberta García Camacho,
dejando en matrimonio dos hijas, Juana y Berta.
Después, pasado bastantes años, se trasladó a su isla natal,
el 28 de julio de 1932, y en Santa Cruz de La Palma ejerció la cirugía en el
Hospital de Dolores y en su clínica privada, que llevó por nombre Clínica
Camacho. Fue el primer cirujano que realizó en Canarias la Colecistectomía y la
Gastrectomía cuando todavía en España no se practicaba esta última.
El doctor Pérez Camacho falleció, el 6 de noviembre de 1957,
en Santa Cruz de Tenerife, prestando sus servicios en los siete últimos años de
su vida profesional en la Clínica Capote y en la Clínica Bañares, ganándose en
ese tiempo un merecido reconocimiento profesional por lo que la capital
provincial rotuló con su nombre a una de sus calles.
Poseedor de la encomienda y placa de la Orden de Sanidad, el
Excelentísimo Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma no quiso quedarse atrás y
lo distinguió con la Medalla de Oro de la Muy Noble y Leal Ciudad capital
insular y, también, rotuló una de sus calles, cercana a la Clínica que llevaba
su nombre y fundada por él, actualmente sede del Centro de Salud, considerada y
puesta en valor recientemente como una joya arquitectónica, obra de Miguel
Martín Fernández de la Torre, arquitecto grancanario, que por parte del
Consistorio se pretende conservar y proteger, y le erigió un busto de bronce,
ubicado en La Alameda, haciéndose una reproducción del mismo para estar como
referente en el exterior de la casona rústica, cita en las proximidades del
Llano de la Cruz, obra del escultor palmero Domingo José Cabrera Benítez
(1971).
Antes de finalizar quisiera indicar, que durante algún
tiempo fijó su residencia en el barrio de La Canela, San Sebastián,
concretamente, en la calle que lleva el nombre del Santo Mártir romano,
haciendo esquina con la calle de San Miguel o denominada antiguamente por el callejón
de las Monjas, que lindaba a través de un muro con la huerta del convento
femenino de las Reverendas Madres (RM), de la Orden Dominica o Catalinas,
porque dicho cenobio religioso se llamaba así, Santa Catalino de Siena, bajo su
advocación y protección.
‘Corrían los viejos tiempos de los años treinta. La vida
transcurría por estas latitudes, como diría el poeta, pacífica y tranquila,
monótona y serena.
Los guardadores de la salud pública, los médicos de Santa
Cruz de La Palma, eran entonces pocos, pero de una gran formación profesional y
humana. Algunos formados o especializados en el extranjero, […].
En una ciudad pequeña y, por tanto, con pocos lugares de
esparcimiento, pese al lustre intelectual de la isla, los médicos sentían la
necesidad de reunirse en algunos momentos para sostener cambios de impresiones,
contarse casos y cosas de la profesión y solicitarse pareceres y consejos
útiles en su práctica diaria.
Con esa finalidad, un grupo de galenos de la ciudad, en
connivencia con su compañero titular de Mazo, don Francisco Martínez de la Torre,
decidieron alquilar una casa terrera con patio central, austeramente dotada,
donde periódicamente se reunían los discípulos de Hipócrates para dar riendas
sueltas a su buen humor, echar una cana al aire y cargar las pilas para
proseguir su labor entre la humanidad doliente […].
Anécdotas como ésta se repetían con frecuencia en las
simpáticas reuniones que justificaban la existencia de aquella casa donde se
encontraba, de cuando en cuando, lo más sobresaliente, agudo y humorístico de
la clase médica comarcal.
Lástima que el correr de los tiempos haya acabado con estas iniciativas para sustituirlas por el agobio, las prisas y la agonía del reloj, que impone, desgraciadamente, la nueva civilización. El hotel Garrafón sigue en pie con escasas modificaciones’.
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