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domingo, 16 de noviembre de 2025

UN PROFESIONAL DE PRESTIGIO


                              Escribir sobre una persona de tanta importancia en el desarrollo de su vocación y responsabilidad en el bregar de la vida y conocimiento científico, un profesional de gran prestigio, como lo resaltamos en el biografiado palmero de cuna y convivencia, que abrió con sobresaliente decisión cosechando éxitos en grado superlativo. Sus padres fueron Germán Pérez de la Concepción y Juana Camacho Arceo. El joven canario se trasladó a la isla caribeña de Cuba a estudiar la carrera de Medicina, dándose a conocer con rasgos de grandeza, abriendo un amplio horizonte de prosperidad en el futuro proyectado desde el presente, impulsado por la inquietud de la juventud y de las ambiguas circunstancias en aquel país.

                              En un principio se dedicó a la Ginecología y Obstetricia, posteriormente, coincidiendo con un notable auge de la cirugía en varios países de Hispanoamérica. Se perfeccionó como galeno en Cuba, en la ciudad de Cabaiguán, situada en la antigua provincia de Santa Clara, en donde instaló la Clínica del Doctor Camacho, en la que, en 1914, practicó una gastroenterostomía a un paciente con una úlcera pilórica. No obstante, tomó y desempeñó la dirección del Hospital de Maternidad e Infancia de La Habana.

                              Por las múltiples obligaciones adquiridas y las tantas responsabilidades a desempeñar en pro del bienestar social, se casó por poder, el 7 de julio de 1915, en Santa Cruz de La Palma con Austreberta García Camacho, dejando en matrimonio dos hijas, Juana y Berta.

                              Después, pasado bastantes años, se trasladó a su isla natal, el 28 de julio de 1932, y en Santa Cruz de La Palma ejerció la cirugía en el Hospital de Dolores y en su clínica privada, que llevó por nombre Clínica Camacho. Fue el primer cirujano que realizó en Canarias la Colecistectomía y la Gastrectomía cuando todavía en España no se practicaba esta última.


                              Miguel Pérez Camacho (1882-1957), nació en la ciudad de Los Llanos de Aridane, isla del Señor San Miguel de La Palma, el 8 de febrero de 1882. Miembro de la Sociedad Nacional de Cirugía y de la Sociedad de Estudios Clínicos de Cuba, donde se publicaron dos de sus trabajos: ‘Un caso de Histerectomía de Útero a término’, en 1925, leído en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y ‘Notas Quirúrgicas’, en 1930.

                              El doctor Pérez Camacho falleció, el 6 de noviembre de 1957, en Santa Cruz de Tenerife, prestando sus servicios en los siete últimos años de su vida profesional en la Clínica Capote y en la Clínica Bañares, ganándose en ese tiempo un merecido reconocimiento profesional por lo que la capital provincial rotuló con su nombre a una de sus calles.

                              Poseedor de la encomienda y placa de la Orden de Sanidad, el Excelentísimo Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma no quiso quedarse atrás y lo distinguió con la Medalla de Oro de la Muy Noble y Leal Ciudad capital insular y, también, rotuló una de sus calles, cercana a la Clínica que llevaba su nombre y fundada por él, actualmente sede del Centro de Salud, considerada y puesta en valor recientemente como una joya arquitectónica, obra de Miguel Martín Fernández de la Torre, arquitecto grancanario, que por parte del Consistorio se pretende conservar y proteger, y le erigió un busto de bronce, ubicado en La Alameda, haciéndose una reproducción del mismo para estar como referente en el exterior de la casona rústica, cita en las proximidades del Llano de la Cruz, obra del escultor palmero Domingo José Cabrera Benítez (1971).

                              Antes de finalizar quisiera indicar, que durante algún tiempo fijó su residencia en el barrio de La Canela, San Sebastián, concretamente, en la calle que lleva el nombre del Santo Mártir romano, haciendo esquina con la calle de San Miguel o denominada antiguamente por el callejón de las Monjas, que lindaba a través de un muro con la huerta del convento femenino de las Reverendas Madres (RM), de la Orden Dominica o Catalinas, porque dicho cenobio religioso se llamaba así, Santa Catalino de Siena, bajo su advocación y protección.



                               El broche lo quiero hacer con una anécdota del doctor Miguel Pérez Camacho, que Miguel Hernández de Lorenzo Muñoz, redactó en su libro titulado Recuerdos, anécdotas y leyenda del tiempo que se fue y en sus páginas 90, 91 y 92 con la denominación El Hotel Garrafón:

                              ‘Corrían los viejos tiempos de los años treinta. La vida transcurría por estas latitudes, como diría el poeta, pacífica y tranquila, monótona y serena.

                              Los guardadores de la salud pública, los médicos de Santa Cruz de La Palma, eran entonces pocos, pero de una gran formación profesional y humana. Algunos formados o especializados en el extranjero, […].

                              En una ciudad pequeña y, por tanto, con pocos lugares de esparcimiento, pese al lustre intelectual de la isla, los médicos sentían la necesidad de reunirse en algunos momentos para sostener cambios de impresiones, contarse casos y cosas de la profesión y solicitarse pareceres y consejos útiles en su práctica diaria.

                              Con esa finalidad, un grupo de galenos de la ciudad, en connivencia con su compañero titular de Mazo, don Francisco Martínez de la Torre, decidieron alquilar una casa terrera con patio central, austeramente dotada, donde periódicamente se reunían los discípulos de Hipócrates para dar riendas sueltas a su buen humor, echar una cana al aire y cargar las pilas para proseguir su labor entre la humanidad doliente […].


                              En aquellas reuniones en las que se hablaba de todo lo humano y divino, cada uno contaba su caso más curioso y reciente. Así, en una ocasión, el doctor Pérez Camacho relataba con cabreo palmero y chispa cubana cómo recientemente le habían llamado para asistir a un parto en domicilio. Al llegar a la casa, se encontró con un panorama desolador, carencia de todo, menos de mujeres alrededor de la parturienta, que la atendían entre risitas y medias palabras. Al preguntar que dónde estaba el marido o padre de la criatura, que ya berreaba junto a su madre, las mujeres disimulando la risa le contestaron: ¡Vaya usted a saber…!, y le aclararon, a continuación, que no se molestara en pasar facturade honorarios, pues allí no había un céntimo, don Miguel, irritado por la frescura y las risitas de las señoras, montó en cólera las increpó y les dijo, para aquel parto normal, bien podrían haber acudido a una comadrona y no al médico más caro de la isla. Como de cualquier forma no íbamos a pagar a nadie, le contestaron riéndose, elegimos el mejor. Las carcajadas de la concurrencia médica, al oír el relato del doctor, se oyeron desde la plaza.

                              Anécdotas como ésta se repetían con frecuencia en las simpáticas reuniones que justificaban la existencia de aquella casa donde se encontraba, de cuando en cuando, lo más sobresaliente, agudo y humorístico de la clase médica comarcal.

                              Lástima que el correr de los tiempos haya acabado con estas iniciativas para sustituirlas por el agobio, las prisas y la agonía del reloj, que impone, desgraciadamente, la nueva civilización. El hotel Garrafón sigue en pie con escasas modificaciones’.

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