Pétreo dedo, que nos señala
lo más alto del cielo
con tus entrañas abiertas
al vacío
envuelto de compases y melodías.
El bronce tenso y frío
vomita el lamento
o la alegría,
asambleas y comuniones,
llanto y gloria.
Tus tañidos simplemente
revoletean
como notas destilando,
gota a gota, la pureza
de pasión y memoria fervorosas.
Campanario de Santo Domingo,
inmemorial,
crisol de estampas centenarias,
testigo fiel de añejas historias
y de inquebrantable fe.
Balcones y campanas,
armonía,
sublime melancolía
hasta la cúspide consagrada
vertiendo sombra y sones.
Ecos de voces aladas,
susurrantes,
a las brisas de la mar cercana
clamarás noche y día
con singular nobleza.
Pero escucha lentamente,
lentamente,
el tiempo de la existencia
con nívea indiferencia
en paulatino latir.
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