
La placidez de una
alfombra extendida entre llanuras y montañas, cantada por boca de trovadores,
ávidos de pregonar a los cuatro vientos la belleza del almendro en flor. Prados
adormecidos por las caricias de la brisa y del sol, sueñan en conquistar a la
diosa fortuna en dulces flujos de ansiosos néctares, transformados copiosamente
en exquisitos manjares. Febrero de repente amanece envuelto de embrujo, magia y
color jugando, como si se tratara de un cónclave de musas, al misterioso
complejo cromático con nuestros ojos.