La ciudad celebró
el pasado domingo, 2 de junio, el Corpus Christi de forma tradicional y
religiosa. Salió a la calle en manifestación de fe el cortejo procesional,
hermanadas las parroquias capitalinas de El Salvador y San Francisco, que fue
un sentir más el amor a Jesús Sacramentado, presente en la Sagrada Forma y
realmente expuesto en la custodia en medio de unas bellas andas de plata
repujada, obra maestra de la orfebrería canaria.
Los niños y niñas
de la Primera Comunión de ambas comunidades parroquiales le daban la nota de
solemnidad al recorrido, modificado hace algunos años, y al son unísono de los
acordes musicales. El aire oloroso por el vaporoso incienso manifestaba con
gestos de satisfacción una jornada festiva transformada en vivencia con fotos
para el álbum familiar.
Vestidos blancos
llenaban la candidez de los protagonistas principales, que relucieron en el
arcoíris de las ofrendas florales, alfombras, confeccionadas a los pies de los
respectivos pórticos. Pregonaban el esfuerzo y buena voluntad de extender
pequeñas obras en el suelo enlosado de las plazas y adoquines del estrecho
acceso al ex real convento franciscano de la Inmaculada Concepción (1508) y,
así, glorificar al Dios del Amor, al igual que los pétalos caídos desde las
ventanas y balcones.
Descansamos en
los verdaderos pilares de la historia cuando descubrimos nuestra identidad en
el pasado y hacemos, entonces, inventario de lo heredado. Creer no es ser más
ignorante que los demás, más bien al contrario, respondiendo al ser de cada uno
de nosotros, insertándose armoniosamente en nuestra vida.
El cariño y respeto a lo nuestro es el
mejor reflejo de los valores cívicos de este pueblo culto y el reto por lo
adquirido de los antepasados, don de la sencillez del pan y el vino, signo de
fraternidad en la espiga y uva. La víspera y ornamento de los templos se
olfatea en los rostros de vecinos unidos por un sueño colectivo. La riqueza de
Santa Cruz de La Palma se halla en los cristianos, que saben impulsar lo
ancestral vertebrado en una estructura personal y social, capaces de generar
una cultura de la solidaridad, impregnada, creyentes o no, de sensibilidad a lo
novedoso y misterioso del momento.
Lo mismo que en
otros lugares el ayer no fue igual, en la década de los cincuenta, según
recuerdo, el Ejército rendía pleitesía al Paso eucarístico y el ambiente
artístico era muy distinto, sumergiéndonos en una serie de enseres y
costumbres, alegorías a las virtudes y referencias sacras. Las viejas
ordenanzas de estar las vías barridas, regadas, tapizadas, enramadas y, no obstante,
perfumadas nos diferencian en el tiempo y espacio.
El patrimonio de
la conservación a la ilusión de algo, que trasciende más allá del carácter
sagrado y participativo con materiales naturales cromáticos y literarios, se completa
con la ingente labor de Juan Bautista Poggio Maldonado o Monteverde
(1632-1707), máximo exponente de las Letras del Barroco en Canarias, con los
autos sacramentales. José de Viera y Clavijo (1731-1813) lo llamó “el calderón
canario”, por ser un fiel exponente del literato Pedro Calderón de la Barca
(1600-1681).
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