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domingo, 1 de junio de 2014

UN ANDALUZ EN LA PALMA

Diego Robles. Fotógrafo
                              No sé si el destino nos conduce hacia determinada decisión o, por el contrario, somos marcados por el designio involuntario de una fuerza invencible. Sea o no previsible  la trayectoria, no se puede augurar su final. Es una función acometida dentro de una realidad palpable e inusitada: evocar ausencias y sentir nostalgias, aunque el momento sea solo un rápido vuelo, un lejano horizonte o un relámpago fugaz. Ese espacio de tiempo lo hacemos perenne, transformándolo en un mensaje lleno de claves y de historia.
                              Diego Robles Ortega (1925-2014) fue un Quijote recorriendo caminos y, además, popular, bohemio, caballero y prometedor de sueños. Todo un prestidigitador en lo espontáneo del plano de la imagen. Desde más de medio siglo se engrosa el acervo cultural palmero con el legado casual captado por nuestro protagonista, a través de su herramienta de trabajo: la fotografía.
                              El fotógrafo no se ausentó de sus raíces, pero afianzó lo amado en el corazón. La isla y la persona se fundieron en un abrazo para siempre. Los recuerdos alegres de su infancia iban unidos a seres especiales que nada tenía que ver con la familia cercana. Fueron años de ilusiones e iniciativas.
                              Murió donde tenía que hacerlo en La Palma y decidió emprender el viaje definitivo desde el hermoso terruño del Atlántico, dejándose abrazar por el aroma singular hecho de mar, tea, retamas, lava, tierra labrada y lluvia apacible. Quiso para sus últimos días la grata caricia de la brisa isleña y el abrigo de la cumbre, es que no podía ser de otra manera. Amó como pocos la pequeña patria, que supo enamorarlo, y lo hizo siempre con total entrega, nunca supo de condiciones. Relanzó su elegante humildad en su callado y constante quehacer, que se puede apreciar en múltiples ejemplos coherentes y diáfanos. 

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