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domingo, 19 de julio de 2020

NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN Y SANTA CRUZ DE LA PALMA

Ermita del Carmen. Barranco
                               En el acontecer diario de nuestra capital isleña irrumpen enérgicos los primeros destellos estivales para ser el punto de encuentro con el origen histórico y el fervor mariano. La tradición pervive en el ánimo de los hombres para agradecer profundamente los favores recibidos por una Virgen marinera, que ha sido designada Patrona de la Marina Española y de las gentes del mar.
                              Misterioso lenguaje es el que nos habla los documentos y, algunas veces, la leyenda que constantemente se rememora con la curiosidad del inquieto estudioso y del intrigado ciudadano, que se adentran en el conocimiento de la singularidad histórica o huellas de nuestro Patrimonio Artístico Cultural Cívico o Religioso. Es ante todo pasión festiva, que cada año celebramos como la Fiesta del Carmen, en distintos puntos de Santa Cruz de La Palma.
Imagen de J. M. Silva
                              Empezamos con la ermita del barranco de Maldonado, del último cuarto del siglo XVIII, que fue construida como un oratorio en una hacienda privada, propiedad del presbítero Isidoro Ferrera Arteaga de la Guerra. La fábrica es un recinto almenado a varias aguas y un campanil sobre la puerta principal, con arco de medio punto y de piedra rojiza, balconada al estilo de la arquitectura religiosa palmera. Hoy en día, tanto el templo como el cauce llevan el sagrado Nombre de la imagen mariana, de candelero o de vestir, atribuida a Juan Manuel de Silva Vizcaíno, que se venera en dicho paraje agreste y pastoril. El inmueble se encuentra al abrigo del margen occidental o montaña circundante en la umbría rocosa, cuyas aguas desembocan en el azul océano Atlántico, circunscrita al Real Santuario de la Virgen de Las Nieves.
                                Santa María, ruega por nosotros, nos invita a ser apóstoles, mensajeros y testigos del Evangelio de la vida y de la paz. Sea siempre la llama, que nos acoja con un corazón sincero, sencillo y con ojos misericordiosos, que abra sus brazos, como alas al viento, para que podamos caminar en peregrinación entre alientos y malezas, circundados por verdes laderas, mecidas por el susurro de la brisa. De las viejas campanas surge el manantial esperanzador, deleitándonos en los rezos, que se confunden con el aroma del incienso y la confianza en las miradas de quienes suplican por la protección del enfermo, marginado, inmigrante y necesitado. Su hermosura sea el crisol de sosiego y diálogo, remanso de hermandad, conduciéndonos a la eterna morada como fulgor inmenso de amor.
Capilla. El Salvador
                               Por último, tañen alegres llamadas de fiesta desde la torre de El Salvador. Insoslayable es la esbelta talla de la Señora del Monte Carmelo, que se apresura hacia la bahía para ser embarcada solemnemente entre sonoras sirenas y aplausos pletóricos, cómplices e inolvidables en el corazón de todos. Se trata de una pieza policromada de gran valor artístico, estilo clasicista con marcado acento barroco, esculpida en 1824 por Fernando Estévez del Sacramento. Fue la joya de Los Realejos (Tenerife), de procedencia genovesa, la fuente de inspiración de su homónima. Dicha imagen vino a sustituir a la anterior, que está en el templo de San Telmo con la advocación de La Luz, siendo el autor el mismo de la del extremo norte.
                              Sugiere a todos los cristianos hallar la verdadera identidad de María, Madre de Dios y nuestra. Espejo divino de justicia que intercede por nosotros, porque nada tendría sentido si no resplandece desde la altura. Impregnada del olor a sal, ha visto pasar muchas ilusiones, esperanzas, tristezas, tiempos de bonanzas y periodos de mar revuelta.
Fernando Estévez. 1824
                               Desde su altar recoge las cientos de plegarias, ruegos, promesas y gratitudes de los que la nombran a diario, la gente buena que atesora humildad y no aspira a nada más que a vivir sanamente, ganándose el pan de cada día y regalando bondad a quien lo pida.
                              Expuesta al culto el 4 de julio del citado año decimonónico, con su mirada maternal supo revivir su devoción hasta nuestros días, gracias a Manuel Díaz Hernández, quien se propuso hacerlo, según su programa de reformas espirituales y materiales, puesto que en la segunda mitad del XVIII había decaído notablemente.
                              Constituye, por supuesto, una plena satisfacción contar con el apoyo del frágil recuerdo de mi contumaz memoria para comentar de un pasado memorable, ligado a la veneración de bellas tallas marianas. Es acontecer repleto de entusiasmo, trabajo, colaboración y de tantas manifestaciones por las calles y rincones, quedándonos atónitos ante el derroche de muchos sacrificios convertidos en auténticos vítores a la Reina de los Cielos. Sin olvidar ser parte integrante del ayer y presente, vinculado a la pauta del tiempo, penetramos en las entrañas de un antaño que ha dejado un rico legado.

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