Ermita del Carmen. Barranco |
En el acontecer diario de nuestra capital isleña irrumpen
enérgicos los primeros destellos estivales para ser el punto de encuentro con
el origen histórico y el fervor mariano. La tradición pervive en el ánimo de
los hombres para agradecer profundamente los favores recibidos por una Virgen
marinera, que ha sido designada Patrona de la Marina Española y de las gentes
del mar.
Imagen de J. M. Silva |
Empezamos con la ermita del barranco de Maldonado, del último
cuarto del siglo XVIII, que fue construida como un oratorio en una hacienda
privada, propiedad del presbítero Isidoro Ferrera Arteaga de la Guerra. La
fábrica es un recinto almenado a varias aguas y un campanil sobre la puerta principal,
con arco de medio punto y de piedra rojiza, balconada al estilo de la
arquitectura religiosa palmera. Hoy en día, tanto el templo como el cauce
llevan el sagrado Nombre de la imagen mariana, de candelero o de vestir,
atribuida a Juan Manuel de Silva Vizcaíno, que se venera en dicho paraje
agreste y pastoril. El inmueble se encuentra al abrigo del margen occidental o
montaña circundante en la umbría rocosa, cuyas aguas desembocan en el azul
océano Atlántico, circunscrita al Real Santuario de la Virgen de Las Nieves.
Santa María, ruega por nosotros, nos invita a ser apóstoles,
mensajeros y testigos del Evangelio de la vida y de la paz. Sea siempre la
llama, que nos acoja con un corazón sincero, sencillo y con ojos
misericordiosos, que abra sus brazos, como alas al viento, para que podamos
caminar en peregrinación entre alientos y malezas, circundados por verdes
laderas, mecidas por el susurro de la brisa. De las viejas campanas surge el
manantial esperanzador, deleitándonos en los rezos, que se confunden con el
aroma del incienso y la confianza en las miradas de quienes suplican por la
protección del enfermo, marginado, inmigrante y necesitado. Su hermosura sea el
crisol de sosiego y diálogo, remanso de hermandad, conduciéndonos a la eterna
morada como fulgor inmenso de amor.
Capilla. El Salvador |
Por último, tañen alegres llamadas de fiesta desde la torre
de El Salvador. Insoslayable es la esbelta talla de la Señora del Monte Carmelo,
que se apresura hacia la bahía para ser embarcada solemnemente entre sonoras
sirenas y aplausos pletóricos, cómplices e inolvidables en el corazón de todos.
Se trata de una pieza policromada de gran valor artístico, estilo clasicista
con marcado acento barroco, esculpida en 1824 por Fernando Estévez del
Sacramento. Fue la joya de Los Realejos (Tenerife), de procedencia genovesa, la
fuente de inspiración de su homónima. Dicha imagen vino a sustituir a la
anterior, que está en el templo de San Telmo con la advocación de La Luz,
siendo el autor el mismo de la del extremo norte.
Sugiere a todos los cristianos hallar la verdadera identidad
de María, Madre de Dios y nuestra. Espejo divino de justicia que intercede por
nosotros, porque nada tendría sentido si no resplandece desde la altura.
Impregnada del olor a sal, ha visto pasar muchas ilusiones, esperanzas,
tristezas, tiempos de bonanzas y periodos de mar revuelta.
Fernando Estévez. 1824 |
Desde su altar recoge las cientos de plegarias, ruegos,
promesas y gratitudes de los que la nombran a diario, la gente buena que
atesora humildad y no aspira a nada más que a vivir sanamente, ganándose el pan
de cada día y regalando bondad a quien lo pida.
Expuesta al culto el 4 de julio del citado año decimonónico,
con su mirada maternal supo revivir su devoción hasta nuestros días, gracias a
Manuel Díaz Hernández, quien se propuso hacerlo, según su programa de reformas
espirituales y materiales, puesto que en la segunda mitad del XVIII había
decaído notablemente.
Constituye, por supuesto, una plena satisfacción contar con
el apoyo del frágil recuerdo de mi contumaz memoria para comentar de un pasado
memorable, ligado a la veneración de bellas tallas marianas. Es acontecer
repleto de entusiasmo, trabajo, colaboración y de tantas manifestaciones por
las calles y rincones, quedándonos atónitos ante el derroche de muchos
sacrificios convertidos en auténticos vítores a la Reina de los Cielos. Sin
olvidar ser parte integrante del ayer y presente, vinculado a la pauta del
tiempo, penetramos en las entrañas de un antaño que ha dejado un rico legado.
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