En esta época del año, ya que nos acercamos a la celebración de la Navidad, que para el cristiano significa un tiempo de venida o de espera, es de buena esperanza para compartir el amor con el allegado o con el que está más lejos. En el ambiente flotan los mejores deseos de regalar o recibir con alegría lo inesperado. Ese obsequio que hemos visto y no hemos podido adquirir y el color rojo de la flor de pascua, que nos seduce y apasiona, nos afloran en cualquier instante los sentimientos humanos que llevamos en el corazón. A la gente de la calle le intranquiliza la sociedad de consumo que nos envuelve en el alto índice de ofertas programadas.
Hagamos un paréntesis para hacer una reflexión sobre las palabras, tan bellas y emotivas, del poeta gomero Pedro García Cabrera (1905-1981):
“Lo que busco es un sueño de paz y asalmonada luna, que la luna sea igual para todos los hombres, y aun para los grillos y las nieves, para los sembrados y los rascacielos.
Que no se rescate un olmo con arroyos de sangre, ni se profanen palomas con mensajes de odio, ni me quemen la casa con ramajes de olivo”.
“Una paz que no tema las centellas del crimen, que no pueda arrancarme de los labios que amo, que no ponga en mis manos las armas del infierno, y que no me avergüence de las aguas que cantan, de las alas que vuelan y de mi propia sombra”.
Luego, sin más preámbulo y como epílogo, lo siguiente: “Dios no necesita nada del hombre, sólo que le abra el corazón para llenárselo de paz y de amor”.
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