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lunes, 16 de mayo de 2011

BEATO JUAN PABLO II

                              Sin ninguna duda me integro a los miles de católicos, que el pasado domingo, uno de mayo, en la Basílica y la Plaza de San Pedro se llenaron de alegría al ser designado “Beato” Juan Pablo II, Karol Józel Wojtyla Kaczorowska (1920-2005), 264 sucesor y que consta en el friso de la nave central del templo de San Pablo Extramuros, el segundo más grande de la capital itálica. Deseo hacer posible la semblanza de un hombre carismático, persona influyente y popular de los últimos tiempos. No me subordina en absoluto lo conocido por todos, para que tome la decisión no condicionada de mis sentimientos, manifestando las hondas impresiones personales hacia él. Las palomas del Vaticano, pregoneras de la paz y el fragor de un millón, aproximadamente, de seguidores y simpatizantes del sublime polaco, apodado Juan Pablo Magno, revoletean frenéticamente al unísono por el júbilo incontenible de las campanas.
 
                              “Juan Pablo II sencillo y grande en lo humano y en lo divino”. “Para la iglesia católica no es suficiente la denominada fama de santidad, esto es, la general convicción de los fieles sobre los méritos de un candidato que, en el caso de nuestro referente personaje, se manifestó abiertamente en los carteles que rezaban santo ya y que se exhibieron en la plaza de San Pedro el mismo día de su funeral, 2 de abril. Y también el milagro -que asimismo es necesario, ya que está considerado como el sello de Dios- se acerca en un segundo momento cuando la opinión de los teólogos, el consenso de cardenales y obispos y la convalidación del Papa han confirmado la posesión de las virtudes cristianas en grado heroico”.

                              Los pormenores cuentan y son esenciales para definir la vida de alguien, que supo dar al orbe un cambio radical con un sentido comunitario y de colaboración a la unión cristiana, dispersada por razones triviales. “¡Hombres y mujeres del tercer milenio!, dejadme que os repita: ¡Abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz”. Desde el mismo vértice del ángulo, completamente abierto a la ausencia de las hostilidades diversas y descomunales, nos alienta a la tranquilidad del orden establecido por Dios, que posee en su centro la dignidad inviolable de cada ser humano.

                              Conque convicción, según recuerdo la imagen surgida en mis pupilas, 16 de octubre de 1978, se asomó a la ventana, una vez proclamado Pontífice, sin triunfalismo. Anunciaba el derrumbe de viejas verjas cerradas al entendimiento de libertad a la fe católica. Así, seducido por el Hacedor, inmerso en la oración, cautivó por su fortaleza, dando testimonio de su dolor aceptado con amor y segura esperanza de su confianza en el Jesús misericordioso, en la iglesia y en nosotros, durante veintiséis años de pontificado.

                              Una madre que adquiere el sufrimiento y el dolor físico por sus hijos es merecedora de especial privilegio, no sólo en el corazón, sino a la vista de todos, porque fue quien hizo, ya que no existía imagen, decorar una de las paredes exteriores del complejo residencial con vista a la plaza mayor con un excelente panel (retablo) cerámico con Nuestra Señora, pura e inmaculada.

                              Joseph Alois Ratzinger (1927), Benedicto XVI, aludió a su antecesor en el podio del Apóstol, resaltando: “Su mensaje fue que el hombre es el camino de la Iglesia y Cristo es el camino del hombre”. Con ese mensaje que es la gran herencia del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), en enero de 1959 hasta su clausura en 1965 por Pablo VI, Giovanni Battista Montini (1897-1978), que fue uno de los eventos históricos que marcaron el siglo XX, el papa Wojtyla condujo al pueblo de Dios al tercer milenio.

                              “Restituyó la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de adviento, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”. Reivindicado en los encuentros con dos mujeres cruciales en el ámbito contemporáneo, como fueron Lucía de Jesús dos Santos (1907-2005), portuguesa, la última superviviente de los tres pastorcitos a quienes la Virgen María se les apareció en Fátima (Portugal) por primera vez el 13 de mayo de 1917, domingo, y metida a monja de clausura Carmelita en Coimbra tomó el nombre de Sor María Lucía del Corazón Inmaculado, y Agnes Gonxha Bojaxhiu (1910-1997), Madre Teresa de Calcuta (India), beatificada el 19 de octubre de 2003. Nació en Uskub, Imperio Otomano, actual Skopje (República de Macedonia) y que manifiesta lo siguiente: “Por sangre y origen soy albanesa. Por mi vocación pertenezco al mundo entero pero mi corazón pertenece por completo a Jesús”. Fundó la congregación las Misioneras de la Caridad en 1948 y en 1979 le concedieron el Premio Nóbel de la Paz.

                              Supo enviar con contundencia numerosos mensajes a las distintas clases sociales, sin usar la demagogia y el respaldo a la desavenencia, con el espíritu siempre firme de hacer y estar donde lo necesitaban y en el momento preciso exhortar con sus encíclicas, diálogos, audiencias, viajes… Apoyar en el convencimiento del florecimiento y decoro de la Eucaristía, constituyó un afán sin medida en el ánimo de un discípulo convencido de su conversión y agotado por el exceso de preocupaciones. Al final de su etapa dos hechos marcaron su eficaz trayectoria como Vicario de Jesucristo. Uno, fue la inauguración, 17 de octubre de 2004, domingo, de un “Año Eucarístico” y, otro, los nuevos Misterios del santo Rosario (luminosos), introducido en el devocionario presentado en la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” (el Rosario de la Virgen María). Explicó en dicho documento su decisión, definiendo dicha devoción como un compendio del Evangelio orientado a la contemplación del rostro del Maestro con los ojos de María a través de la repetición del “avemaría”.

                              Recién elegido pronunció aquella, hoy, ya famosa frase: “¡No tengáis miedo!”. Se calzó las sandalias del pescador de Galilea y se echó a andar por todas las orillas, mar adentro, en busca de pesca que fuera abundante por los cinco continentes. “¡No temáis, abrid de par en par las puertas a Cristo! -subrayó el Santo Padre- abriendo al Mesías la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”. Ayudó a no temer de la verdad, ya que es garantía del ciudadano libre.

                              Verlo tan cerca me produjo una sensación de satisfacción indescriptible. Los avatares padecidos habían impreso huellas en quien terminó con una tradición de cuatro siglos de precedencia italiana.

                              Mi periplo por la Ciudad Eterna comenzó el 23 de febrero al 2 de marzo de 2001, precisamente, cuatro años antes de su fallecimiento:

               Domingo, 25 de febrero: Junto al obelisco y delante de una gran pantalla asistí, mediodía, al rezo del Ángelus dirigido por S.S. desde una ventana de su estancia papal.

               Miércoles, 28 de febrero: Otra vez, se repite el mismo horario y el escenario anterior cuando me encontré con los Caballeros del Nuevo Milenio, que portaban en sus brazos a la Virgen Peregrina de Fátima bendecida por el Obispo de Roma. Y, por la tarde, 1 y media, yendo en tranvía me trasladé con la invitación pertinente al recinto religioso de Santa Sabina, pasando frente a los portales de San Anselmo y San Alejo, en donde asistí a la santa celebración eucarística de la imposición de la ceniza, concelebrada por aquel que me dio tan feliz ocasión de mi vida.

REFERENCIAS PERIODÍSTICAS:
               LA PRENSA. Revista semanal de EL DÍA. Sábado, 30 de abril de 2011, p. 4.

               DIARIO DE AVISOS (da). Lunes, 2 de mayo de 2011, p. 20.

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