La mirada amorosa
de la Madre, cual refulgencia venida del cielo, se hermana con el mar y es el
lucero que guía el sendero de los hijos fervorosos, clamando su clemencia por
ser portadora del mensaje redentor de Jesús en medio de la serena noche
septembrina. Se iluminan los aledaños de la vieja e histórica ermita y aparece
la Dama vestida de azul turquesa, bella, junto al santo Patrón, repartiendo
dulzura, esperanza y bendición a raudales en los rincones del barrio de San
Telmo.
Nuestra Señora de La Luz es santuario y
faro de muchos marinos, que con audacia cruzaron las inmensas aguas del
Atlántico de una a otra orilla, todos capitanes de altura o de la carrera de
Indias. Vaya el emocionado recuerdo a ellos y a los que constituyeron la
tripulación de la flota isleña, dando auge a la economía de La Palma. Fueron
seres caracterizados por su sencillez, responsabilidad y por su admirable
dominio del manejo de aquellos complicados trapos que permitían a las naves
surcar el anchuroso océano y dar al mundo una civilización. Su existencia
transcurrió, en esas lejanas fechas, sobre la movediza superficie “azul
turquesa”, salpicados de sal y bañados por la caprichosa y blanca espuma.
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