Consiste en conmemorar una hazaña a favor de la cristiandad, que entre los lugareños se denomina la “batalla de Lepanto” o de “moros y cristianos”. Se convierte en mantener viva la tradición mariana y en revitalizar el encuentro, arraigo, simbolismo, rito y religiosidad para recordar el evento como diría don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616): “la más alta ocasión que han visto los siglos”.
Durante la contienda contra los otomanos, según la transmisión testimonial, el papa Pío V invocó la intercesión de la Virgen en la lucha contra el infiel y se cuenta, que mientras rezaba el rosario, tuvo la premonición de la victoria de las armadas de la Santa Liga, lo que unió indisolublemente la advocación referida con esta batalla naval.
En ese lugar, golfo de Lepanto en el Mediterráneo oriental, el 7 de octubre de 1571, perdieron los turcos 224 bajeles, de los que 130 quedaron en poder de los aliados, unos 90 naufragaron y 40 lograron huir. Perecieron 25000 otomanos, entre ellos su jefe Alí-Bajá, quedando cautivos 5000. En el otro bando se perdieron 15 navíos y 8000 hombres. De ellos 2000 eran españoles, 800 pontificios y los demás venecianos. Lograron la libertad de 12000 prisioneros que llevaban los enemigos como remeros en sus galeras. Se da la circunstancia que el susodicho autor de la obra literaria “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” era cautivo y perdió su mano izquierda, por lo que es reconocido por el “manco de Lepanto”.
Sería imposible admitir la existencia de un pueblo sin entender su historia. Nos invita, las fiestas patronales en agosto, a venerar una bella talla flamenca, que por sus rasgos morfológicos y estilo se puede datar del primer tercio del siglo XVI, fecha probable de su ejecución o de su llegada a la vecindad. Esta pequeña y exquisita imagen ha sido realizada sobre madera policromada. De 90 centímetros de altura, incluyendo la peana, se nos ofrece de pie con su Divino Hijo, fuertemente asido por sus brazos en su costado izquierdo, formando una natural composición, mostrando túnica roja con flores y manto verde oscuro con hojarascas, llenos de adornos dorados de técnica estofada que cubre totalmente sus ricas vestiduras. En cambio el Niño aparece parcialmente cubierto con un paño marfileño decorado por motivos vegetales de color oro con similar procedimiento que la ropa de la Virgen. La Madre se cubre la cabeza con un velo blanco desprovisto de ornato, que cae sobre su hombro derecho y que es alcanzado por la extremidad de Jesús. El infante de cabellera rubia posee una postura de movimientos de líneas, poco común en la iconografía popular, sostiene un pequeño libro y coge el borde del tocado materno en clara intención de juego, mientras el rostro virginal acusa tristeza por la cara ovalada de grandes ojos y nariz alargada.
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