La enigmática historia del motopesquero canario es fascinante
y, al mismo tiempo, conmovedora por todas las circunstancias habidas y por
haber y los entresijos sucedidos durante algún tiempo, que formó parte de un
entramado drama social y, sobre todo, familiar, envuelto en el misterio de las
desapariciones. El alcance de esta desgraciada leyenda, porque así se convirtió
pasado los años, fue internacional. En varios países se publicaron en los
medios de comunicación la pérdida del mismo y, sin lugar a dudas, un suceso
único, no el más extraño de todos, pero sin resolver. Podríamos hablar de un
buque fantasma, que se une a la extensa lista de estos navíos.
Fue una bella estampa de una embarcación construida en madera
de pino palmero en el varadero de ribera de la capital insular y botada a
principios de la década de los sesenta del siglo XX, después de varias
vicisitudes se transformó, 27 de abril de 1966, para un apacible trasiego. Óptima
para las condiciones atlánticas y bastante capacitada, con una eslora de 13,80
metros por una manga de 3,65 dotada de una caseta para el timonel, un mástil y
un registro bruto de casi 20 toneladas. Realmente fue emblemática, porque
formaba parte de la vida cotidiana de la Villa y Puerto de Tazacorte. Su
catalogación en los parámetros de navegación, falúa o barco de pesca, se
consideraba superior para hacerlo en pleno océano y que las islas entre ellas
poseen canales, que con la influencia de los alisios y corrientes pueden hacer
peligrosas las travesías.
Las inmensas llanuras azules volvieron a callar el eterno
secreto, como otros tantos, no descifrados. Desde la localidad de origen, 20 de
julio de 1968, sobre las diecisiete, arribó en el embarcadero de Las Puntas en
Frontera (El Hierro) con plantones de plataneras para nuevas roturaciones, que
se hacían por emprendedores palmeros. A su regreso, día 21, a las dos y media
de la madrugada zarpó a un regreso sin retorno, que pudo haber culminado, en
circunstancias normales, siete horas después. En él lo hacían como tripulantes
Ramón Concepción Hernández (48 años), patrón, su hermano Eliberto (41) y el
primo Miguel Acosta Hernández (44), bagañetes y residentes. Se embarcó el
pasajero Julio García Pino (27), conocido de los otros, natural de El Paso y
mecánico de profesión, que volvía por circunstancias personales.
Una vez acaecido el posible naufragio sin rastro, ni indicio
de supervivencia, el propietario Rafael Acosta Arroyo lo puso en conocimiento
de la Ayudantía de Marina de Santa Cruz de La Palma y por medio de la Estación
Radiocostera de Canarias se alertó a todas las embarcaciones, que pudieran
ofrecer ayuda de rescate. Inmediatamente, el SAR empezó sus labores de búsqueda
y rastreo, con el despegue de un avión He-111 del Ala 46 y otras unidades en
vuelo de reconocimiento. El inmenso contingente de radioaficionados de una
orilla a otra del mar fue satisfactorio para aclarar las numerosas noticias del
hecho y desmentir los falsos rumores de esperanza e incertidumbre.
Los cuarenta y seis años y medio transcurridos suscitan preguntas
y especulaciones sin respuestas, ni conclusiones. Lo único cierto es, que las
investigaciones no aportaron nada positivo, acabando en el silencio
administrativo de un caso archivado.
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