El dicho popular nos dice: “En casi todos los conventos
femeninos hay una monjita incorrupta”. Puede ser cierto y yo afirmo haber visto
dos. Una de ellas es Sor Santa Ángela de la Cruz, María de los Ángeles Guerrero
González (1846-1932), en Sevilla y, la otra monja, Sor María de Jesús, María de
León y Delgado (1643-1731) en el convento de Santa Catalina de Siena en la
ciudad de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife). Murió en olor de santidad y
así se considera actualmente por los numerosos testimonios recibidos por
cientos de miles de peregrinos postrados ante su cuerpo venerado
incansablemente, atribuyéndosele muchas acciones milagrosas, aunque, aún, no se
haya pronunciado la Santa Sede por su beatificación, refrendado por la
Congregación de la Curia Romana para las Causas de los Santos.
Fue una religiosa dominica austera, hermana lega, que se ha
convertido en una de las figuras históricas de Canarias y tomada como
hipotético signo a favor del amor profesado al Padre, Creador del mundo, Hijo,
Redentor, y Espíritu Santo. Siento el calor y cariño a una imagen de vestir de
la Siervita expuesta el año pasado en Güimar, en el salón de plenos del
ayuntamiento tinerfeño, cuyo autor, imaginero-restaurador Domingo José Cabrera
Benítez (1971), consagró sus manos en elaborar una obra maestra con el sentido
de mayor perfección posible.
Deseo comentar la admiración sentida aquella tarde, 15 de
febrero, de un año no recordado visité y contemplé el sarcófago abierto,
cubierto de cristal, después de varias horas haciendo cola, mientras recorrí el
perímetro del recinto conventual, accedí al templo con expectación y ansia de
ver lo no visto nunca.
Se conserva en buen estado, desde hace más de dos siglos, con
tratamiento de aplicación de ceras por medios profesionales. A ella acuden a
ofrecer sus peticiones y ofrendas florales, agradecimientos y favores, por
cuanto hayan recibido. Es increíble y difícil de explicar la fe de los
fervorosos devotos.
En aquel momento de mi visita, mágico y único, noté en mi
interior una misteriosa atracción, que me sirvió de honda experiencia vivida,
porque cuando observo las rejas que separan el coro y sirven para indicarnos el
silencio claustral me persiste la nostalgia y soledad de ese encuentro, que
quisiera volver a tener.
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