¡Qué bonito recorrido por los lugares emblemáticos, rebosando
de arte, historia y misterio en la mañana que vi la Capilla Sixtina! La imagen me hizo pensar que el cielo luce el
manto puro de su realeza, porque goza plenamente de un encanto merecido. Las
grandes obras brillan con destellos de gloria y reflejos de ilusión, como saben
hacerlo por su fulgente origen, que sobre mi cabeza descargaban sueños de
complicidad, embriaguez y soledad. En aquel entonces surgieron en mí inspirados
pensamientos envueltos en deseos de gritar, al ver por primera vez la enorme bóveda
y estancia al completo. Las entrañas son atravesadas por un colosal museo, acariciado por las tranquilas aguas y aves en vuelo
de su rauda carrera. El sol vestía de oro la escena y el aire apenas movía el difuminado
carmín de sus márgenes. La vocación cultural se conjugaba hábilmente con lo imperial y religioso, recreando episodios apasionantes y trascendentales,
sobresaliendo el esplendoroso legado urbano de columnas, monolitos, teatros, palacios, edificios públicos,
arcos, plazas, fuentes… y el Coliseo. Hoy, se alza a la sombra de su
ilustre acontecer, que constituye un
patrimonio espectacular: la Piedad y el Moisés de Miguel Ángel, fuentes y baldaquino de San Pedro de Bernini… y las basílicas mayores (San Pedro,
San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor). Esta última
dedicada a la Virgen de Las Nieves
por referencia a un hecho ocurrido en las inmediaciones (nevada), celebrándose
la festividad el 5 de agosto.
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