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domingo, 12 de octubre de 2014

ARTURO MACCANTI

Arturo Maccanti. Retrato
                              No sé, según mi opinión, si moriría Arturo Maccanti (1934-2014) o el lagunero poeta. Escritor de ilusiones o de mañanas y tardes  ensombrecidas por la escasa luz y con olor a húmedas y herrumbrosas rejas, entrelazadas por paredes llenas de líquenes soñolientos, memoria adormecida por el arrorró del tiempo añejo y presente en cualquier rincón de La Laguna, donde asoma en los adoquines el tímido musgo.
Sencillo en su cometido de lector de sus propios poemas con énfasis espontáneo, necesario, para finalizar como uno de los grandes. Llegué a conocerlo y su serenidad me sedujo y condujo a lo más hondo de un mundo amante de la realidad íntima.
                              Cómplice de sueños en escondidos momentos al lado de su mesa de trabajo e inquieto en mirar y cerrar los ojos. Sensible y agradecido con una melancólica sonrisa, curioso, pendiente, buscador impenitente… Pienso, que no se ha perdido al enamorado de la Literatura, que le ha dado a las letras canarias un especial sabor configurado de la generación del cincuenta, sino al amigo que nos ha regalado versos, simples y bellos, hilvanados con coherencia de comunicar el entendimiento en los reflejos de soledad y del abandono plácido del alma. Humana voz conforma humano acento:
Arturo poeta. Dibujo
                              “Después de intensas horas de retiro, creando el último poema, que ahora brilla, como ascua, entre viejos papeles y libros apilados, sobre la mesa del gabinete exiguo, todo insomnio y tabaco, y un cierto, antiguo, reciente cansancio, me asomo al balcón de la noche otoñal de Guerea a que me dé el aire urbano, el cómplice silencio de la ciudad dormida” (NO ES MÁS QUE SOMBRA. Poesía. 1995, p. 51).
                              La tristeza de sus zapatos eran el romper la prosa y revestir un canto, y un grito por las calles. Un ronco sonido a bronce nos despierta un trozo de asombro. Cantaba dolido por su pobreza, con el olvido a su lado. Perdona los nuestros para transferir tus mismas palabras:
“Aquí estoy nuevamente en el dintel del día.
El día que amuralla este jardín de escorias
Iluminadas por la antorcha del sol,
estas piedras con signos que va borrando el musgo
el herbazal con verjas oxidadas.
Aquí vive el espanto.
¿Acaso no soy yo
el que dejó su lágrima de fuego
en este territorio desolado, aquel que ayer
pensaba que el rito intuido de la muerte
habría de volar el ave de todas las respuestas?"
                                     (NO ES MÁS QUE SOMBRA. Poesía. 1995, p. 35).

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