Situación en el mapa de la isla de San Borondón |
No sé que podría ser la presente narración en otro contexto
literario, algo imposible de explicar y de hallar su objetividad. La enigmática
isla de San Borondón fue y será, cuyas formas han sido divisadas antes de
desaparecer como por arte de magia al anochecer, un rompecabezas para muchos a
partir del hundimiento de la legendaria Atlántida. Hubo quienes, asegura, haber
puesto los pies en ella, que describirla con exactitud. Leonardo Torriani
(1559-1628) dibujaría en tiempos del rey Felipe II (1527-1598), gráficamente
con detalles relevantes y sugerentes, que cuenta el caso de un barco portugués,
que con una vía de agua en su embarcación, llegando a La orilla palmense desde
Lisboa en 1525, desembarcaron en la mítica tierra. Su descripción en términos
generales es carismática con matices misteriosos, como alargada y con colinas
dispersas, cruzadas por una baja cordillera.
Fue un acontecimiento la búsqueda de la misma por varios de
diversas procedencias europeas e intereses religiosos de anhelo inconmensurable
de creer en la existencia del Paraíso, predicho por el fraile irlandés san
Brandan, que con sus compañeros religiosos se introdujeron en ella para
celebrar La Pascua por su proximidad y oficiar los oficios preceptivos. Al día
siguiente dispuestos a hacerlo con la carne preparada, de repente, empezó a
moverse sigilosa sobre un gran pez, al igual que lo ocurrido con la ballena del
primer viaje de Simbad el Marino,
revelándole Dios al santo que era Jasconius, el primer ser poblador de los
mares. La tierra fantasma, real y convincente, que llevó al extremo de darle
una ubicación en la cartografía medieval con datos verídicos se formó, sobre
animales grandes, por cúmulos de materiales sedimentarios en donde crecieron
semillas arbóreas u otros vivientes, identificados por medios naturales.
Silueta. 1958-foto de Manuel R. Q. |
En 1958 se publicó en el prestigioso periódico ABC de tirada
diaria y con sede en Madrid, ámbito nacional y de línea conservadora, monárquica
y católica, una foto del promontorio errante en la lejanía, por primera vez,
autor Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971), según un reportaje de Luis Diego
Cuscoy (1907-1987), una de las figuras más destacadas del panorama arqueológico
canario reciente, que relataba las historias relacionadas con la Encubierta y
sus apariciones de la siguiente manera: “Hace
unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a
sotavento de La Palma, como antes, como siempre. El último dibujo de la silueta
de San Borondón fue trazado en el siglo XVII. Y, lo que son los tiempos, tres
siglos después, San Borondón ha sido fotografiada”. Entre Tazacorte y Los
Llanos de Aridane, señalaba la crónica. “El
afortunado fotógrafo, verdadero testigo de excepción, ha dejado fiel constancia
del hecho. Uno más que ha creído en la realidad de esa tierra fluctuante”.
Aún, durante más de media centuria, se siguen grabando sus
apariciones y comentadas en programas de televisión y radio. De lo que no hay
duda, a juicio de muchos, que es enigmática y fantasmagórica hasta tal punto,
arraigada en el imaginario colectivo del pueblo insular, que se la considera la
octava del Archipiélago. Hoy, sería un disparate afirmar que es una realidad
física.
Dibujo orográfico |
¿Qué hay de verdad? Es
la mayor incógnita que nos podríamos plantear ante un mito, que se ha
popularizado con rasgos de veracidad y asentamiento razonable de creencias y
decepciones a efectuarse infructuosas expediciones con resultados negativos con
respecto a su hallazgo. La aparición de entes inexistentes en medio del océano,
mares, ríos… es una de las constantes más habituales de mapas anteriores a la
normalización científica del estudio de la Tierra y su presencia en las cartas
geográficas o de navegación, que sobrevive a los demás relatos e ilustraciones,
que seguían manifestándose en los pergaminos y pliegues de papel los supuestos
islotes inexplorados en espera de que algún viajero los localizara y reclamara
para su señor.
Los cartógrafos la cataloga como “isla móvil” en todos los
sentidos, pero la particularidad más hermosa de esta ínsula inexistente es,
paradójicamente, que sí existe en la mente y corazón de quienes siguen viéndola
en el lejano álbum mitológico de sombras e ilusiones, en el transigir cotidiano
por alcanzar una visualidad creativa conforme a lo imaginado, y por ello su
permanencia está garantizada a lo largo y ancho de los siglos por más que el
racionalismo trate de menoscabar su imagen.
Representación mitológica |
Atraído por mis recuerdos de los que hago alusión, que
almaceno en mis conocimientos juveniles, oía y leía reiteradamente que emergía
por un fenómeno físico denominado osmosis, debido a su constitución
morfológica. Se hundía, una y mil veces, al fondo sobre la plataforma sumergida
de la corteza terrestre.
¿Es cierto, o no, los relatos transmitidos por aquellos, que
la han visto y han pisado su suelo? Tratemos con toda objetividad contar
algunas atractivas visiones: “Unos
viajeros franceses hicieron una de las primeras versiones del terreno. Asegura
Marín de Cubas (1643-1704) que estos marinos llegaron cuando hacían la travesía
desde Madeira hasta Gran Canaria. Desembarcaron en un puerto, no sabemos si era
natural o artificial, y aunque no vieron a nadie pudieron observar señales de
haber hecho fuego y encontraron tres bueyes atados a unos pesebres de piedra.
Durante su estancia cogieron naranjas, hierbabuena, mastrantos y agua fresca,
porque estaba atravesada por un río que alimentaba enormes y frondosos árboles,
espesísimas selvas, que llegaban hasta el mar y poblada de pájaros que no
tenían miedo de ser atrapados con las manos. Además, vieron huellas de gigantes
y restos de haberse celebrado una comida en platos vidriados” (Rincones
de San Borondón-Luis Regueira Benítez y Manuel Poggio Capote).
Visión de la isla fantasma |
El más
completo que se ha hecho fue de aquellos que se encontraron una cruz, dejada
por unos galos, que en 1560 hicieron en sus costas un palo mayor para sustituir
al que se les había partido por la tormenta acaecida en la ruta y convencidos
que estaban en la tierra del santo dejaron como testigo una carta, algunas
monedas de plata y un santo madero de gran tamaño: “Fue en 1570, cuando la Real Audiencia de Canarias hizo información de
todo lo que se conocía para tratar de desentrañar el asunto. Numerosos testigos
lo hicieron y entre ellos testificó un marino, que había desembarcado en un
espléndido lugar. Muchos autores dicen que se trataba del portugués Pedro
Vello, piloto de Setúbal, pero parece ser que se trata de un tal Marcos Pérez,
que viajaba con el anterior. Cuenta que cuando volvían del Brasil a Madeira, a
la altura de las islas Salvajes, una tempestad los condujo al triángulo formado
por La Palma, Gomera y Hierro, recalaron en otra que no era ninguna de las
tres. De pronto, se le partió la verga y se aproximaron a un puerto, tomando
precauciones para no varar y con la sonda comprobaron la profundidad y la
composición submarina con arena negra, muy fina al principio y después más
gruesa, terminando, una vez remontada la orilla, en zona pedregosa.
La tierra en que se
encontraban tenía dos montañas. Estas poseían un color verde, por la abundante
arboleda y estaban separadas por un profundo barranco. Lo primero que pudieron
observar junto a la orilla fue un arrollo, que nacía a quinientos pasos más
arriba y discurría por una junquera llena de mosquitos y había almirones,
planta conocidas como diente de león, y otras hierbas… Junto a la orilla la
superficie parecía ser de barro agrietado y en ella había mucha leña santa,
amapolas, malvas, cenizos y, un poco alejado, algún barbusano. El cauce estaba
lleno de sauces.
Ubicación geográfica |
En cuanto a los
cuadrúpedos y aves pudieron ver gran cantidad de ellos, como un rebaño de vacas
y bueyes de hasta veinte reses de buen porte, blancas, negras, castañas y
pintadas, extremadamente mansas, y sin marca de propiedad; otro rebaño de cien
cabezas de ganado cabrío machos, hembras y cabritos; un rebaño de unas
doscientas ovejas, blancas y negras, que huyeron bajo la arboleda, perseguidas
por unos hombres, con el afán de cazar alguna; una bandada de gallinas sobre un
barbusano y muy cerca del agua varios alcaudones, garzas y numerosas gaviotas” (Rincones de San
Borondón-Luis Regueira Benítez y Manuel Poggio Capote).
Recopilación. Varias secuencias |
Gracias a estos afortunados desatinos podemos hacernos una
idea muy aproximada de cómo son sus costas y sus accidentes orográficos y qué
animales pastan en sus campos, cómo es su vegetación y de qué especies está
compuesta. Por si fuera poco, tenemos varias noticias sobre los vestigios que
algunos arriesgados e intrépidos personajes han dejado, como prueba de su
desembarco.
Haciendo un balance desde la cita de Cristóbal Colón
(¿?-1506) en su Diario de abordo del 9 de agosto de 1492, cuando habla de un
madeirense, que solicitó ayuda para encontrar un atolón que veía periódicamente
en la lejanía hasta la silueta, que reprodujo José de Viera y Clavijo
(1731-1813) en sus famosas Noticias de la historia general de Canarias, donde
desentrañó algunos de los entresijos, ha quedado fijado como curioso referente,
representando la cercanía de un mundo mejor. Dejó de ser un lugar de recalada
de navegantes perdidos y un refugio de piratas y prófugos, sin perder su
encanto, que ha sido utilizado con frecuencia como fuente de inspiración, que
así sin espacios en blanco, ni paréntesis vacíos, Antonio Rodríguez López
(1836-1901) somete a epílogo lo expuesto, publicando en El Time una serie de
artículos.
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