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domingo, 25 de febrero de 2018

LA ISLA DE SAN BORONDÓN

Situación en el mapa de la isla de San Borondón
                              No sé que podría ser la presente narración en otro contexto literario, algo imposible de explicar y de hallar su objetividad. La enigmática isla de San Borondón fue y será, cuyas formas han sido divisadas antes de desaparecer como por arte de magia al anochecer, un rompecabezas para muchos a partir del hundimiento de la legendaria Atlántida. Hubo quienes, asegura, haber puesto los pies en ella, que describirla con exactitud. Leonardo Torriani (1559-1628) dibujaría en tiempos del rey Felipe II (1527-1598), gráficamente con detalles relevantes y sugerentes, que cuenta el caso de un barco portugués, que con una vía de agua en su embarcación, llegando a La orilla palmense desde Lisboa en 1525, desembarcaron en la mítica tierra. Su descripción en términos generales es carismática con matices misteriosos, como alargada y con colinas dispersas, cruzadas por una baja cordillera.
                              Fue un acontecimiento la búsqueda de la misma por varios de diversas procedencias europeas e intereses religiosos de anhelo inconmensurable de creer en la existencia del Paraíso, predicho por el fraile irlandés san Brandan, que con sus compañeros religiosos se introdujeron en ella para celebrar La Pascua por su proximidad y oficiar los oficios preceptivos. Al día siguiente dispuestos a hacerlo con la carne preparada, de repente, empezó a moverse sigilosa sobre un gran pez, al igual que lo ocurrido con la ballena del primer viaje de Simbad el  Marino, revelándole Dios al santo que era Jasconius, el primer ser poblador de los mares. La tierra fantasma, real y convincente, que llevó al extremo de darle una ubicación en la cartografía medieval con datos verídicos se formó, sobre animales grandes, por cúmulos de materiales sedimentarios en donde crecieron semillas arbóreas u otros vivientes, identificados por medios naturales.
Silueta. 1958-foto de Manuel R. Q.
                               En 1958 se publicó en el prestigioso periódico ABC de tirada diaria y con sede en Madrid, ámbito nacional y de línea conservadora, monárquica y católica, una foto del promontorio errante en la lejanía, por primera vez, autor Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971), según un reportaje de Luis Diego Cuscoy (1907-1987), una de las figuras más destacadas del panorama arqueológico canario reciente, que relataba las historias relacionadas con la Encubierta y sus apariciones de la siguiente manera: “Hace unos días, a los cinco años de su última aparición, la islita ha surgido a sotavento de La Palma, como antes, como siempre. El último dibujo de la silueta de San Borondón fue trazado en el siglo XVII. Y, lo que son los tiempos, tres siglos después, San Borondón ha sido fotografiada”. Entre Tazacorte y Los Llanos de Aridane, señalaba la crónica. “El afortunado fotógrafo, verdadero testigo de excepción, ha dejado fiel constancia del hecho. Uno más que ha creído en la realidad de esa tierra fluctuante”.
                              Aún, durante más de media centuria, se siguen grabando sus apariciones y comentadas en programas de televisión y radio. De lo que no hay duda, a juicio de muchos, que es enigmática y fantasmagórica hasta tal punto, arraigada en el imaginario colectivo del pueblo insular, que se la considera la octava del Archipiélago. Hoy, sería un disparate afirmar que es una realidad física.
Dibujo orográfico
                              ¿Qué hay de verdad? Es  la mayor incógnita que nos podríamos plantear ante un mito, que se ha popularizado con rasgos de veracidad y asentamiento razonable de creencias y decepciones a efectuarse infructuosas expediciones con resultados negativos con respecto a su hallazgo. La aparición de entes inexistentes en medio del océano, mares, ríos… es una de las constantes más habituales de mapas anteriores a la normalización científica del estudio de la Tierra y su presencia en las cartas geográficas o de navegación, que sobrevive a los demás relatos e ilustraciones, que seguían manifestándose en los pergaminos y pliegues de papel los supuestos islotes inexplorados en espera de que algún viajero los localizara y reclamara para su señor.
                              Los cartógrafos la cataloga como “isla móvil” en todos los sentidos, pero la particularidad más hermosa de esta ínsula inexistente es, paradójicamente, que sí existe en la mente y corazón de quienes siguen viéndola en el lejano álbum mitológico de sombras e ilusiones, en el transigir cotidiano por alcanzar una visualidad creativa conforme a lo imaginado, y por ello su permanencia está garantizada a lo largo y ancho de los siglos por más que el racionalismo trate de menoscabar su imagen.
Representación mitológica
                              Atraído por mis recuerdos de los que hago alusión, que almaceno en mis conocimientos juveniles, oía y leía reiteradamente que emergía por un fenómeno físico denominado osmosis, debido a su constitución morfológica. Se hundía, una y mil veces, al fondo sobre la plataforma sumergida de la corteza terrestre.
                              ¿Es cierto, o no, los relatos transmitidos por aquellos, que la han visto y han pisado su suelo? Tratemos con toda objetividad contar algunas atractivas visiones: “Unos viajeros franceses hicieron una de las primeras versiones del terreno. Asegura Marín de Cubas (1643-1704) que estos marinos llegaron cuando hacían la travesía desde Madeira hasta Gran Canaria. Desembarcaron en un puerto, no sabemos si era natural o artificial, y aunque no vieron a nadie pudieron observar señales de haber hecho fuego y encontraron tres bueyes atados a unos pesebres de piedra. Durante su estancia cogieron naranjas, hierbabuena, mastrantos y agua fresca, porque estaba atravesada por un río que alimentaba enormes y frondosos árboles, espesísimas selvas, que llegaban hasta el mar y poblada de pájaros que no tenían miedo de ser atrapados con las manos. Además, vieron huellas de gigantes y restos de haberse celebrado una comida en platos vidriados (Rincones de San Borondón-Luis Regueira Benítez y Manuel Poggio Capote).
Visión de la isla fantasma
                              El más completo que se ha hecho fue de aquellos que se encontraron una cruz, dejada por unos galos, que en 1560 hicieron en sus costas un palo mayor para sustituir al que se les había partido por la tormenta acaecida en la ruta y convencidos que estaban en la tierra del santo dejaron como testigo una carta, algunas monedas de plata y un santo madero de gran tamaño: “Fue en 1570, cuando la Real Audiencia de Canarias hizo información de todo lo que se conocía para tratar de desentrañar el asunto. Numerosos testigos lo hicieron y entre ellos testificó un marino, que había desembarcado en un espléndido lugar. Muchos autores dicen que se trataba del portugués Pedro Vello, piloto de Setúbal, pero parece ser que se trata de un tal Marcos Pérez, que viajaba con el anterior. Cuenta que cuando volvían del Brasil a Madeira, a la altura de las islas Salvajes, una tempestad los condujo al triángulo formado por La Palma, Gomera y Hierro, recalaron en otra que no era ninguna de las tres. De pronto, se le partió la verga y se aproximaron a un puerto, tomando precauciones para no varar y con la sonda comprobaron la profundidad y la composición submarina con arena negra, muy fina al principio y después más gruesa, terminando, una vez remontada la orilla, en zona pedregosa.
                              La tierra en que se encontraban tenía dos montañas. Estas poseían un color verde, por la abundante arboleda y estaban separadas por un profundo barranco. Lo primero que pudieron observar junto a la orilla fue un arrollo, que nacía a quinientos pasos más arriba y discurría por una junquera llena de mosquitos y había almirones, planta conocidas como diente de león, y otras hierbas… Junto a la orilla la superficie parecía ser de barro agrietado y en ella había mucha leña santa, amapolas, malvas, cenizos y, un poco alejado, algún barbusano. El cauce estaba lleno de sauces.
Ubicación geográfica
                              En cuanto a los cuadrúpedos y aves pudieron ver gran cantidad de ellos, como un rebaño de vacas y bueyes de hasta veinte reses de buen porte, blancas, negras, castañas y pintadas, extremadamente mansas, y sin marca de propiedad; otro rebaño de cien cabezas de ganado cabrío machos, hembras y cabritos; un rebaño de unas doscientas ovejas, blancas y negras, que huyeron bajo la arboleda, perseguidas por unos hombres, con el afán de cazar alguna; una bandada de gallinas sobre un barbusano y muy cerca del agua varios alcaudones, garzas y numerosas gaviotas (Rincones de San Borondón-Luis Regueira Benítez y Manuel Poggio Capote).
Recopilación. Varias secuencias
                              Gracias a estos afortunados desatinos podemos hacernos una idea muy aproximada de cómo son sus costas y sus accidentes orográficos y qué animales pastan en sus campos, cómo es su vegetación y de qué especies está compuesta. Por si fuera poco, tenemos varias noticias sobre los vestigios que algunos arriesgados e intrépidos personajes han dejado, como prueba de su desembarco.
                              Haciendo un balance desde la cita de Cristóbal Colón (¿?-1506) en su Diario de abordo del 9 de agosto de 1492, cuando habla de un madeirense, que solicitó ayuda para encontrar un atolón que veía periódicamente en la lejanía hasta la silueta, que reprodujo José de Viera y Clavijo (1731-1813) en sus famosas Noticias de la historia general de Canarias, donde desentrañó algunos de los entresijos, ha quedado fijado como curioso referente, representando la cercanía de un mundo mejor. Dejó de ser un lugar de recalada de navegantes perdidos y un refugio de piratas y prófugos, sin perder su encanto, que ha sido utilizado con frecuencia como fuente de inspiración, que así sin espacios en blanco, ni paréntesis vacíos, Antonio Rodríguez López (1836-1901) somete a epílogo lo expuesto, publicando en El Time una serie de artículos.             

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