Llevaba algún tiempo sin acordarme de un viejo libro, por
excelencia un antiguo y querido poemario, que guardo celosamente por su interés
sentimental y de honda belleza hecha en su edición, pero hace muy poco me
acordé de él, viniéndome a mi memoria gratos recuerdos de aquel otoño de 2003,
a expensa de los viajes entre Tenerife y La Palma. De pronto, una estimable
amiga, Maribel Trujillo, me lo regaló con todo el afecto del mundo. Pertenecía
a sus padres desde su infancia y con toda certeza lo consideró valioso en mis
manos y así fue. Sencillo y honesto, aunque grande en su contenido, me sedujo
hasta tal punto de transportarme a un mundo de pompas de jabón, que se llevan
el viento. La originalidad y agudeza de sus poemas se hicieron célebres en mi
corazón.
Recuerdo llevarlo a mi casa con bastante ilusión, como si me
hubiera encontrado un tesoro o una valiosa perla, que con ansia lo devoré
apasionadamente. Sus hojas las pasaba sigilosamente con la suavidad requerida,
dándole mimo y sitio en mi librería abarrotada de otros ejemplares. La vida,
desde ese entonces hasta hoy, es una burbuja de aire ligero como si flotara
ausente.
En medio de la incertidumbre encontré aquel soneto con fecha
15 de noviembre de 2003, antes mencionado, con la dedicación siguiente: “A
Maribel Trujillo y familia, con afecto y por el obsequio del libro de poemas”.
VIEJO POEMARIO.- Portada de cartón azul y viejo/es tu presencia y no
falaz memoria/de un pasado lejano en
la historia,/repleto de años con
olor añejo.//Haz arrullado con audaz
manejo/el bello poema como en gentil
noria,/en la hoja carcomida y
notoria,/de un pequeño libro ameno y
complejo.//Versos de la esperanza y
del estío/en tus entrañas riman
libremente/(cual) melodioso
fragmento de rocío.//Gracias, porque
a mis manos gratamente/llegan con
fragancia y sin desvarío/y
enriquecen mi mensurada mente.
Para finalizar, quiero ofrecer un sencillo ensayo de un sueño
fantasioso, que por primera vez, realizo con la certera mención de algo
imaginado a consecuencia de la alucinación sufrida por el recuerdo emotivo y
sincero de haber tenido un encuentro fascinante.
No sé si se trata de un cuento hecho leyenda o viceversa,
como diría Adolfo Gustavo Bécquer. Un día cualquiera del calendario gregoriano
estaba en la quietud de mis pensamientos y, entonces, oí voces autorizadas en
el buen quehacer literario, que salían de los diferentes estantes de mi
biblioteca. Yo sugeriría de arriba y de abajo, de la derecha y de la izquierda,
de todos los lados sin distinción de lugar, como la de Antonio Machado, Miguel
de Cervantes, Luis de Góngora, Pedro Calderón de la Barca, Gustavo Bécquer,
Lope de Vega, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Tomás de Iriarte, Gilberto Alemán,
Luis Cola, Camilo Cela, Antonio Alarcón. Jovellanos, Espronceda, José Pérez
Vidal, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez… y cientos de ellos más, que
poco a poco se iban identificando de
manera conmensurada.
Quedé atónito al escuchar como la conversación suscitada
entre ellos giraba sobre la ubicación de la nueva obra. Todos la deseaban tener
junto a él… Unos y otros daban una extraordinaria idea de atraerlo hacia sí. La
que me pareció muy curiosa fue la de Juan Ramón, que quiso llevarlo a su lado
encima de la grupa de Platero, suave y abundante en pelaje, limpio y bien
peinado. Sin más, me daba de bruces cuando sentí unos pequeños toques en mi hombro.
Era mi esposa despertándome de una profunda pesadilla, que había tenido a eso
de la media noche. Lo soñado me sugirió, por supuesto, una repentina inquietud
de dar lo relatado con exactitud y vehemencia.
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