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A la memoria de la Quisisana |
A la memoria del naufragio de la Quisisana, en su viaje a lo
desconocido, abro el baúl de mis recuerdos y como un ilusionista agito mi
varita mágica a merced del aire, que me circunda y ofrezco la manera de
canalizar todo cuanto en mí guardo de aquel suceso tan comentado entre los
habitantes, sucedido a mediado del siglo XX en la isla de La Palma, el
hundimiento del motovelero por las costas de Barlovento, al noreste de la misma. Los cálidos rayos de sus esperanzas se intensifican hasta la
llegada del crepúsculo, y en sus eternas noches brillan un millar de estrellas
con sus blancas y amarillas lucecillas, serpenteantes en medio de la oscuridad
infinita del espacio sideral, que más allá de lo imaginable se pierde hasta no
encontrarse nunca. Es el holocausto a los hombres que han dado su vida en la
mar, a través del tiempo, y para muchos los cuerpos yacen sepultados en su
silencioso espejismo. |
Reparación del motovelero |
Esa distancia que suele regresar nostálgicamente en algún
sueño o momento concreto, es la que mantiene viva la ilusión de encontrar el
lucero, que nos haga comprender el contraste existente entre la realidad y el
subconsciente. Habrá un mundo al otro lado del umbral del tiempo para
indicarnos con certeza, que ahí en el infortunio del naufragio sábado, 13 de
enero de 1951, de madrugada, frente al faro de Punta Cumplida, a las 5 horas,
aproximadamente, en el Bajo de los Corchos, no acaba la senda sin retorno, ni
el sobresalto inaccesible, ni el propósito inacabado, ni la enmienda a la
promesa incumplida. Contemplando las costas del pueblo norteño, escarpadas y
bordeadas de un bello encaje, que invita a penetrarlas con el encanto de un
crepúsculo, resurgen en mi mente imágenes escabrosas de la infancia. Son
sentimientos sentidos en mi frágil corazón, inquieto de haber nacido en un año
de transición. Suena en mí a llantos de muerte como el ronco sonar de una
sirena a lo lejos de una lejanía imperceptible o de un viejo tambor de
hojarasca. |
Varadero. Interior de la bahía |
Si somos capaces de interpretar las miradas, ya que los ojos
dibujan lo oculto e indescifrable, aquellos riscos imponentes muestran como
pudieron tener distintos rostros en medio de la oscuridad, envolventes en la
noche sin retorno con un final sorpresivo y con una ruta fatídica, sin
olvidarnos de los días grises, amenazantes, presagiosos… y forjadores de
situaciones desoladoras. El velamen estacional se extiende a lo largo y ancho de las
brisas, que soplan de cualquier punto cardinal, está listo a pesar de las
adversidades para estremecerse con vientos nuevos, prometiéndonos prosperidad.
Quiero apartar esos instantes de consternación. Secuencias de un ayer funesto
anclado en el devenir de los años, días, generaciones… perdurando a modo de tatuaje
en la piel de cada uno de los palmeros, sobre todo de los que son del barrio de
San Telmo, al sur de Santa Cruz de La Palma. Los cuerpos flotan sin vida sobre las aguas frías y
profundas, poco profundas, cercanas a tierra, agitadas en la superficie
azulada, furiosamente golpeadas en la orilla… y con cabellos desaliñados entre
los dedos de unas manos caídas y sin fuerzas, cuando no existe el hálito
alentador de supervivencia. Vomitan angustias de unos latidos paralizados en un
instante en que florecen las lágrimas a borbotones y labios entreabiertos,
deshojando la flor de la incertidumbre, gritan al eco sin respuesta, a la
desolación no consolada… Pueden bajar del Paraíso, si las fuerzas del Altísimo
lo concede, sí aún no lo ha hecho, mensajes de luz y armonía a cubrir cuanto de
misterioso hay en nuestro universo.
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