Quisiera ver las palomas,
gaviotas y mariposas
y todas las aves del cielo
volar libre
como las aspas de un molino de
viento,
que sean los brazos abiertos
del viento fugaz,
del viento que sopla libre
y de los años bisiestos.
Meciendo el atardecer
en medio de puestas de sol
y de lunas llenas
en la cima de mi frente.
No sé, qué color tiene la vida,
será algún color sin límite
sin pared que no impide
volar libre sin parar
hasta cansarse
y renegar a ese momento sostenido en
el aire,
del bramido insoportable de no sé
qué
llamándome a ir a ese espacio
solitario, no deseado por mí
en ningún instante.
de las teclas inmóviles de un piano
al tocar una melodía
con rítmicas notas
como los latidos de mi corazón.
Un corazón con las alas desplegadas
a los cuatro puntos cardinales
de la veleta, que gira
constantemente, sin detenerse
hacia un fin infinito.
Yo soy el laberinto de un olvido,
aquel rayo que cruza el firmamento
de lado a lado
y morir fulminado para siempre
en los brazos como la yesca abatida
de la tarde.
La ovillada parábola del vuelo
al fulminar al pájaro que, herido
rinde las ciegas alas sin consuelo
alto existir del mundo vuelve la luz
sagrada
ingrávido a la sombra no vuela sino
asciende
cristalizando en astros que hospedan
en la nada
esa ambición de ser belleza a la que
tiende.
Éxtasis de despertar de un sueño
extasiado por los sonoros aletazos
de un vuelo
a lo lejos, por la luz de una
estrella
recreando la silueta inconfundible
de la dimensión sin límites del
cielo
desnudo algunas tardes.
Haciendo travesuras entre las nubes de algodón
que cubren mis sentimientos de
añoranza
mantengo la esperanza, de que algún
día
encontraré la libertad en un volar
libre,
que con mi voz sugerir quisiera,
atrapar el universo
y abrazarnos como hermanos
pudiendo describir el infinito
con que a veces la vida nos regala:
ser todo para justificar la
grandeza,
ahora y siempre,
de volar libre.