La reflexión nos
conduce a conjugar el verbo adecuado para llegar a la Semana Santa con ese
carisma de cristiano y de verdadero creyente de unos misterios evangélicos
irrepetibles, que fueron protagonistas y perduraron en el corazón de los que
confiaron en el Maestro. Jesucristo nos lo indicó en el episodio siguiente:
“Luego se dirigió a Tomás: Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y
métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.
Reaccionó Tomás
diciendo: ¡Señor mío y Dios mío! Le dijo Jesús: ¿Has tenido que verme en
persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a
creer” (Jn 20, 27-29).
Oficialmente,
comienza el miércoles de Ceniza y termina justo antes de la Misa de la Cena del
Jueves Santo. La duración de cuarenta días proviene de varias referencias
bíblicas y simboliza la prueba del Mesías al vivir en el desierto antes de su
misión pública. También, lo que duró el diluvio, la marcha del pueblo judío y
los cuatrocientos años de la estancia en Egipto.
La Pascua tiene
mucha relación con el calendario agrícola y el periodo de renovación de la
tierra. Para calcular su celebración se toman en cuenta el sol de primavera y
la luna llena. En ese sentido, se debe buscar el primer domingo posterior a la
primera fase lunar completa primaveral. Una vez encontrada la fecha pascual, se
cuenta la cuarentena hacia atrás para fijar el primer día de la misma. Los
domingos no se computan.
La práctica
cuaresmal data del siglo IV, cuando se da la tendencia para constituirla en
paréntesis de austeridad y de reconciliación consigo mismo, con la
recomendación del ayuno y de la abstinencia.
Por ello, es
necesario el perdón y la hermandad fraterna. Hemos de arrojar de nuestro
interior el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro
acercamiento al Padre y a los demás. Aprendemos a apreciar la Cruz del Nazareno
y con esto a tomar la nuestra con gozo para alcanzar la gloria de la
resurrección.
“Queridos hermanos
y hermanas. La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar
sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo
propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos,
renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitaria. Se trata de un
itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno,
en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo
proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la
Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la
caridad y las buenas obras” (10, 20). Esta frase forma parte de una perícopa [sic]
en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote,
que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una
vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse
al Señor “con corazón sincero y llenos de fe” (v. 22), de mantenernos firmes
“en la esperanza que profesamos” (v. 23), con una atención constante para
realizar junto con los hermanos “la caridad y las buenas obras” (v. 24).
Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal. […]”. Benedicto XVI. El Vaticano, 3 de noviembre de 2011.
Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal. […]”. Benedicto XVI. El Vaticano, 3 de noviembre de 2011.
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