Retrato del Sr. Díaz. Sala Capitular de El Salvador |
Como palmero y católico creo haber cumplido con un deber
único y con una deuda, que, todos los creyentes, aquí han nacido, tenemos
contraída con el ilustre sacerdote a quien la isla y la provincia entera admiró
y veneró, porque es la inspiración de un sagrado deber de justicia y de
gratitud.
Nació en Santa Cruz de La Palma, el 9 de mayo de 1774, en el
seno de una familia acomodada a los avatares de la vida, siendo sus padres
Francisco Díaz Leal y Francisca Hernández Carmona.
Al transitar por el callejón de la iglesia de El Salvador,
calle A. (Adolfo) Cabrera Pinto, antes la Simonica, y habiendo traspasado la
homónima de Pérez Volcán, nos encontramos la casa de Hernández Carmona con el
número 14, que está dentro del Casco Histórico en un rincón modesto y discreto
en cuanto a su ubicación en el desarrollo urbanístico. El añorado investigador
y excronista oficial (1975) de esta ciudad capital, Jaime Pérez García
(1930-2009), identifica la vivienda en un recorrido histórico-social a través
de la arquitectura doméstica.
El teniente capitán Pedro Fernández de Paz fue dueño de un
solar en el indicado sitio de referencia, siglo XVIII, con la descripción
siguiente: “cercado de pared vana con su puerta que está en esta ciudad en
dicha calle de Batedías con quien linda por delante, por un lado, casas mías,
por detrás el barranco que dicen de los Dolores, y por el otro lado callejón
que desciende a dicho barranco, el cual es libre de censo y tributo”. Su viuda,
cumpliendo con la voluntad del finado, donó un oficio de herrero a Feliciano
Francisco de los Reyes por su pobreza y parentesco como, también, por otras
razones y justas causas.
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Rostro del cura don Manuel Díaz Hernández |
Agustín Hernández Carmona (1750-1836), hijo de Francisco,
herrero, lo mismo que su padre y abuelo, fue el sostén de su madre y sus otros
hijos. En atención a la cláusula testamentaria de su progenitora en
agradecimiento de los servicios prestados a la familia se adueñó de dicha
propiedad.
La hermana del anterior, Francisca (1741-1799), se casó con
Francisco Díaz Leal, natural de la Villa de Mazo, que emigró a América y muriendo
en el intento de hacer fortuna. El infortunio prematuro originó el desamparo de
una mujer y de 3 menores nacidos en dicha finca urbana, llamados Francisco,
Mariana y Manuel, este último con 8 años de edad. Su tío-tutor con la
delicadeza de un patriarca se hizo cargo de ellos, ofreciéndole amparo y
educación.
Díaz Hernández, por herencia intestada de su hermana,
soltera, y a la vez lo era de su tío bienhechor con quien se había criado,
adquirió como residencia por venta.
El Padre Díaz, después de su accidentada caída, solo dejó
por bienes propios una finca de tierra de pan sembrar y habitáculo situado en
Buenavista (Breña Alta), con una medida de 12 fanegadas y 9 celemines.
Los primeros y posteriores estudios los hizo en los
exconventos de frailes dominicos y franciscanos de su ciudad natal con
satisfacción manifiesta en lo eclesiástico, ya que dichos cenobios impartían
cátedras polivalentes. Al final, durante la Edad de Oro en La Palma, así
llamada por su esplendor y auge, la joven lumbrera contaba con una formación
sostenida en los más fuertes fustes y capiteles de las columnas del saber y el
conocimiento de auténticos pilares de proyección universal. Estudió humanidades
y teología escolástica con objeto de alcanzar su vocación clerical.
El 5 de junio de 1789, fue tonsurado en la iglesia
parroquial de Breña Alta, hallándose en visita pastoral el Ilustrísimo Sr.
obispo Antonio de la Plaza.
A los 23 años, 8 de diciembre de 1797, ocupó por primera vez
la cátedra sagrada, como simple tonsurado, por habérsele concedido licencia
especial, revelándose el extraordinario orador que más tarde había de ocupar un
distinguido lugar entre los predicadores de Canarias.
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Foto que sirvió para el boceto de la estatua de Díaz Hernández |
En la villa de Teguise (Lanzarote), recibió las órdenes
menores y en Telde (Gran Canaria), 20 de septiembre de 1800, por el obispo
Manuel Verdugo, el subdiaconado, así como al siguiente día, 21 del mismo mes y
año, el diaconado y, después, día 28, le ordenó de presbítero.
Seguir relatando su biografía, no tiene otro interés, sino
de no olvidarnos de los muchos humanitarios sentimientos realizados a lo largo
de su vida. En 1803, el Padre Díaz llevó hasta el extremo de inocular en varios
niños la benéfica acción de la vacuna, que había descubierto Eduardo Jenner,
mereciendo por ello y por el discurso que con este objeto pronunció, el
beneplácito de sus contemporáneos.
Transcurría el año de 1810, cuando llegaron a esta población
un contingente de soldados prisioneros franceses, a causa de la guerra de la
Independencia (1808) y, entonces, el ilustre sacerdote se inclinó a estudiar lo
básico de dicho idioma para aplicar en ellos tal ejemplar misión de caridad.
Debido a esa fama, extensa y popular, que había adquirido en
el ámbito del contorno isleño, patria chica, en 1817, se le nombra Rector y al
año siguiente se le asigna como Vicario de La Palma y, un año más tarde, electo
Canónigo de la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios, Obispado Nivariense,
San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), recientemente creado, 1 de febrero de
1819, por SS.PP Pío VII (1742-1823), cargo que no aceptó, porque no quería
separarse de su amado templo, así que cuando se le preguntaban los motivos de
su renuncia, contestaba: “Me he casado con esta iglesia y no quiero variar de
esposa”.
En 1820, al pronunciar por segunda vez, el soberano Fernando
VII el juramento de fidelidad a la Constitución de 1812 de la Monarquía
Española, Constitución de Cádiz, conocida popularmente como la Pepa, por ser
promulgada el 19 de marzo, festividad de San José, Díaz Hernández sintió que su
alma se inflamaba con ardor humano, para solemnizar la promulgación
constitucional, que se celebró en su parroquia, no hizo otra cosa que subirse
al púlpito y desde allí pronunció un
exaltado exhorto, en el cual manifestaba sus creencias políticas, inspiradas en
la idea de libertad, condenando el absolutismo, hizo que sobre su reputación de
orador se acumulase la sombra de la acusación y se viese envuelto en un proceso
de infidencia. Esto le obligó a fijar su residencia en la isla capitalina de
Tenerife, en 1824.
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Panorámica de la plaza de España. Vista del Ayuntamiento y estatua |
En octubre del mismo año regresó definitivamente a su isla
y, entonces, fue cuando construyó el nuevo altar en la capilla mayor y realizó
algunas otras obras que con la Mesa de Corpus, que ya había construido, se
revela como un artista de geniosa inspiración.
Fue el principal promotor de la actual estructura neoclásica
de la actual iglesia de El salvador, para cuya reforma contó con la estimable
colaboración, ayuda y conocimientos arquitectónicos de su gran amigo y
colaborador, José Joaquín Martín de Justa (1784-1842), presbítero. En la
renovación interior, iniciada en torno a 1813 se comenzó por las capillas
laterales y, más tarde, hacia 1818-1891, por las de la cabecera.
A Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina (1806-1857),
sevillano de origen y fallecido en Madrid, fue pintor de cámara de la reina
Isabel II, le encargó el cuadro de La Transfiguración, lienzo de cálidas
tonalidades, colocado en 1840 en el centro del altar mayor y firmado en la
capital de la nación en 1837, cuyo autor lo presentó a la Exposición de la
Academia de Bellas Artes del referido año.
Se le deben todas las pinturas de jaspes y cortinajes y la invención de la ingeniosa y teatral maquinaria que acciona el tabernáculo. En la realización de lo primero, tuvo el apoyo de su sobrino, Aurelio Carmona López (1826-1901), y primos, los clérigos, José María Carmona (1790-1850) y Francisco Morales. La segunda, obra que fue puesta en la onomástica del santo titular, de 1841, cuidadosamente meditada y asesorada por él, siguieno un diseño que vino de Madrid en 1820. A su conocido Sebastián Remedios y Pintado le recomendó varias razones sobre la ubicación, elegancia y composición, madera, pasta o cartón, de los dos angelitos dispuestos para recoger las cortinas del pabellón. Con los otros cuatro de mayor tamaño de Fernando Estévez del Sacramento y Salas (1788-1854), denominados turiferarios, a ambos lados del tabernáculo y en la parte superior del cuadro ya descrito, en una composición realmente notable, en el que se acciona el expositor, descubriendo la custodia con el Santísimo Sacramento en la mejor tradición de la escenografía barroca y calderoniana.
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Vivienda en la que nació y vivió el Beneficiado de El Salvador |
Con el orotavense enriqueció la imaginería de la ciudad
capitalina con tallas de muy alto valor plástico y expresivo, que hoy
disfrutamos y contemplamos con fe y gran devoción en los pasos procesionales de
Semana Santa y en otras festividades, pertenecientes a la aludida iglesia y a
los exconventos de San Miguel de las Victorias y del Real Inmaculada
Concepción, ambos fundados en el XVI.
Se le debe la elaboración de la mesa del Corpus Christi,
artilugio para descanso procesional del Santísimo Sacramento del Altar en sus
solemnidades habituales y, sin lugar a duda, el monumento para la tarde-noche
del Jueves Santo.
En diciembre de 1822, manifestó ante el pleno del
ayuntamiento la necesidad de trasladar el hospital al convento de las monjas
claras, actual emplazamiento y que en dichas fechas iba a suprimirse. Para tal
motivo, alegó: “[…] ya que su calidad y constitución es de lo peor que puede
haber […], pues dicha casa hospital está en el centro de esta ciudad, por un
lado, linda con un barranco cuyas corrientes impetuosas han puesto en
consternación a sus vecinos y, por otro, tiene cortada la acción de los vientos
reinantes por elevación del terreno […]”. Dicho establecimiento o institución
benéfico-sanitaria, datándose su fundación en torno a 1514, es el primero en la
isla, hoy es el Mercado Municipal, y su oratorio transformado en el Teatro
Chico, han tenido varias modificaciones y restauraciones.
Para la construcción del cementerio católico (1871), nunca
llegaron a su fin los primeros planos para la fachada, diseñados por Luis B.
Pereyra en 1874, ni, el segundo, para lo mismo y ensanche por Barreda Brito en
1881, y para cerrar el cuestionado capítulo, María Fierro y Sotomayor, viuda de
David O´Daly, mandó que se acabara con arreglo al trazado del referido Sr.
Díaz.
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Otra perspectiva de la casa del distinguido sacerdote en las artes |
En cuanto a la pintura dejó muestra de sus habilidades en el
manejo del pincel, así como, también, en el campo musical destacó con sus
motetes, que se cantaban el martes, jueves y viernes Santos por el afán de
darle esplendor a los cultos religiosos, prueba de su inspiración excepcional.
Los motetes eran breves, a 2 voces y solo de hombres. Se
entonaban a la salida y a la entrada en cada una de las iglesias de tránsito.
En la ceremonia del enterramiento, punto final de la jornada, se cantaba el
llamado “Jerusalem” y, a título ilustrativo, en los 3 días indicados de Semana
Santa los “Et recordatus est Petrus”, “O vos omnes” y “Dextera Domini”,
respectivamente, y otros como “Vexilla”. No se sabe a ciencia cierta, pero se
suele comentar que compuso un canto para cada día de la liturgia del año. Se
cree que la mayor parte de su producción se encuentra en las antiguas
parroquias de la Orotava y del Puerto de la Cruz, así como en la localidad
francesa de Auxerre.
El padre Díaz, hombre polifacético, agraciado con un espíritu
profundamente artístico, sobresalió en todas aquellas disciplinas vinculadas
con las artes. Su buen quehacer giró en torno a la preocupación y afán de dar
brillantez a los cultos religiosos dentro y fuera del recinto sagrado. Su
aportación a la Semana Santa de Santa Cruz de La Palma y, sobre todo, al
Viernes Santo es notable por las obras siguientes:
-Comenzamos haciendo alusión al crucificado, venerado en el
templo de Nuestra Señora de la Encarnación, cuya cabeza es de su sobrino, el
imaginero Aurelio Carmona López, encontrándose la original en la ermita de San
Sebastián. Hasta 1967 estuvo saliendo en la procesión del Calvario, puesto que
desde 1968 lo hace el de Ezequiel de León Domínguez (1926-2008), escultor
orotavense, acompañado con las mismas imágenes de hoy, Santa María Magdalena
(XIX), Fernando Estévez del Sacramento y San Juan Evangelista (1863), Aurelio
Carmona López.
-La Santa María Magdalena efigie de papel encolado con una
melena de cabello natural de gran extensión, creada para la procesión del Santo
Entierro, perteneció a la construcción que regentaba y fue su creación menos
afortunada, de tosca factura y desproporcionada. Talla realizada mediante una
técnica muy antigua y de gran auge en el campo de la escultura ornamental,
porque así se lograba hacerlas más rápidas, económicas y ligeras, por lo que
era frecuente su carácter procesional. Durante buena parte del XIX y hasta bien
entrado el XX se contaba con su presencia, hasta que, en 1945, se sustituyó por
la actual de Estévez.
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Reproducción de la primera obra de la que se tiene mención. Biscuit |
-Los Santos Varones, elaborados a mediados del XIX, año de
1862, aunque la fecha de su ejecución es incierta, fueron imágenes pensadas
precisamente para procesionar este día, Viernes Santo, y para este acto
litúrgico del Entierro del Señor. Salieron de las gubias del citado presbítero
con iguales medios, que las anteriores. Siguen las pautas neoclásicas, siendo
realizadas en cartón piedra y madera. Anteriormente, desfilaban en andas
separadas y de manera paralela, ataviadas con vestimentas de estilo romano, lo
cual le confería un aire tiernamente popular. En fechas recientes, estas
esculturas se visten de negros ropajes inspirados en la tipología hebraica,
imperante en el tiempo de Jesús y, hoy, lo hacen en un trono único, formando un
expresivo conjunto, similar a otros, con la cruz arbórea al fondo. Hace 2 años
salen nuevas efigies.
Divulgó su intervención en la formación intelectual de los
jóvenes con la implantación de la escuela lancasteriana.
La Danza de Mascarones, es un número popular en los grandes
festejos anuales de Santa Cruz de La Palma, formado por la comparsa de gigantes
y cabezudos, que toman las calles. Estamos ante uno de los motivos de fiesta
más entrañable del calendario de efemérides, que no podemos dejar de sentirnos
atraídos por la magia de estos personajes o figurones, vinculados estrechamente
al imaginario de nuestra ciudad.
Son inventivas, que nos trasplantan a una patente realidad
en las redes sociales, reflejando el sentir de un pueblo que quiere extender
los dominios de la imaginación y creatividad. Son algunos pocos protagonistas
de distintas vivencias que, tras propagarse oralmente, hacen que nos sintamos
parte fundamental de un gran relato.
Además, destacamos la importancia que han tenido en el
Corpus Christi. Ellos dan la nota irónica y, a la vez, lúdica de la fiesta
local con el estilo oriundo y caracterizado, acabamos manifestando que son el
germen de los inigualables enanos. Según el cronista oficial, Manuel Poggio
Capote, aparece documentado desde 1814. En los actos organizados por la
restauración del reinado del rey absolutista, Fernando VII, y un año más tarde
se refleja su no participación en las Fiestas Lustrales.
Se trata de la primera obra de la que se tiene mención en la
capital. Desde siempre me ha fascinado Biscuit. Es de suponer que el enorme
enano se corresponde con el figurón, citado en antiguas fotos y crónicas. El
más antiguo fue hecho por el sacerdote Díaz Hernández, que en 1865 participó en
las Lustrales y sucesivamente hasta 1931, cuando un pavoroso incendio destruyó
el viejo Casino o Sociedad La Investigadora, ubicado en el solar de lo que fue
el Parador Nacional de Turismo, en donde se guardaban en un almacén de su
propiedad, destruyéndose totalmente por las llamas.
¿Por qué le fue dado este nombre? Cuentan por tradición, que
lo bailaba un amante de consumir galletas, siendo en traducción al idioma
inglés el conocerlo de manera genuina.
La silueta del Enano, sugerente título para despertar la
curiosidad y un sinfín de opiniones dispares y convertirse en un torrente de tinta
en el mundillo de la información. El anhelo se transforma en ilusión y mientras
tanto en emoción, al final, finaliza siendo satisfactorio de ver algo
sensacional, quedando las retinas de nuestros ojos impresionadas. Todo hecho
metáfora o imaginación no resuelta en el conjunto de preguntas sin contestar,
interrogantes surgidos en el ambiente de la farándula, por ser un misterio muy
bien guardado.
Constituyen un archivo cultural y un icono importante,
referente de las Fiestas de la Bajada de la Virgen de Las Nieves, Patrona de La
Palma, prototipo de la simbología de identidad y de un patrimonio
intangible.
Falleció en la localidad de su nacimiento, a consecuencia de
la caída sufrida en la escalinata del atrio de El Salvador en la madrugada del
día de Pascua de Resurrección, 5 de abril de 1863, a la edad de 89 años y a las
10 de la mañana.
En la tarde del siguiente día fue conducido el cadáver al
camposanto y el pueblo palmero convirtió en apoteosis el entierro, cuya muerte
fue un acontecimiento tristísimo y una pérdida irreparable.
El 12 de julio de 1863, en el número primero del periódico
El Time, escribía, Antonio Rodríguez López, lo siguiente:
“Hace pocos meses que La Palma tuvo que lamentar una pérdida
irreparable y, en medio de la tristeza, que aquella le produjera, y aún en esa
misma tristeza, existía un motivo de complacencia y entusiasmo, que debían
naturalmente despertarse al ver a un pueblo demostrar tan claramente los más
delicados sentimientos que nuestro corazón abriga, tributando el homenaje de su
admiración a la memoria de un gran hombre”.
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Preciosa postal de la zona centro del Casco Histórico de Santa Cruz de La Palma |
Aparte merece hacer referencia al alzado de catafalcos de
carácter funerario en las honras fúnebres. En algunos casos debieron ser
magníficos, correspondiendo con la categoría del difunto. Así pudo ser con el
celebrado en la iglesia de San Agustín de Las Palmas de Gran Canaria en memoria
del Venerable finado.
En el cementerio católico de esta ciudad, al pie de un
ciprés, se alza un sepulcro humildísimo, sin mármoles, ni jaspes, sin ningún
epitafio, hoy vacío. Tosca piedra y argamasa. Unos cuantos albañiles fueron los
arquitectos y escultores que levantaron el sepulcro. Unos cortos instantes fue
el tiempo que se empleó en construirlo.
En medio de su pobreza, en medio de su humildad, tiene ese
sepulcro un valor inmenso, porque es la manifestación de un sentimiento de
respetuoso cariño y la expresión del entusiasmo que con todo corazón noble y
honrado produce una conducta ejemplar.
Posee una simple cruz y lámina de metal, que dice: “D.E.P.
El Presbítero beneficiado de la Parroquia del Salvador. Don Manuel Díaz
Hernández”.
Con la colocación de un monumento a su memoria, 18 de abril
de 1897, a propuesta de José María García Carrillo (1827-1898) y aprobado por
unanimidad por el ayuntamiento, el primero de condición civil de esta
naturaleza, erigido en el archipiélago canario. Por su labor culminaron las
reformas de la plaza de España en dicho año, antes de la Constitución, cuyos
planos fueron diseñados en 1885, por el constructor naval Sebastián Arozena
Lemos (1823-1900) que consistía en darle horizontalidad, manteniendo el trazado
triangular, que, aún, conserva y finalizando la escalinata que da entrada al
atrio del templo para fortalecer su situación en el espacio y en la época ante
los conjuntos emblemáticos más importantes de Canarias, donde convergen las
esferas representativas del poder: Ayuntamiento, Iglesia y las casonas de
Pinto, Massieu, Monteverde y Lorenzo.
El 7 de febrero de 1896, llegó la estatua a esta población y
es digno mencionar que, al llegar a tierra, a disponerse el alcalde a buscar un
medio de transporte, los marinos que en el muelle se hallaban la condujeron a
hombros, dando así una prueba inequívoca del respeto y veneración de que es
objeto el nombre de don Manuel Díaz Hernández.
La inauguración tuvo lugar a las 9 de la mañana, 18 de abril
de 1897, y un inmenso gentío, una compacta muchedumbre, llenaba la plaza de la
Constitución y sus aledaños, ventanas, azoteas y balcones contiguos, llenos de
personas ansiosas de presenciar la ceremonia.
Su efigie en bronce, obra del catalán Josep Montserra i
Portella (1864-1923), encargada a la fundación de Federico Masriera y Campins
en Barcelona, ejecutada en junio de 1895, se halla en el centro del recinto,
sobre un pedestal de mampostería de tronco piramidal. Para su construcción se
presentaron 3 diseños, 2 de ellos por la mencionada fábrica y el tercero, obra
del artista madrileño, afincado en el barrio de San Sebastián, Ubaldo Bordanova
Moreno (1866-1909), que fue elegido, aunque se prescindió de la bella reja de
hierro forjado, que rodeaba la base.
"A DÍAZ SU PATRIA. 1894" Cualidades humanas y artísticas |
“He ahí ya el bronce eternizando su gloria.
Los sacerdotes cristianos pueden venir a inspirarse en su
escultura.
El bronce, si se le pregunta, palpita y responde.
Nosotros, creyentes, pasamos descubiertos admirando la personalidad
que el arte ha hecho trasmigrar al monumento.
Aquella personalidad convertida en estatua tiene un no sé
qué de misteriosa:
Por boca de los antiguos oráculos creía el paganismo que
hablaban los dioses de la Mitología.
La estatua del levita católico parece repetir la sublime
doctrina de Cristo.
Es el Evangelio en bronce.
El oráculo eterno.
La ciudad de Santa Cruz de La Palma, levantando esa estatua,
tiene la suprema grandeza de una sagrada Pitonisa”. (Palabras de Antonio Rodríguez López).
“Esta fama no puede aumentarse y para esto sobran
monumentos. La estatua es necesaria a La Palma, no al Sacerdote. ¿Para qué la
necesita el Sr. Díaz? Digamos, imitando a un escritor ilustre, que nada pueden
el mármol y el bronce donde está la gloria y que la estatua que el Sr. Díaz se
ha levantado a si mismo sobre el pedestal de su virtud y de su talento vale más
que ningún otro monumento. Díaz no necesita pirámide, tiene su vida.
Pero La Palma necesita levantar un monumento al palmero
ilustre, al sacerdote ejemplar y La Palma, que había construido para la estatua
del Beneficiado Díaz, un magnífico pedestal, no podía dejar este vacío.
El monumento está ya terminado: el bronce, transformado por
el arte en estatua, descansa ya sobre aquel pedestal”. (Últimas palabras de Hermenegildo Rodríguez Méndez
(1870-1922), Don Gildo, en su elocuente intervención de inauguración).
Sus restos fueron trasladados a la parroquia Matriz de El
Salvador en la tarde-noche del jueves, 28 de agosto de 2008, y se hallan al
comenzar el presbiterio del sagrado recinto bajo una losa de color blanco con
la leyenda: “Aquí aguardan/la Resurrección/en la que creyó/y esperó/los restos
del/insigne presbítero/Rvdo. Sr. D./Manuel/Díaz Hernández,/párroco de/El
Salvador,/trasladados/a este templo el/28 de agosto de 2008./Nació y murió/en
esta ciudad/el 9 de mayo de 1774/y/el 5 de abril de 1863,/respectivamente”.
El Diario de Avisos (da), Decano de la Prensa de
Canarias, fundado en Santa Cruz de La Palma (1890), se hace eco del traslado de
los restos a El Salvador con dos meses de antelación y el titular “El Señor
Díaz regresará a su hogar”, dando su buena acogida por la población palmera:
“Unanimidad en el respaldo y satisfacción social son las reacciones captadas
por la iniciativa, históricamente demandada, del expárroco de El Salvador,
Manuel Lorenzo Rodríguez, para trasladar los restos del extinto benefactor,
símbolo del liberalismo palmero e integrante del Siglo de Oro insular, según
Juan Régulo Pérez (1914-1993), de donde nunca debió haber salido, supo leer los
signos de los tiempos”.
Hacemos alusión a la jornada del traslado de los restos
mortales del venerado Padre Díaz, en la que el articulista Víctor J. Hernández
Correa, lo mismo que en las anteriores referencias, David Sanz, titula en el
mismo medio escrito “Sacerdote de un siglo caótico: el padre Manuel Díaz” y
comienza, así: “El traslado esta tarde de los restos mortales del padre Manuel
Díaz Hernández (1774-1863), desde el cementerio de Santa Cruz de La Palma hasta
la iglesia de El Salvador, resulta apropiado para el recuerdo de lo que
significó tan alta personalidad en el ámbito sociopolítico de principios del
siglo XIX, en el terreno artístico y en el adelanto cultural y religioso de La
Palma, que le tocó vivir”.
No se puede quedar en el vacío del desconocimiento
incomprensible, ni menos silenciar lo que fue meritorio, escueto y directo, lo
galardonado el viernes, 29 de junio de 2017, a partir de las 20,30 horas,
siendo yo invitado al acto en el interior del templo de El Salvador, junto a
los restos de don Manuel Díaz, a pronunciar una sencilla y breve semblanza del
homenajeado y después en el exterior ante la estatua con una ofrenda floral,
celebrada con tinte de intimidad a su memoria, por parte de los miembros
masónicos venidos para tal fin a La Palma desde distintos orígenes.
Posteriormente se celebraron otros actos públicos significativos en relación a
la figura de don Manuel Díaz.
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Finalización de la obra de restauración de la estatua de bronce y pedestal |
El evento contradijo la postura de muchos eclécticos y
ajenos al acontecimiento. Los amigos y personas de buena fe, que aman y
ensalzan la labor y la humanidad del Padre Díaz, encuentren un especial
agradecimiento por su presencia, habiendo reconocido ver lo más altruista y
fundamental de alguien que sembró el bien, el amor a los demás y la justicia.
Finalizamos este amplio trabajo como señal de lo
extraordinario de un enigmático paisano, transcribiendo un soneto, cuyo autor
es Domingo Carmona Pérez, titulado “Muerte y Vida”, que dice:
-Antes que el alba diera la campana,
la parca lo acechaba, pavorosa…
y el sacerdote de alma generosa,
dejó su vida terrenal cristiana.
-La fecha de su muerte no es lejana…
su perfume, al morir, deja la rosa…
todavía su mano cariñosa
recuerda la indigencia palmesana.
-Honradez, caridad, virtud, ternura…
tal es de Díaz la brillante historia.
A las puertas del templo, con fe pura
encontrando su muerte halló su gloria…
y hoy su patria orgullosa con premura
le levanta una estatua a su memoria.
En resumen y por conclusión me complazco en cumplir con el deber de manifestar gratitud y reconocimiento a quienes han contribuido a solemnizar un acto y ocasión con su presencia, no echándolo en olvido.
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