Me ha enseñado a mí la
primavera
el encanto de un libro
y una flor,
ante el umbral de la
despedida
y de un futuro incierto
ensoñador.
Las palabras del texto encantador
se abrazan y bailan sin
parar
al unísono de una
música solícita,
coreando por jardines
adormecidos
a la luz boreal,
eternamente.
Son encantos celestes del Edén,
flujos divinos de
manjares,
néctares de dioses y de
ninfas
que son ofrendas sobre
sagrados altares.
La luz me ciega en rápidos destellos
al llenar mi mente con
sabios pensamientos,
vestiduras etéreas,
espacios inmortales,
de eternas claridades
del sol y estrellas relucientes.
Son guirnaldas que adornan a Terpsícore
musa de la danza y
poesía,
a Minerva dona con gran
pleitesía
el gran poder de la sabiduría.
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