A San Francisco por tener como espejo la Cruz de Cristo,
acogiéndolo con los brazos abiertos y reflejando la Luz redentora de una
humanidad sedienta, creyente y fiel a lo transmitido por el santo de Asís y por
la Virgen del Rosario por ser el resplandor y protectora, Madre de Dios, de
todos sus hijos, quienes la invocan en la ‘Fiesta de La Naval’.
‘No apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al
cual las demás cosas temporales deben servir’. Esta exhortación que dirigía
Francisco de Asís a sus hermanos, sigue resonando en nosotros con fuerza y
actualidad. Dios siempre al centro de todo proyecto de vida y misión de
aquellos que se sienten tocados por este hermoso carisma.
Qué bueno es constatar que el mismo Dios revelara al
Seráfico que debía vivir según la forma del Santo Evangelio y ser testigo del
compromiso de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con este mismo carisma de
siempre. Dios está Omnipotente con vosotros, hermanas y hermanos, es algo que
nos llena de alegría.
Con una alegría desbordante se celebraba unos festejos, a
través de los cuales existía una comunicación mutua, ocurre en estos momentos que
mucha gente se pregunta, qué tipo de atractivo tiene el porqué, ejerce este
inquietante y vivo reclamo del pasado, esperado para transformarse en vistosos
y seguidos por numerosos ciudadanos curiosos de disfrutar en una larga noche de
octubre.
San Francisco no fue importante hombre de iglesia, tampoco
fue importante hombre de mundo. No fue pensador, no fue escritor, no fue
teólogo. Con todo, su persona sigue viva y su proyecto de vida interpela cada
vez más ardientemente a los hombres de este tiempo, dentro y fuera del
cristianismo.
Francisco de Asís, ni loco ni ecologista. Solo enamorado.
Enamorado y atrapado por una presencia que lo llena todo y le da sentido a
todo, como lo representado en la Cueva de Carías ante la presencia del Ángel.
La presencia entrañable del Padre de la vida, que a él lo llevó a darle la
vuelta a la suya y a ofrecerla entera a los demás.
Sus nuevas constituciones fueron aprobadas por Real Orden de
4 de abril de 1862, en las cuales se hace protesta de que ‘al reorganizarse
bajo nuevas reglas, se hace con la antigüedad de 1530’.
Se relata con todo mérito obtenido por Real Orden de 11 de
septiembre del año mencionado en el párrafo anterior, el nombramiento otorgado
a S.M. la Reina doña Isabel II (1830-1904), María Isabel Luisa de Borbón y
Borbón, que se dignó aceptar el cargo de ‘Hermana y Camarera Honoraria’ que le
fue propuesto por esta Cofradía, tomando la denominación de ‘Real’.
El 4 de noviembre de 1709 la Real Hermandad del Rosario
acordó hacer la fiesta de la Octava de La Naval, a la que se obligaba a
participar en los actos de la mañana y de la tarde. Pasado algún tiempo,
precisamente, el transcurrido hasta la llegada de Pedro Massieu Monteverde,
Oidor de la Real Audiencia de Sevilla, se hizo cargo de esta efeméride
voluntariamente desde 1713.
Llegaron a ser una de las más alegres, espectaculares y
multitudinarias de cuantas se hacían en la isla, nombradas por todos, después
de la Fiesta Lustral de la Virgen de Las Nieves, patrona palmera:
“La plaza de Santo Domingo se iluminaba con hachos de tea y
de montoncitos de serrín y brea, que se repartían por toda ella y se le
colocaban unos palos con brazos de hierro en forma de ‘S’, asemejando un
gigantesco candelabro, rematados por farolillos con velas. Duraron hasta la
década de los años 50 del siglo XX, hasta que llegó la electrificación de la
capital. Este es otro dato curioso en el devenir ciudadano y que da idea de la
importancia que tuvieron los hechos festivos anuales, comprometiéndose el ente
pertinente de iluminar desde las vísperas de las fiestas de San Francisco y La
Naval. Con ello, se vieron resaltadas en todos los aspectos, como los ‘paseos
de gala’, en los que las damas estrenaban y lucían los complicados atuendos al
compás de la ‘última moda’. La plaza, conjuntamente con la homónima de San
Francisco, se convertían en el centro neurálgico de las reuniones y lucían los
más llamativos adornos”.
“Por esa época, la imagen mariana comenzó a subir por el
citado barrio de San Telmo en la víspera de su onomástica, gracias a la
generosidad de Miguel Lorenzo González, una vez que, regresó de Venezuela”.
“El homónimo de San Sebastián durante años disfrutó de la
presencia de la sagrada imagen de la Virgen por su pendiente calle del Medio,
haciéndolo por primera vez en 1902 y llegando a lo alto de la misma, a la
altura de las Tosquitas, junto al Dornajo, que parecía un bosque de fayas por
la frondosidad de las ramas y donde se colocó un pabellón diseñado por el
artista madrileño Ubaldo Bordanova Moreno (c. 1866-1909), bajo el cual se situó
el baldaquino de plata y daba inicio al canto de la ‘loa’ y fuegos de artificio”.
Al llegar la efigie de María a la plaza conventual se
colocaba detrás de un gigantesco arco formado por piezas de pirotecnia, dando
la sensación de que la Virgen estaba nimbada entre nubes y resplandor
celestial. A reglón siguiente, con un silencio acaudalado por las sombras del
mágico rincón destinado a una magnífica visión, se iniciaban los acordes del
aria ‘Rosario de María de misterioso emblema…’, cuya letra, se debe al poeta
palmero Domingo Carmona Pérez (1854-1906), y el músico Manuel Henríquez Arozena
(1888-1920) compuso la loa que se ha venido haciendo en los últimos años.
Completando lo dicho, Domingo Santos Rodríguez (1902-1979), en 1927, compuso
otra partitura, música y letra, a la Virgen del Rosario.
El historiador Alberto José Fernández García (1922-1984),
nos describía con profusión de detalles en la Prensa provincial de 1963, como
‘la plaza de Santo Domingo se convertía en una especie de gran salón en el que
llegó a interpretarse para estas fiestas, en 1940, un Carro de la Bajada de la
Virgen, titulado Reina de La Paz’.
Reflexionando sobre lo relatado o descripto minuciosamente
podemos afirmar categóricamente, que la ciudad capitalina ha cambiado al paso
de los siglos y se ha transformado, con el máximo interés de adaptarse al nuevo
milenio.
Hemos estudiado como la Virgen y San Francisco desfilaban
procesionalmente por las empinadas, empedradas y estrechas calles de sus
respectivos sectores. En estas últimas ediciones lo hacen en sus onomásticas.
Todo un espectáculo artístico, que se ha desarrollado entre la devoción
ancestral o de los mayores, que no olvida las tradiciones, pero,
lamentablemente, sí las deja morir.
“Era tiempo de ‘loas’, cuadros plásticos, banderas, mantones, altares efímeros, comparsas de ‘gigantes y cabezudos’, reuniones vecinales para limpiar las calles y embellecerlas con gallardetes y damascos, etc., en un tiempo donde el pueblo sencillo y diferente se unía en este ‘pique’ de quienes lo hacían mejor, para demostrar a propios y ajenos de lo que eran capaces”.
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