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domingo, 2 de diciembre de 2018

EL OLVIDO DE UNA TUMBA

La familia Amaro en Fuencaliente (51x39). Colección Concepción Fernández
                              Continúo completando el epitafio: “en un lugar solitario, / en donde el destino / me ha señalado, / descansar en paz”. En el cementerio civil de Santa Cruz de La Palma yace el sepulcro del artista alemán Bruno Brandt (1893-1962), desde hace más de veinte años. Es una persona destacada como referente del portal en Internet de la Corporación Municipal capitalina. Por otra parte, el Excmo. Cabildo Insular, patrocinado por el área de Educación, Cultura y Patrimonio Histórico, mantuvo durante mucho tiempo, desde el 7 de marzo al 31 de diciembre de 2013, por motivo del 50º aniversario de su óbito en Breña Baja, donde residió por el Zumacal junto a su pareja danesa, Ida Elise Jensen, en las dependencias del Museo Insular, una exposición con obras suyas procedentes de entidades públicas y de colecciones privadas.
                               Una cruz de madera, que no levanta más de dos palmos, por estar semienterrada por el paso del tiempo, y un letrero desgastado y cascareada la pintura por mediación influenciada del sol, se lee malamente su nombre y fechas de nacimiento y la de su fallecimiento, nos indica el descanso eterno de los restos mortales del genial acuarelista. Una sepultura sumida en el más hondo olvido, de no ser por las flores frescas, que acompañan de vez en cuando la misma.
Tumba de Bruno Brandt
                               Desde 1950 se vino a vivir a la Isla Bonita, adquiriendo una vivienda que él llamó El Sitio. Debido a la descripción apasionada contada por su hermano Gerti, que regresaba de un viaje al vecino continente africano. Entonces, vendió cuanto tenía y, por supuesto, visitó las Canarias, quedándose cautivado por sus vistas panorámicas, fruto de los diversos paisajes y por la notable viveza de la luz envolvente en cada rincón de La Palma. Habría que recalcar con énfasis, que inmediatamente, después, de lo relatado anteriormente, su primera visita fue en 1924.
                              A la hora de su muerte dejó una estela inmensa de amistad y buen quehacer de reconocimiento a alto nivel artístico. Su presencia es reivindicativa por la noble existencia isleña, que logró a través de la óptica revisionista llevada a cabo en cada obra, papel pintado y en la heterodoxia con la que concibió su trabajo, caracterizado siempre por la pasión y exceso.
                               Galeristas germanos han venido en busca de adquirir parte del legado dejado aquí por el artista expresionista, diseminado y que, a veces, según se cuenta, vendió, regaló e intercambió por algo de alimentos básicos de sustentación.

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