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domingo, 9 de marzo de 2025

SEMBLANZAS DE UN PINTOR

       Este ilustre palmero, polifacético, inició sus estudios en la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal, Santa Cruz de La Palma, una de las instituciones que educaron a la generación de artistas e intelectuales que conformaron el famoso grupo cultural decimonónico perteneciente al Siglo de Oro de La Palma. Asistió, también, a clases en una escuela local de Dibujo y participó en un coro de música sacra de la cercana parroquia matriz de El Salvador. Transcurrido el tiempo, años, semanas y días, horas, minutos y segundos, posteriormente, se trasladó a la isla de Tenerife, en donde vivía algún hermano, entre ellos el llamado Juan, residente en Güímar, ya que era de familia numerosa, teniendo 8 hermanos: Bernabé, Juan, Fulgencia, Santiago, José, Isidro, Sofía y Vicente, más hombres que mujeres, siendo con él, 9. Primero, marchó a la villa de La Orotava con la intención de observador y, después marchó a la ciudad universitaria de San Cristóbal de La Laguna, en donde estudió el Bachillerato, según el Plan de Estudios de aquel entonces, continuando con el desarrollo de su otra pasión artística, la Música. En los años siguientes, 1866-67, en la Academia Provincial de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, asiste a clases de Paisaje y Acuarela. Después de varios viajes por la península e Italia se matricula en la Escuela de Artes decorativas de París (Francia), en 1870, teniendo como maestro al escultor Aimet Millet, con quien conoció el arte parisino. Pasado 5 años la misma escuela le concede un premio por un bajorrelieve de tema oriental. Sus primeros cuadros serían expuestos coincidiendo con la Exposición Universal. Durante 2 años, en el mismo centro docente, anteriormente citado, tuvo como maestro al pintor Joan León Gerome, que sumado a sus continuos viajes por Europa le proporcionaron una formación artística completa, labrándole un futuro emprendedor en las más altas esferas sociales.

       Nos estamos refiriendo con esta sugerente biografía al pintor Manuel José de Santa Apolonia González Méndez (1843-1909), conocido por Manuel González Méndez, nacido en Santa Cruz de La Palma, en el popular barrio de San Telmo, el 3 de febrero, por lo que se ha cumplido 182 años después de su nacimiento, en el inmueble, número 14, ubicado en la calle Virgen de La Luz. Recordando efemérides, en 2009, se cumplió el Centenario de su muerte, acaecida el 9 de septiembre, con apenas 66 años de edad, en Barcelona, Ciudad Condal, después de haberse convertido en uno de los pintores canarios más destacado de todas las épocas y el principal representante del costumbrismo isleño y máximo exponente de la centuria reseñada en el archipiélago. El más grande de los pintores canarios del siglo XIX. El 26 de noviembre de 2009, se procede al descubrimiento de una placa conmemorativa en la pared exterior de su domicilio familiar, que dice: ‘EN ESTA CASA NACIÓ Y VIVIÓ EL PINTOR MANUEL GONZÁLEZ MÉNDEZ 1843-1909. EL CABILDO DE LA PALMA, EN RECONOCIMIENTO A SU MÉRITO. NOVIEMBRE 2009’.

                              Se enalteció la significación del acto público hacia el paladín del arte pictórico, hijo distinguido del pueblo palmero, con una conferencia en la sala principal del palacio de Salazar a cargo de la Doctora y Profesora Titular del Departamento de Historia del Arte de la universidad de San Fernando de La Laguna, Ana María Quesada Acosta, titulada ‘Manuel González Méndez y su tiempo’.

       Al día siguiente se abrió una magnífica exposición antológica en el Museo Insular instalado en el exconvento de la Inmaculada Concepción, que perteneció a la Orden de San Francisco de Asís, con la presencia de familiares y público. En lo expuesto latía, denso, el reto del oficio, el fervor iniciático del aprendizaje. Las deidades del artista fueron demandadas por la alta sociedad, donde capta con realismo la sicología de los personajes escenificados. Ahí se halla la grandeza del mismo. Inmortaliza paralelamente a la clase rural de igual forma, que plasma los escenarios costumbristas de las Islas Canarias y bretones. Disfrutó de gran prestigio fuera de aquí, concretamente en los ambientes parisienses, que eran la meca mundial del momento. Hoy, sin lugar a duda, decoran, algunas de sus producciones, los salones de plenos en entidades estatales y colecciones privadas.

                              Fue hijo del artesano Santiago González, de oficio ebanista, y de María Méndez Espinosa. Los destellos en el seno familiar, les llevó a cada uno de los miembros, padres e hijos, a llevar adelante el peso del hogar, que por sí era muy dificultoso, una vez fallecido el cabeza de familia, le tocó a Manuel llevar las riendas de todos los componentes de la familia González Méndez, conjuntamente con su progenitora, cuando tenía 13 años, en diversos quehaceres domésticos y profesionales como carpintero, encuadernador…, aunque su salud era débil y delicada desde que se le diagnosticara una bronquitis crónica, su capacidad para aprender no conocía límites.

      En su juventud con ahínco y sabia decisión le colocó al frente de las afortunadas determinaciones pensadas y concretas, cultivando otras manifestaciones artísticas como el mundillo musical y la escultura. El incansable artista liberado de muchísimas otras cargas y prejuicios indeterminados por las muchas peripecias que tuvo, que soportar tenazmente en el tiempo y en el lugar predestinado a estar conviviendo con unos y otros, amigos y detractores, mejor olvidar y ver el mundo desde otra perspectiva. Se esforzó y consiguió concluir todos y cada uno de los encargos que se le iban acumulando. Así, realizó para los dramaturgos locales, sin más duda, que bregar con denuedo una serie de escenografías, que alcanzaron buenas críticas o numerosos retratos de amigos y familiares, perpetuando rostros y momentos.

                              Se desenvolvió con holgura y sutiliza en el ambiente dulce y aristocrático de la Bella Época con una soltura envidiable, difícil de imitar, dentro de los círculos sociales, culturales y artísticos mundiales, convirtiendo el trayecto oceánico, entre las Canarias y la Europa imperial, como un simple pasillo de comunicación. Fue alumno aventajado y sus maestros alababan su buen quehacer. Después de 1869, con plena capacidad de enseñanza, la institución tinerfeña de Bellas Artes comienza su declive, a padecer una crisis, debido al escaso patrocinio municipal. Esta circunstancia unida a otras hizo que Manuel González se decidiera por lanzarse a la aventura del Viejo Continente.

         Sus comienzos en París (Francia) no fueron muy halagüeños. Antes de que llegase a la cúspide de consagración como hombre culto y conocedor del arte, real y puro, sin cortapisas que presentaran contratiempos significativos, para subsistir tuvo que pintar abanicos, tarjetas postales, álbumes, bocetos, esculpió figuras en mármol y madera, aderezó muebles, etc.

                              El crítico Juan Maffiote había dicho que ‘en cuanto a su escultura, las mejores disposiciones de González Méndez son sin duda para este arte y lo prueba el que gracias a su consejo, aparecerá en uno de los mejores monumentos del mundo, una composición escultural distinta de la que había concebido el artista encargado de ejecutarla, e indiscutiblemente más bella y apropiada’. Se refería a la gigantesca estatua de Vereingtowix, realizada por Millet, en 1865.

        Siguiendo el relato de sus logros nos situamos en el entorno de la Escuela de Bellas Artes de Tenerife, donde el maestro León Gerome le ayudaría a perfeccionar la técnica pictórica. Este prestigioso artista docente fallecido, en 1904, lo puso en contacto con el otro homólogo Delaroche, que lo convenció para que se inscribiera en la academia docente y realizara un nuevo periplo y así mejorar su maltrecha economía.

                              Una vez llegado a Barcelona su estado de salud se agrava enormemente. Solo y olvidado en gran parte por todos, destacando la indiferencia hacia el más grande de los plásticos canarios del XIX, que moría en el más absoluto silencio. Luis Ortega Abraham escribió en Prensa que ‘en la soledad de las últimas horas, nadie salvó su cuerpo de la fosa de beneficencia ni su memoria del olvido’.

                              Artista de variada producción y de marcada personalidad plástica, dominando por igual el óleo y la acuarela, distinguiéndose por sus retratos y escenas bretonas como por sus paisajes. Sus obras sobresalen por sus ricos matices que son de una maestría exquisita, que siguen los cánones académicos, siendo el dibujo una de sus grandes habilidades.                  

         Habiendo regresado a las islas desarrolla un trabajo de campo con especial atención al naturalismo y al realismo social. González Méndez dedica al escritor de Gran Canaria, Benito Pérez Galdós, una de sus obras más icónica de una sensibilidad extraordinaria titulada ‘Campesino de Garafía’, una pieza que refleja la mirada realista al campesinado canario, mostrando tanto la miseria como la humildad en la figura de un labriego anónimo, una obra que sintetiza el realismo social dentro de la tradición costumbrista insular. Este lienzo es tan especial que hoy forma parte de la colección artística de la Casa Museo Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria.

                              En la actualidad se pueden contemplar y admirar sus obras, valiosas y variopintas, en los ayuntamientos de Santa Cruz de La Palma, salón de plenos: ‘Romería a Santa Lucía’, y de Santa Cruz de Tenerife; en la sede del Parlamento de Canarias, calle Teobaldo Power; en la sede del Gabinete Literario de Las Palmas y entre otras instituciones, como de colecciones privadas.

         Hemos llegado a este momento para culminar los numerosos reconocimientos, recibidos a lo largo de su vida, destacando los honores del Gobierno de España con el nombramiento de la Orden de Isabel la Católica, en 1889, y la concesión de la Legión de Honor, en 1898, por el Gobierno de Francia.

                              En 1904, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le concedió la cátedra de Modelado y Composición Decorativa de la Escuela Municipal de Dibujo.

                              En cuanto se refiere a sus méritos pictóricos, nuestro consistorio capitalino, ha perpetuado su memoria dándole su nombre a una avenida de la ciudad, concretamente en la urbanización Benahoare, aparte de otras dos calles en tierra tinerfeña, probablemente por vínculos familiares, Güimar y Villa de La Orotava.

         En la etapa final de su agitada existencia, que le negó una comprensión más solidaria, le dio la espalda a lo más esencial en él, su inteligencia y formación. Pintaría sus dos cuadros más conocidos por el sitio en donde están, Parlamento de Canarias, y por la polémica que se ha originado en torno al mismo: ‘La Fundación de Santa Cruz’ y ‘La entrega de las princesas’. Para muchos son pocos representativos del pintor para escenificar el hecho histórico, sin traspasar el fondo de lo que ahí se quiso ver de forma contemplativa. Son considerados de pobre factura por la historiografía artística, mientras que para otros son un símbolo a proteger como es el caso de la Real Academia de las Bellas Artes, que afirma ser el mejor ejemplo de la pintura romántica tardía en Canarias. De izquierda a derecha, en el Salón Principal de la mencionada entidad parlamentaria:

                              El primero de los lienzos, lo más llamativo es la entrega de las princesas por parte del guanche, una niña, posiblemente, su propia hija. Lo que indica una condición social muy deleznable

                               El segundo, conmemora la Fundación de la ciudad, que rememora al semejante de Gumersindo Robayna, se corresponde con un elemento mitificado de la conquista.

                              Muchos han tildado el momento de la cruz y de la entrega de las princesas como una invención poética que ha permanecido como una mentira en el imaginario popular e histórico…

                              Las conclusiones podrían ser variadas y numerosas, en el modo y la vehemencia, condicionante que el artista palmero afronta su compromiso con su tierra y con la historia, son decisivos a la hora de comprender la personalidad de Manuel González Méndez, un insular en el más estricto ejercicio del término. Tal como lo describió el periodista, Luis Ortega Abraham: ‘los pies en la isla y los ojos en el espíritu de las ilusiones y los retos de cualquier hombre de cualquier tierra en su tiempo’.

          En cuanto a los rumores que circularon por los círculos de la alta sociedad de una época propicia para hacerlo, como picaresca de la reinante burguesía, fuera cierto o no, constituye el cometido de ser una pequeña referencia. Hubo muchos rumores en torno a los amoríos del maestro con algunas doncellas y señoritas modelos. La atención está sujeta a que se habló de Charlotte Gerome, hija de su mentor, o con una misteriosa dama francesa con la que se había carteado. Tal vez, se trató de la misma persona. Se dice, que esta pudiera ser aquella viuda que, tras la Primera Guerra Mundial, visitó la isla de Tenerife, tratando de encontrar la tumba del artista. A pesar de parecer una leyenda de color rosa, pudiera ser su amor prohibido.

                              Con González Méndez, nuestro desmemoriado país, según comentarios, recogidos por mí en crónicas periodísticas, tiene una deuda que cumplir con el artista canario, sobre todo, palmero, que supo enaltecer el valor universal de aprender, sintetizar, analizar y divulgar la pintura decimonónica por gran parte de Europa y de las Islas Canarias. Al mundo gloria y al culto artista reconocimiento de sus cualidades humanas, artísticas e intelectuales como se merece.

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