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Este ilustre palmero, polifacético, inició sus estudios en
la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal, Santa Cruz de La Palma, una de las
instituciones que educaron a la generación de artistas e intelectuales que conformaron
el famoso grupo cultural decimonónico perteneciente al
Siglo de Oro de La
Palma. Asistió, también, a clases en una escuela local de Dibujo y
participó en un coro de música sacra de la cercana parroquia matriz de El
Salvador. Transcurrido el tiempo, años, semanas y días, horas, minutos y
segundos, posteriormente, se trasladó a la isla de Tenerife, en donde vivía
algún hermano, entre ellos el llamado Juan, residente en Güímar, ya que era de
familia numerosa, teniendo 8 hermanos: Bernabé, Juan, Fulgencia, Santiago,
José, Isidro, Sofía y Vicente, más hombres que mujeres, siendo con él, 9.
Primero, marchó a la villa de La Orotava con la intención de observador y,
después marchó a la ciudad universitaria de San Cristóbal de La Laguna, en
donde estudió el Bachillerato, según el Plan de Estudios de aquel entonces,
continuando con el desarrollo de su otra pasión artística, la
Música. En
los años siguientes, 1866-67, en la Academia Provincial de Bellas Artes de
Santa Cruz de Tenerife, asiste a clases de
Paisaje y
Acuarela. Después
de varios viajes por la península e Italia se matricula en la Escuela de Artes
decorativas de París (Francia), en 1870, teniendo como maestro al escultor
Aimet Millet, con quien conoció el arte parisino. Pasado 5 años la misma escuela
le concede un premio por un bajorrelieve de tema oriental. Sus primeros cuadros
serían expuestos coincidiendo con la Exposición Universal. Durante 2 años, en
el mismo centro docente, anteriormente citado, tuvo como maestro al pintor Joan
León Gerome, que sumado a sus continuos viajes por Europa le proporcionaron una
formación artística completa, labrándole un futuro emprendedor en las más altas
esferas sociales.
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Nos estamos refiriendo con esta sugerente biografía al
pintor Manuel José de Santa Apolonia González Méndez (1843-1909), conocido por Manuel
González Méndez, nacido en Santa Cruz de La Palma, en el popular barrio de
San Telmo, el 3 de febrero, por lo que se ha cumplido 182 años después de su
nacimiento, en el inmueble, número 14, ubicado en la calle Virgen de La Luz.
Recordando efemérides, en 2009, se cumplió el Centenario de su muerte,
acaecida el 9 de septiembre, con apenas 66 años de edad, en Barcelona, Ciudad
Condal, después de haberse convertido en uno de los pintores canarios más
destacado de todas las épocas y el principal representante del costumbrismo
isleño y máximo exponente de la centuria reseñada en el archipiélago. El
más grande de los pintores canarios del siglo XIX. El 26 de noviembre de 2009,
se procede al descubrimiento de una placa conmemorativa en la pared exterior de
su domicilio familiar, que dice: ‘EN ESTA CASA NACIÓ Y VIVIÓ EL PINTOR
MANUEL GONZÁLEZ MÉNDEZ 1843-1909. EL CABILDO DE LA PALMA, EN RECONOCIMIENTO A
SU MÉRITO. NOVIEMBRE 2009’.
Se enalteció la significación del acto público hacia el
paladín del arte pictórico, hijo distinguido del pueblo palmero, con una
conferencia en la sala principal del palacio de Salazar a cargo de la Doctora
y Profesora Titular del Departamento de Historia del Arte
de la universidad de San Fernando de La Laguna, Ana María Quesada Acosta,
titulada ‘Manuel González Méndez y su tiempo’.
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Al día siguiente se abrió una magnífica exposición
antológica en el Museo Insular instalado en el exconvento de la
Inmaculada Concepción, que perteneció a la Orden de San Francisco de Asís, con
la presencia de familiares y público. En lo expuesto latía, denso, el reto del
oficio, el fervor iniciático del aprendizaje. Las deidades del artista fueron
demandadas por la alta sociedad, donde capta con realismo la sicología de los
personajes escenificados. Ahí se halla la grandeza del mismo. Inmortaliza
paralelamente a la clase rural de igual forma, que plasma los escenarios
costumbristas de las Islas Canarias y bretones. Disfrutó de
gran prestigio fuera de aquí, concretamente en los ambientes parisienses, que
eran la meca mundial del momento. Hoy, sin lugar a duda, decoran, algunas de
sus producciones, los salones de plenos en entidades estatales y colecciones
privadas.
Fue hijo del artesano Santiago González, de oficio ebanista,
y de María Méndez Espinosa. Los destellos en el seno familiar, les llevó a cada
uno de los miembros, padres e hijos, a llevar adelante el peso del hogar, que
por sí era muy dificultoso, una vez fallecido el cabeza de familia, le tocó a
Manuel llevar las riendas de todos los componentes de la familia González
Méndez, conjuntamente con su progenitora, cuando tenía 13 años, en diversos
quehaceres domésticos y profesionales como carpintero, encuadernador…, aunque
su salud era débil y delicada desde que se le diagnosticara una bronquitis
crónica, su capacidad para aprender no conocía límites.
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En su juventud con ahínco y sabia decisión le colocó al
frente de las afortunadas determinaciones pensadas y concretas, cultivando
otras manifestaciones artísticas como el mundillo musical y la escultura.
El incansable artista liberado de muchísimas otras cargas y prejuicios indeterminados
por las muchas peripecias que tuvo, que soportar tenazmente en el tiempo y en
el lugar predestinado a estar conviviendo con unos y otros, amigos y
detractores, mejor olvidar y ver el mundo desde otra perspectiva. Se esforzó y
consiguió concluir todos y cada uno de los encargos que se le iban acumulando.
Así, realizó para los dramaturgos locales, sin más duda, que bregar con denuedo
una serie de escenografías, que alcanzaron buenas críticas o numerosos retratos
de amigos y familiares, perpetuando rostros y momentos.
Se desenvolvió con holgura y sutiliza en el ambiente dulce y
aristocrático de la Bella Época con una soltura envidiable, difícil de
imitar, dentro de los círculos sociales, culturales y artísticos mundiales,
convirtiendo el trayecto oceánico, entre las Canarias y la Europa imperial,
como un simple pasillo de comunicación. Fue alumno aventajado y sus maestros
alababan su buen quehacer. Después de 1869, con plena capacidad de enseñanza,
la institución tinerfeña de Bellas Artes comienza su declive, a padecer una
crisis, debido al escaso patrocinio municipal. Esta circunstancia unida a otras
hizo que Manuel González se decidiera por lanzarse a la aventura del Viejo
Continente.
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Sus comienzos en París (Francia) no fueron muy
halagüeños. Antes de que llegase a la cúspide de consagración como hombre culto
y conocedor del arte, real y puro, sin cortapisas que presentaran contratiempos
significativos, para subsistir tuvo que pintar abanicos, tarjetas postales,
álbumes, bocetos, esculpió figuras en mármol y madera, aderezó muebles, etc.
El crítico Juan Maffiote había dicho que ‘en cuanto a su
escultura, las mejores disposiciones de González Méndez son sin duda para este
arte y lo prueba el que gracias a su consejo, aparecerá en uno de los mejores monumentos
del mundo, una composición escultural distinta de la que había concebido el
artista encargado de ejecutarla, e indiscutiblemente más bella y apropiada’.
Se refería a la gigantesca estatua de Vereingtowix, realizada por
Millet, en 1865.
Siguiendo el relato de sus logros nos situamos en el entorno
de la Escuela de Bellas Artes de Tenerife, donde el maestro León Gerome le
ayudaría a perfeccionar la técnica pictórica. Este prestigioso artista docente
fallecido, en 1904, lo puso en contacto con el otro homólogo Delaroche, que lo
convenció para que se inscribiera en la academia docente y realizara un nuevo
periplo y así mejorar su maltrecha economía.
Una vez llegado a Barcelona su estado de salud se agrava
enormemente. Solo y olvidado en gran parte por todos, destacando la
indiferencia hacia el más grande de los plásticos canarios del XIX, que
moría en el más absoluto silencio. Luis Ortega Abraham escribió en Prensa que ‘en
la soledad de las últimas horas, nadie salvó su cuerpo de la fosa de beneficencia
ni su memoria del olvido’.
Artista de variada producción y de marcada personalidad
plástica, dominando por igual el óleo y la acuarela,
distinguiéndose por sus retratos y escenas bretonas como por sus paisajes. Sus
obras sobresalen por sus ricos matices que son de una maestría
exquisita, que siguen los cánones académicos, siendo el dibujo una de
sus grandes habilidades.
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Habiendo
regresado a las islas desarrolla un trabajo de campo con especial
atención al naturalismo y al realismo social. González Méndez
dedica al escritor de Gran Canaria, Benito Pérez Galdós, una de sus obras más
icónica de una sensibilidad extraordinaria titulada ‘Campesino de Garafía’,
una pieza que refleja la mirada realista al campesinado canario, mostrando
tanto la miseria como la humildad en la figura de un labriego anónimo, una obra
que sintetiza el realismo social dentro de la tradición costumbrista insular.
Este lienzo es tan especial que hoy forma parte de la colección artística de la
Casa Museo Pérez Galdós en Las Palmas de Gran Canaria.
En la actualidad se pueden contemplar y admirar sus obras,
valiosas y variopintas, en los ayuntamientos de Santa Cruz de La Palma, salón
de plenos: ‘Romería a Santa Lucía’, y de Santa Cruz de Tenerife; en la
sede del Parlamento de Canarias, calle Teobaldo Power; en la sede del Gabinete
Literario de Las Palmas y entre otras instituciones, como de colecciones
privadas.
Hemos llegado a este momento para culminar los numerosos
reconocimientos, recibidos a lo largo de su vida, destacando los honores del
Gobierno de España con el nombramiento de la Orden de Isabel la Católica, en
1889, y la concesión de la Legión de Honor, en 1898, por el Gobierno de
Francia.
En 1904, el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife le
concedió la cátedra de Modelado y Composición Decorativa de la
Escuela Municipal de Dibujo.
En cuanto se refiere a sus méritos pictóricos, nuestro
consistorio capitalino, ha perpetuado su memoria dándole su nombre a una avenida
de la ciudad, concretamente en la urbanización Benahoare, aparte de otras dos
calles en tierra tinerfeña, probablemente por vínculos familiares, Güimar y
Villa de La Orotava.
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En la etapa final de su agitada existencia, que le negó una
comprensión más solidaria, le dio la espalda a lo más esencial en él, su
inteligencia y formación. Pintaría sus dos cuadros más conocidos por el sitio
en donde están, Parlamento de Canarias, y por la polémica que se ha originado
en torno al mismo: ‘La Fundación de Santa Cruz’ y ‘La entrega de las
princesas’. Para muchos son pocos representativos del pintor para
escenificar el hecho histórico, sin traspasar el fondo de lo que ahí se quiso
ver de forma contemplativa. Son considerados de pobre factura por la
historiografía artística, mientras que para otros son un símbolo a proteger
como es el caso de la Real Academia de las Bellas Artes, que
afirma ser el mejor ejemplo de la pintura romántica tardía en Canarias. De izquierda
a derecha, en el Salón Principal de la mencionada entidad parlamentaria:
El primero de los lienzos, lo más llamativo es la
entrega de las princesas por parte del guanche, una niña,
posiblemente, su propia hija. Lo que indica una condición social muy deleznable…
El segundo, conmemora la Fundación de la
ciudad, que rememora al semejante de Gumersindo Robayna, se corresponde con un
elemento mitificado de la conquista.
Muchos han tildado el momento de la cruz y de la entrega de
las princesas como una invención poética que ha permanecido como una mentira en
el imaginario popular e histórico…
Las conclusiones podrían ser variadas y numerosas, en el
modo y la vehemencia, condicionante que el artista palmero afronta su
compromiso con su tierra y con la historia, son decisivos a la hora de
comprender la personalidad de Manuel González Méndez, un insular en el más
estricto ejercicio del término. Tal como lo describió el periodista, Luis
Ortega Abraham: ‘los pies en la isla y los ojos en el espíritu de las ilusiones
y los retos de cualquier hombre de cualquier tierra en su tiempo’.
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En cuanto a los rumores que circularon por los círculos de
la alta sociedad de una época propicia para hacerlo, como picaresca de la
reinante burguesía, fuera cierto o no, constituye el cometido de ser una
pequeña referencia. Hubo muchos rumores en torno a los amoríos del maestro con
algunas doncellas y señoritas modelos. La atención está sujeta a que se habló
de Charlotte Gerome, hija de su mentor, o con una misteriosa dama francesa con
la que se había carteado. Tal vez, se trató de la misma persona. Se dice, que
esta pudiera ser aquella viuda que, tras la Primera Guerra Mundial, visitó la
isla de Tenerife, tratando de encontrar la tumba del artista. A pesar de
parecer una leyenda de color rosa, pudiera ser su amor prohibido.
Con González Méndez, nuestro desmemoriado país, según
comentarios, recogidos por mí en crónicas periodísticas, tiene una deuda que
cumplir con el artista canario, sobre todo, palmero, que supo enaltecer el
valor universal de aprender, sintetizar, analizar y divulgar
la pintura decimonónica por gran parte de Europa y de las Islas Canarias. Al
mundo gloria y al culto artista reconocimiento de sus cualidades humanas,
artísticas e intelectuales como se merece.
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