Es un mundo, para el que no lo viva es inimaginable, lleno de
un gran potencial. Entrañables entre las familias donde florecen la alegría de
las cenas y almuerzos. Es todo una tradición transmitida de generaciones
pasadas en el marco costumbrista de nuestra sociedad. No obstante, se han
perdido el factor sorpresa y la emoción por motivos adversos a los deseos
cristianos.
Continuarán teniendo un espacio especial en nuestras vidas
con ese acento, que le caracteriza como únicas en el calendario de las
celebraciones anuales, para sentirnos más unidos que nunca, no sólo con los
amigos y allegados, sino con los que conviven con nosotros diariamente en ese
“Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo”.
Parece una fábula con enseñanza al final de ese periodo
vacacional para unos y de plena actividad para otros, disfrutando a lo grande.
Se convierten en un tormento de aumento de peso, mostrando la tripita con
cierta ironía y, entonces, a toda prisa comenzamos con las caminatas y
ejercicios físicos. Es verdad, que los excesos se pagan un poquito caros.
Adiós a la Navidad, compendio de villancicos, encuentros,
invitaciones y total ofrecimiento de productos propios como jamones,
langostinos, bebidas, turrones, polvorones… y a cuál de ellos más tentadores en la exquisitez y precio.
Un beso y una flor, como diría el cantante Nino Bravo, sean
los sueños perennes de paz para los niños que empiezan la vida, a los hombres
sin techo ni hogar y pueblos que sufren la guerra en cualquier lugar, condición
y momento
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