Baja la Virgen desde su casa del monte a recorrer el viejo
camino de La Dehesa, con pasos firmes y pausados, escucha la serpenteante brisa
de la montaña. Vigila el mar azul, acariciado por el cielo, cuál amalgama de
blancos difuminados como si fuese la bóveda de la Capilla Sixtina, envolviendo
el eco del barranco. A lo lejos, apenas se divisa la ciudad que se encuentra
hermosa para recibir a su Reina y Señora, Patrona de los palmeros.