La Cuaresma no es
sinónimo de tristeza, sino de alegría y de esperanza. Es el compás de espera a
la conversión. Precisamente por eso constituye un tiempo favorable para una
atenta revisión de vida en el recogimiento, la oración y la penitencia. La
humanidad se libera de la esclavitud de la mentira y del pecado, gracias a la
obediencia de la fe, que la abre a la verdad, encuentra el sentido pleno de su
existencia y alcanza la paz en todos los ámbitos, el amor en su mayor dimensión
y el encuentro con el hermano desvalido y necesitado de la misericordia de
Dios.