Parece más a un término mitológico o, incluso, apocalíptico
que un fenómeno real. No lo creó el género literario, sino la astronomía.
Fueron los estudiosos de la observación del firmamento los que bautizaron con
esa expresión a un evento natural poco frecuente, que se dejó ver el viernes,
27 de julio, en lo alto de la bóveda celeste.