‘Existe en la villa de Mazo una hermosísima cueva llamada de
Belmaco, que sirvió de palacio al soberano de aquel reino, antes de la
conquista, cuya caverna se ha hecho célebre por la circunstancia de poseer dos
grandes lápidas de piedra viva con unos signos grabados en ella, que parecen
inscripciones (…). Estas inscripciones, o lo que sean, habían pasado
desapercibidas hasta que fueron descubiertas por Domingo Vandewalle, gobernador
militar de esta isla, en el año de 1762, por la circunstancia, habiendo pasado
al pueblo de Mazo, en unión del escribano Santiago Alvertos, a reconocer a un
muerto despeñado, inmediato a dicha cueva, observó con sorpresa y copió
aquellos signos. Esta copia le fue entregada después al Sr. obispo Antonio
Tavira y Almazán, estando de visita en esta isla’.