Me imagino que las dificultades en ese entonces eran las
mismas de hoy, pero con distinto matiz, cuando un muchacho de pantalones cortos
correteaba por el cayado de Maldonado de Santa Cruz de La Palma llamado Orestes
Anatolio (1935). No sé cuantas veces se sentaría en una roca a contemplar el
litoral salpicado de salitre de Martín Luis (Puntallana). A lo lejos los
matices de luces, danzando al compás de un mágico arrebol, llenaban las
ilusiones de un joven con miras hacia el futuro. No es extraño contemplar lo
irreal de sueños inconexos en un marco artístico para hacerse mucho más tarde
puro y real, contemplando y perfeccionando con sabia ciencia de maestro.