En el extremo sur de La Palma se hallan las salinas de Fuencaliente, operativas
desde los años setenta. Su anatomía confortada por su epidermis de las costas
accidentadas por acantilados abruptos y adornados por encajes espumosos,
rompientes de soberbios embates de olas y pleamares, impacta su tonalidad
blanca en claro contraste con el azul intenso del océano Atlántico y el negro
del quemado paisaje volcánico, cuna de dormidos volcanes.