Fue un domingo electoral, 10 de noviembre, una jornada algo
desapacible y un poco distinta a otra de tinte costumbrista, con personas
sentadas en terrazas de un bar de copas o restaurantes, transeúntes habituales
preocupados por sus gestiones personales, empresariales o de otra índole,
comercios abiertos, bancos en plena tarea mercantil y un bullicio ruidoso. La
pertinaz lluvia no animaba a disfrutar de la playa o al coloquio parroquiano
por todo lo alto, haciendo que Santa Cruz de La Palma se mostrase lánguida.