Hemos llegado al meridiano en el cómputo de los meses, sobrepasando el solsticio de verano, que para unos supone llegar al máximo exponente en sus aspiraciones anuales y para otros conforma la plenitud antológica del ser humano. Para los primeros, es alcanzar el premio de las vacaciones y, para los segundos, es la inspiración en el espíritu de lo divino.