Fue una parte muy suya y modelada a su manera de ser y
desenvolverse a sus anchas en una sociedad diferente y expectante a los cambios
y acontecimientos notables, que hizo cambiar las más grandes estructuras
confortadas rígidamente en la Europa de un lado y de otro sentido y nivel
económico. Sucesivamente fue suscitando ideas nuevas del paisaje y la vista
panorámica que se divisa al socaire del Risco de La Concepción. Mi infancia se
desliza suavemente por aquella plaza del Tanquito, de tierra y con muros de
piedra al estilo de contención y de forma del contorno de la misma con una cruz
en el centro o en distintos sitios para señalar el paso del tiempo, con la
belleza del entorno y la magnanimidad de los vecinos, mientras la chiquillada
de los alrededores jugaban al fútbol con una pelota hecha con papel grueso de
periódicos o de ‘vaso’ sujeto con cordeles o hilo de ‘bala’, cuando las calles
estaban empedradas y la hierba cubría el suelo como verdes y sepias alfombras,
marcando los cambios estacionales. Frente a ella, en la calle Álamos, ahora
Navarra, vivía una persona culta, admirada y preciada en un amplio círculo
local, en el pequeño terruño o patria chica, que en las horas inusitadas del
despuntar del día hasta la oscuridad de la noche, pasando por la placidez de la
tarde, escuchábamos notas musicales con alas anacaradas volando, dibujando
suaves círculos, salir del balcón de su casa, golpeadas por sabias manos en
teclas de un elegante piano, transmitiendo la única y sensacional creación que mantuvo
viva las mejores ilusiones en sus paisanos.